jueves. 28.03.2024

España como problema

En determinadas coyunturas históricas, la política se comprime, se estrecha en todas sus capilaridades sustantivas, para recrear una vida pública mediocre, cortoplacista, carente de grandes ideales y menuda en las aspiraciones del bien común. Son épocas contradictorias, de inautenticidad por cuanto suponen el mantenimiento del utillaje institucional de intereses y poderes poco compadecidos  con los modelos de Estado donde la democracia es una convicción moral y material de que su esencia radica en dotar a la ciudadanía de los instrumentos jurídicos y políticos de autodefensa  ante cualquier poder no sujeto al escrutinio de la voluntad cívica. Esta impronta democrática es la garantía de la igualdad que refrenda la redistribución honesta de poder y riqueza que nutre la primacía del interés general. Como afirmaba Bertrand Russell, la propiedad privada es aceptable siempre que no se convierta en poder político.

España vive hoy una de esas etapas contradictorias que es signo de una decadencia como farsa, en la idea básica de Marx en esa figura retórica de la doble aparición de los fenómenos, primero con ropajes augustos (drama) y luego con disfraces ajados (farsa), y cuyo corolario metafísico es que ante el paso del tiempo, de la historia, debemos ser impiadosos con las manifestaciones que no están ajustadas a su época. La ortopédica incapacidad del régimen político de la Monarquía española para regenerarse, su agrimensura institucional poco dúctil, inhábil para sobresanar el fracaso del bipartidismo y la tramoya del pacto del consenso que escoraba la hegemonía cultural predominante al derechismo posfranquista no corregido ni amonestado y que ha venido consolidando un poder fáctico excesivamente lejano del control democrático y que se oxigena mediante trampantojos de una realidad ya inexistente. 

Los últimos comicios catalanes vinieron a confirmar esa nueva sustantividad política que consolida a la mayoría parlamentaria que sostiene al gobierno de coalición, ratifica la demolición de Ciudadanos, el retroceso galopante de un PP inficionado por la corrupción y el ascenso de VOX en un espacio que no es nuevo ya que la derecha posfranquista, que incluye a todas sus variantes, nunca ha sido moderada en España, Ciudadanos ha demostrado la volatilidad de la vida pública en nuestro país consiguiendo en su primera presentación a unas elecciones generales una notable representación con el único bagaje ideológico de su profunda oposición al nacionalismo catalán y sin la imaginación ni las meninges para constituirse en un nuevo  lerrouxismo. La oquedad doctrinaria y la indefinición sobre actitudes y alianzas, la mayoría de las veces resultado del capricho del líder, han hundido a una propuesta política que apenas ha llegado a concretarse.

Gramsci afirmaba que los partidos políticos eran la parte privada del Estado, en esta crisis poliédrica que sufre el régimen monárquico se va un poco más allá y los partidos dinásticos se definen como partidos de Estado, en esa mediocridad totalizante que aborda también el lenguaje. Pero es cierto que define la crisis institucional que aborda todos los intersticios del Estado y también los partidos. Salvo, al menos en dimensiones distantes y distintas, de los que componen la mayoría parlamentaria que permite el gobierno de coalición y que siendo la minoría mayoritaria ha de entenderse que es la que mejor representa la realidad del país. Sin embargo, la derecha, partidaria y fáctica, promueve dialécticamente  la ilegitimidad del ejecutivo por el componente ideológico de los partidos que apoyan al gobierno y que supone esa grave anomalía de la derecha en nuestro país que se singulariza en la incapacidad conservadora de imaginar juntos con los ideológicamente diferentes un proyecto plural de nación. Una derecha que aún vive con un modelo sepia de patriotismo, de Estado y de país deshuesado por cuarenta años de exclusión, represión y la paz y el orden de los sepulcros blanqueados.

El bloqueo a la renovación del Poder Judicial por motivos ideológicos y de oportunismo político, es un ejemplo de las hechuras que los conservadores quieren reordenar el caos posdemocrático que ellos mismo producen, con el argumento de que no quieren la participación en dicho acuerdo del Podemos coaligado en el ejecutivo. Los excedentes de politización de la justicia, la legislación con carácter restrictivo a las libertades individuales donde vuelven a aparecer los delitos de opinión, nos percatan, además, de la necesidad del sistema de ámbitos cada vez más cerrados y propicios al déficit democrático. La gran paradoja es que la decadencia del régimen del 78 es gestionada por un gobierno dinástico, en su alícuota PSOE, sostenido por una mayoría parlamentaria sumariamente rupturista con el régimen de la transición que contempla al sector socialista del ejecutivo como mal menor. Sin embargo, el PSOE en el gobierno es el que combatió orgánicamente al otro PSOE que anatematizaba, y con los mismos argumentos que los conservadores, a la mayoría parlamentaria en virtud de la cual hoy es presidente Pedro Sánchez y que encabezada por Susana Díaz facilitó la continuidad en el gobierno del Partido Popular.

Decía Ortega que peor que estar enfermo era ser una enfermedad y los graves problemas que padece España se harán más indóciles en su superación si se afrontan desde un Estado sometido a una esclerosis crítica que afecta desde la Corona hasta los más sensibles poderes estatales. Sin una regeneración democrática del Estado, el principal problema de la nación seguirá siendo el mismo Estado encallado en un tiempo destinado a pasar.                                                                                                                           

España como problema