jueves. 28.03.2024

Una solución federal para Cataluña

El federalismo, como alternativa al inmovilismo de la derecha españolista y al secesionismo catalán, es el único camino que parece viable. 

Aludiendo a la actual situación política en Cataluña resulta recurrente la imagen de que estamos asistiendo a un “grave choque de trenes”, algo que siempre produce una catástrofe. A ello nos ha llevado tanto los delirios secesionistas como el inmovilismo de la derecha gobernante, incapaz de plantear propuestas políticas que contrarrestasen la creciente desafección de una buena parte de la sociedad catalana, el deseo de emprender un camino hacia la independencia.

Muchas han sido las etapas que nos han llevado a la actual situación y muchas han sido, también, las ocasiones perdidas para reconducir el desencuentro político entre Cataluña y el resto de España. Así, desde la recuperación de la democracia y, tras la aprobación de la Constitución de 1978, bien pronto quedó patente que el nuevo Estado Autonómico, pese a sus innegables ventajas, se quedaba corto para una nacionalidad histórica como era el caso de Cataluña, lo cual, al igual que ocurría con Euskadi, dificultaba el armonioso engarce territorial de la nueva España democrática. Por ello, fueron constantes las demandas de ambos territorios reclamando mayores cotas de autogobierno y, también, el reconocimiento de la “realidad nacional” sentida por muchos catalanes y vascos.

En el caso de Cataluña, se produjo una quiebra política y emocional tras la sentencia del Tribunal Constitucional de 2006 que, planteada tras el recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP, coartaba y limitaba buena parte del contenido del reformado Estatut de Cataluña. Desde este desgarro, ya nada fue igual y el “souflé” independentista y la desafección hacia España empezó a subir cada vez más en el horno de la política catalana. Un nuevo paso en este proceso tuvo lugar tras el intento de Artur Mas de negociar un nuevo pacto fiscal para Cataluña (2012), el cual recibió u  rotundo rechazo por parte del Gobierno de Rajoy. A partir de entonces, los acontecimientos y la deriva secesionista se aceleraron y son de sobra conocidos.

Así las cosas, a fecha de hoy, dos cuestiones parecen claras a la hora de hallar una solución razonable ante semejante marasmo político. La primera, pasa, sin ninguna duda, por el reconocimiento del derecho del pueblo catalán a decidir su futuro a decidir su futuro mediante un referéndum vinculante siguiendo los ejemplos de Québec y Escocia. La segunda, que si de dicha consulta legal saliese la decisión mayoritaria de que Cataluña permaneciese unida a España, ésta debería de articularse territorialmente con un modelo plenamente de signo federal.

El federalismo, como alternativa al inmovilismo de la derecha españolistas y al secesionismo catalán, tal vez, a fecha de hoy, es posible que llegue tarde ante el enquistamiento numantino en que se hallan sumidas las dos posturas confrontadas. Y sin embargo, es el único camino que parece viable. Para resolver la cuestión catalana, poco se puede esperar de la derecha, incapaz de reconocer la realidad plurinacional de España. Pero tampoco el PSOE, el otro partido que ha ocupado el Gobierno desde la recuperación de la democracia, está exento de responsabilidad. Tal es así que la defensa del federalismo tuvo escaso eco en su práctica política, tanto durante los años del gobierno de Felipe González (1982-1996), como durante los de Zapatero (2004-2011). De este modo, sólo la minoritaria corriente Izquierda Socialista (IS) y José Antonio Pérez Tapias, uno de sus más brillantes militantes, enarbolaron la bandera de la articulación federalista para España. Lo mismo podemos decir del PSC, que siempre manifestó sus profundas convicciones federales. Sin embargo, no fue hasta el nuevo pacto territorial propuesto en la Declaración de Granada de 2013 cuando el PSOE optó por la abierta defensa del federalismo: para entonces, se habían perdido unos años vitales para asentar  las propuestas federalistas que hubieran evitado en gran medida la deriva secesionista catalana y la huída hacia delante de Artur Mas y la conversión al independentismo de su partido, de CDC.

