viernes. 29.03.2024

Rajoy, Gibraltar y la piedra filosofal

Las piedras han acompañado al ser humano desde los remotos orígenes del mito, cuando el avispado Sísifo fue condenado a cargar eternamente con una de esas rocas tras haber desafiado a los dioses y a la muerte...

Resulta sorprendente la súbita sensibilidad ecologista con que el gobierno de Mariano Rajoy ha respondido a las autoridades gibraltareñas y su decisión de llenar el fondo marino de bloques de hormigón. Una reacción más llamativa, si cabe, al coincidir con el último informe de Greenpeace en el que vuelve a subrayar la hegemonía que el hormigón ha conquistado en las costas españolas, gracias en gran medida a la generosidad urbanística de la legislación del PP.

Por eso es preciso buscar razones más profundas para entender la obsesión que invade en las últimas semanas al gobierno español a propósito de Gibraltar. Razones, también, alejadas de la inmediatez del caso Bárcenas, de la supuesta cortina de humo con que, según la prensa extranjera, el PP intentaría ocultar sus vergüenzas de la doble contabilidad y, de paso, la sangría social de la crisis. No. Para los neoliberales celtíberos el asunto del Peñón es más transcendente que todo eso. Y así lo evidencia el hecho de que ya José María Aznar mostrase en el islote de Perejil la misma enfermiza ofuscación hacia estas rocas marinas.

En efecto, ambos comportamientos carecerían de sentido si no se tuviera en cuenta la carga simbólica que se esconde detrás de estos majestuosos roquedales. Porque, ciertamente, las piedras han acompañado al ser humano desde los remotos orígenes del mito, cuando el avispado Sísifo fue condenado a cargar eternamente con una de esas rocas tras haber desafiado a los dioses y a la muerte. Menos épico, León Felipe también nos recordó el parecido que tantas vidas tienen con esos pequeñas guijarros que nunca serán sillares de catedrales, palacios o audiencias, sino simples piedras aventureras.

En cualquier caso, Rajoy, como en su día Aznar, no busca en estas líticas fortalezas naturales la evocación de los clásicos. Tampoco el sentido de la existencia, ese que hoy de nuevo parecen perseguir los investigadores de la NASA que estos días diseñan los planes para traer desde Marte un cargamento de rocas en el que buscar el rastro de la vida sideral. En efecto, el pragmatismo de la derecha española siempre le ha mantenido alejada de elucubraciones ontológicas.

En realidad, la curiosidad y la pasión con que nuestros gobernantes se entregan a las rocas solo se comprenden por esas inclinaciones utilitarias. Porque la piedra que con loca obsesión persigue nuestro presidente no es otra que la piedra filosofal, esa mágica materia capaz de convertir los más vulgares y oxidados metales, en oro. Un sueño alquimista con el que Rajoy  aspira a solucionar todos los males de la patria: desde la deuda pública, al fondo de pensiones, desde la caja B del partido a los despropósitos de Urdangarín. Una panacea, en suma, que explica por sí misma la ofuscación con el Peñón. Al fin y al cabo, si el mismísimo Hitler no dudó en enviar a Himmler en busca del Santo Grial a las catalanas cumbres de Monserrat, cómo va a titubear Rajoy a la hora de aferrarse a la Roca, por mucho que la Pérfida Albión le amenace con la Royal Navy.

También es cierto que, al final, todo puede acabar en un espejismo. Pero, en última instancia, los grandes personajes son aquellos capaces de jugárselo todo en los momentos difíciles. Además, en el peor de los casos, Rajoy siempre podrá ver el risco gibraltareño como aquella piedra del camino que cantara Jorge Negrete, aquella que enseña que los destinos pasan por girar y girar. La misma que le tranquilizará en su despacho de la Moncloa al susurrarle al oído que, con dinero o sin dinero, puede hacer siempre lo que quiera porque sigue siendo el rey.

Rajoy, Gibraltar y la piedra filosofal