miércoles. 24.04.2024

Cataluña, la revolución democrática y el Estado fallido

cataluña

El caso catalán y la destrucción del pacto social son paradigmáticos de las disfunciones del sistema impuesto por el inmovilismo conservador

La vida pública española se sustancia, como imposición institucional y psicológica, en la más caliginosa de las mentiras: la confusión. Una confusión que relativiza los valores morales e ideológicos al objeto de configurar un escenario de equívocos donde la derecha y las minorías influyentes mantienen la hegemonía conceptual. Ya nos advirtió Herbert Marcuse que “el lenguaje no sólo refleja un control social sino que llega a ser en sí mismo un instrumento de control, incluso cuando no transmite órdenes sino información; cuando no exige obediencia sino elección, cuando no pide sumisión sino libertad.”  Orwell predijo que la posibilidad de que un gobierno autoritario fuera llamado “democrático” y una elección dirigida “libre”, llegaría a ser una forma lingüística –y política- familiar. Se trata de consagrar mediante la confusión conceptual  que las decisiones sobre la vida y la muerte, sobre la seguridad personal, se tomen en lugares sobre los que los individuos no tienen control. Son epifenómenos de la realidad más sustantiva: el desorden del poder público, la corrupción de las metas sociales, la falsificación permanente de los objetivos políticos, lo que conduce de forma dramática a la ausencia de los bienes sociales y culturales no persuasivos.

Decir que las ideologías resbalan sobre la sociedad, que la dejan intacta, que son expectoradas por ella, ha sido una trampa de la ideología más ingeniosa de todas, la ideología de la no-ideología. Es un intento de convertir en flatus vocis cualquier consideración política, metafísica o ética como orientación de la vida social. La estrategia de las élites económicas-financieras es arrojar a las mayorías sociales a la necesidad, necesidad material y la necesidad que surge de la carencia de alternativas. Nuestra vida, según  Ortega, es en todo instante y antes que nada conciencia de lo que nos es posible. Si en cada momento no tuviéramos delante más de una sola posibilidad, carecería de sentido llamarla así. Sería más bien pura necesidad.

En realidad las posiciones de los conservadores y la consagración del poder de las élites suponen un autoritarismo tout court ya que representa un determinado principio formal de deformación del antagonismo social. Se obvia que política y democracia son sinónimas: el objetivo de la política antidemocrática es y siempre ha sido, por definición, la despolitización, es decir, la exigencia innegociable de que “cada cual ocupe su lugar”, el que le designan los poderes fácticos, mientras que la verdadera lucha política, como explica Rancière, no consiste en una discusión entre intereses múltiples, sino que es la lucha paralela por conseguir oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo. En palabras de Slavoj Zizek el populismo de derecha, dice hablar en nombre del pueblo cuando en realidad promueve los intereses del poder.

El modelo autoritario de la derecha, inclusive cuando parte de la aceptación teórica del diálogo, plantea de inicio la imposibilidad práctica de su realización. En efecto, el diálogo abierto – en su sentido socrático o mayéutico- supone la aceptación de la autoridad racional, es decir, la premisa de lo revisable, discutible, opinable. El patrón de la conducta autoritaria propende a considerar toda revisión como una debilidad y la debilidad – centro medular de la autoridad inhibitoria y represiva- como una representación pública y social del fin del derecho. Más aún: el derecho es asimilado y transferido a lo puramente repetible, mecánico y donde la ley se convierte en fuente moral por el solo hecho de estar codificada, lo que hace, por tanto, imposible la organización racional del debate.

El caso catalán y la destrucción del pacto social son paradigmáticos de las disfunciones del sistema impuesto por el inmovilismo conservador. Cataluña, desde las Bases de Manresa y pasando por Cambó y Maciá, siempre ha tenido un proyecto político propio, pero también para el Estado Español, pero ahora por primera vez gran número de ciudadanos aspira a un proyecto sólo para Cataluña. Este fenómeno nuevo supone una rotura con un elemento que se ha dado en distintas etapas históricas donde Cataluña, mediante sus inquietudes y aspiraciones, se convirtió en vanguardia modernizadora de España. Es cuando resulta muy difícil imaginar un cambio en España cuando Cataluña se repliega sobre sí misma.

Es una dinámica histórica que los pueblos siempre se lanzan hacia objetivos más ambiciosos o atrevidos una vez que han agotado los más cercanos. Caminos adyacentes, en el caso de Cataluña, que ha ido dinamitando, con significativo plateau  en la sentencia del estatut, una derecha, supeditada en origen y en la praxis a los intereses de unas minorías económicas y sociológicas ajenas al escrutinio democrático,   y que junto a la explosión controlada del pacto social ha propiciado una crisis sistémica metastizada en todos los vericuetos sensibles del país. Un Estado privatizado sin proyecto de nación, que empobrece a sus ciudadanos, que expande la desigualdad, que limita los derechos y las libertades cívicas, carece de lo que Mommsen, al describir las costumbres de Roma, llamaba  un vasto sistema de incorporación. Se ha producido, como consecuencia, un vértigo centrífugo en la poliédrica realidad social, territorial, institucional y ética en un país donde la tradición autoritaria, puesta al día y ampliada por la FAES, propició la carencia de un espíritu colectivo, a la manera del volksgeneist alemán o del republicanismo francés surgido tras la revolución de 1789. O de la propia revolución americana, cuya estela aún se deja ver dos siglos después.

Cataluña vive, como consecuencia, un proceso de ruptura no tanto con España sino con un Estado fallido, como existe una ruptura social, que sólo podrán ser sobresanadas con una auténtica revolución democrática para la reconstrucción de un Estado que sea reflejo de la realidad del país en todos sus ámbitos constitutivos. El tímido reformismo es parte ya también de la confusión.

Cataluña, la revolución democrática y el Estado fallido