viernes. 19.04.2024

Contra el fascismo que nos amenaza

congreso

La mecánica propagandística de los medios de comunicación dinásticos y estamentales de nuevo están resituando el espíritu de la opinión pública en los parámetros del franquismo sociológico

Un famoso ladrón parisino antes de dar uno de sus sonados golpes solía sentarse en la terraza de un café situado en un concurrido bulevar para leer el diario “Le Figaro.” Cuando cayó en manos de la policía y se le preguntó por esta curiosa actitud, contestó: “Alguien que lee ‘Le Figaro’ está libre de toda sospecha.”  El régimen del 78 también estaba libre de toda sospecha. La derecha retardataria –en España no ha existido otra en doscientos años- había conseguido salir de la urdimbre franquista que ella misma había tejido para, sin tener que asumir el papel de Penélope y destejer influencias, intereses y poderes del caudillaje, crear la fantasmagoría de su homologación democrática con la simple y dolosa prestidigitación de tomar en sus manos el miedo de la gente incubado en el franquismo y mostrarlo.

Siempre sería mejor votar que no votar y no reparar mucho en que una reforma es simplemente un retoque de lo existente y lo existente era lo que era. En realidad, supuso escenificar lo que ya históricamente había fracasado como la Restauración canovista, que el mismo Cánovas definía como un presidio suelto. La política quedaba reducida a recoger los escombros de la continuidad histórica de un régimen de poder oligárquico y cerrado para administrarlo. La centralidad del ecosistema político devino tan excéntrico que la derecha radical pasó por moderada, la izquierda moderada por radical y se inventó la ficción de un centro político para que los progresistas se lanzaran a la conquista de una inexistente sociología y formasen una topera ante su natural sujeto histórico.

La crisis económica, o su aprovechamiento, determinó la confianzuda actitud de las élites económicas y financieras para dar el golpe definitivo que afianzara el privilegiado régimen de poder que gozan en un sistema donde la corrupción y la connivencia institucional lubrican los negocios, la innovación, modernización e inversión empresarial son reemplazadas por la depauperación de los asalariados junto a la degradación  y criminalización del mundo del trabajo con la parcialidad coactiva de un Estado vertebrado a las hechuras de las élites dominantes. El abandono de las mayorías, la grosera desigualdad, los desequilibrios sociales como elementos sustantivos del régimen político, la podredumbre de la vida pública, abolido el bien común por un pragmatismo servicial con el poder económico, han producido la implosión estructural de las costuras del régimen del 78.

Ningún ámbito ni atmósfera del Estado se encuentra ahora libre de sospecha: la corrupción generalizada instalada en todos los intersticios de las instituciones, la quiebra del sistema autonómico y las consecuentes tensiones soberanistas, la intromisión política en los órganos judiciales, el descrédito de los partidos sistémicos, la quiebra social, el tratamiento del malestar y el desencanto ciudadano únicamente desde las perspectivas del orden público y la propaganda, el déficit democrático, trazan un escenario de fractura múltiple que lleva a preguntarse si es posible una regeneración endógena del sistema. El franquismo impregnó en la gente la creencia, como arquetipo casposo, del español díscolo e insurrecto, cuyo carácter se compadecía poco con la libertad, que confundía con el libertinaje, y necesitaba “mano dura” que lo llevara por el buen camino. Dicho prejuicio, rescatado de la vieja tradición del “viva las cadenas”, fue volcándose pacientemente en la ciudadanía de igual modo que la mantis religiosa inmoviliza a otros insectos para devorarlos, inyectándoles en las articulaciones un humor anestésico. De ello eclosionó el llamado franquismo sociológico de largo aliento en la singularidad del régimen político actual.

El filofascismo subyacente en la derecha nacional es el que ahora, sin ambages, se presenta para suplantar la etiología de la crisis social, institucional, política, territorial, volviendo a las simplificaciones rituales del autoritarismo para menoscabo de un diagnóstico racional de la realidad. Estamos en la fase eclosiva de un fascismo latente con la radicalización de una derecha ya de por sí estructural e ideológicamente en los bordes del ultraconservadurismo más sañudo. En este contexto, el debate político se diluye hasta convertirse en un territorio de violencia verbal donde todo se sustancia en una dualidad segregativa entre patriotas y traidores, buenos y malos españoles, en una voluntad autoritaria de exclusión de los que no comparten la ideología ultraconseradora en un formato antidemocrático donde la política solo puede contemplarse desde una relación de vencedores y vencidos.

La mecánica propagandística de los medios de comunicación dinásticos y estamentales de nuevo están resituando el espíritu de la opinión pública en los parámetros del franquismo sociológico. Es una suma de conductas extremadamente significativa del estado de espíritu que se está propagando en la sociedad. La libertad de expresión ya no es el pilar de la democracia, sino algo que se puede limitar con toda impunidad por motivos espurios. Los resortes autoritarios y represivos de la derecha, es una manifestación del clima de cruzada patriótica que se ha ido creando en los últimos años. Cruzada que es darle grave aliento al nacionalismo español en forma de anti-catalanismo, ese nacionalismo trasnochado y reaccionario que le hacía escribir a Luis Cernuda: “soy español sin ganas”, refiriéndose al desgarro emocional, intelectual y humano que supone vivir bajo el celaje de esa España minoritaria, cerril, truculenta, estamental y excluyente que reacciona con irracional violencia a todo cuanto se oponga a ella.

En la actual situación del país, lo más necesario es aquello que la izquierda absurdamente no acomete: la supresión de las leyes sobre las que se sustenta la deriva autoritaria propiciada por el PP, el fortalecimiento político de la soberanía ciudadana, la lucha permanente contra la inmoral desigualdad económica, la reforma del Estado y, por supuesto, la recuperación de la relación institucional en el conflicto catalán.

Contra el fascismo que nos amenaza