Por todo lo dicho es importante recordar que ya en 1987, hace ahora 28 años, el PSC ya planteó todo un modelo territorial federal que fue desoído por un PSOE en el poder liderado por el tándem Felipe González y Alfonso Guerra, nada proclives a estas ideas anclados como estaban en los viejos tópicos del jacobinismo centralista imperante en aquellos años de fulgurante hegemonía del felipismo. En consecuencia, el PSOE no apostó por el federalismo solidario, idea consustancial al pensamiento socialista, tal y como le demandaban sus compañeros del PSC y, en cambio, prefirió seguir pactando la gobernabilidad del Estado con las derechas nacionalistas del PNV y de CiU.

Las propuestas planteadas por el PSC hace casi tres décadas quedaron recogidas en un libro colectivo titulado Federalismo y Estado de las Autonomías (Barcelona, 1988) en el que expusieron sus puntos de vista políticos socialistas como Raimon Obiols, Pascual Maragall,, Jordi Solé Turá o Juan Prats, así como otros intelectuales miembros del PSC como los economistas Lluís Armet o Antoni Castells, los historiadores Isidro Molas, Jaume Sobrequés o Josep Termes (del PSUC), así como juristas y especialistas en Derecho Constitucional como José Antonio González Casanova. Anselmo Carretero, Xavier Arbós, Joan Marcel o Eliseo Aja.  Todos ellos asumían la complejidad de la nación española y, aún reconociendo el avance histórico y político  que ha supuesto el Estado de las Autonomías, reconocían que éste, ya a la altura de 1987, como señalaba Lluís Armet, “no ha dado una respuesta satisfactoria para la superación de los problemas de las nacionalidades históricas” y, consecuentemente, el federalismo era el modelo idóneo para lograr el “objetivo histórico” de incorporar a Cataluña y Euskadi a un “proyecto colectivo puesto que, habiéndose descentralizado la gestión y el gasto público”, éste proceso no había sido acompañado en la misma medida de una descentralización del poder político y por ello, ya en 1988, desde las filas del se PSC  demandaba el que se iniciase una segunda etapa del proceso autonómico, más política y menos administrativa y, de este modo, que los Gobiernos autónomos pudieran participar de forma directa en las decisiones del Estado que les afecten: éste y no otro era el sentido que, hace ya tres décadas, se demandaba a un Senado de corte federal. De este modo, la propuesta federalista de los socialistas catalanes de 1987 expresaba una preocupación ante las limitaciones del Estado Autonómico y, a la vez, era un interesante proyecto político para lograr la descentralización del poder político, idea clave del ideario federal. Además, como señalaba Pasqual Maragall, el ansiado Estado Federal debía ser aquel “en que todos los poderes han de compartir unos objetivos comunes y ser capaces de poner en marcha mecanismos para conseguir un mismo objetivo: la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos”.

Por su parte, González Casanova, redactor que fue de la Constitución de 1978, recordaba los antecedentes de las propuestas federalistas, tales como los intentos de crear un Estat Catalá federado durante la I República (1873), el proyecto de Vallés i Ribot de 1883, o la República Catalana proclamada en 1934 por el presidente Companys. Por lo que se refiere al PSOE, el tema federal no era nuevo pues, en su XI Congreso de 1919, hace prácticamente un siglo, ya se abordó la cuestión de las nacionalidades y, como recordaba Anselmo Carretero, en él se propugnó, a propuesta de la federación catalana del PSOE, “una confederación de nacionalidades ibéricas”.

Ciertamente, como premonitoriamente escribió Jaume Lorés en este libro de 1988, la propuesta federalista entonces planteada por el PSC, era “el último cartucho que le queda a Cataluña para incardinarse felizmente en España”. En consecuencia, hoy, tras demasiados años perdidos para apostar decididamente por el federalismo, nos hallamos ante una situación de máxima tensión política y cuyo desenlace es un enigma plagado de riesgos e incertidumbres. Por ello, volviendo a los símiles ferroviarios, tal vez lleguemos aún a tiempo para coger el tren del federalismo, la última oportunidad  para llegar a una estación que ponga fin a este conflicto político y territorial. Tal vez.

Una solución federal para Cataluña