jueves. 28.03.2024

En España no se pone el sol… del pesimismo

El 87% de los españoles considera que, pese a la mediación de Santa Teresa, seguimos estando jodidos, muy jodidos.

Dicen que hubo un tiempo en que en España no se ponía el sol. Eran tiempos imperiales, cuando los galeones llegaban a Sevilla con sus bodegas repletas de oro y plata para, con la  facilidad con que arribaban, volver a zarpar para llenar con ese mismo cargamento las arcas de Jacob Fugger y del resto de banqueros alemanes, flamencos o genoveses, encantados con el chollo financiero de las bancarrotas de los Austria. Eran, sin duda, otros tiempos. Hoy, por el contrario, si algo no se pone en estas tierras es el pesimismo.

Porque los españoles, como la princesa de Rubén Darío, están tristes, desmoralizados, melancólicos. Lo confirma una vez más la última encuesta del CIS que vuelve a poner de manifiesto el pesimismo pertinaz en que están sumidos los ciudadanos de estas tierras, condenados a oscilar abruptamente en el imaginario colectivo de los tópicos, entre la fiesta y el sentimiento trágico de la vida. El último barómetro sociológico deja, en este sentido, poco margen para interpretaciones edulcoradas: cerca del 87% de los españoles considera que, pese a la mediación de Santa Teresa, tan alabada por el ministro Fernández Díaz, o al reparto de medallas oficiales a las vírgenes, seguimos estando jodidos. Incluso muy jodidos. Tanto o más que el año pasado, en opinión del 90% de los consultados que sigue tomando a broma el fin de la crisis publicado por Mariano Rajoy en el BOE.

Y no parece que la cosa vaya a cambiar. Al menos así lo piensa la gran mayoría dado que no llegan a tres de cada diez encuestados los que creen que el año próximo la economía irá algo mejor. Aunque, sin pretender ser un aguafiestas, bien podría suceder que los datos fueran y que esos tres escasos optimistas no sean más que Amancio Ortega,  Rafael del Pino o Juan Roig. Ellos o alguno de los brokers patrios que andan estos días vendiendo a precio de saldo acciones a Georges Soros, Bill Gates, Carlos Slim o Warren Buffet, magantes globalizados encantados con el margen de beneficios que les deja en su cartera el desguace económico y social al que ha sido sometido en los últimos años este país.

Porque junto a la tristeza, la melancolía y el pesimismo, otra cosa que no parece ponerse nunca en la España actual son las ruedas de molino del ajuste. Los representantes de la troika no dejan recordárnoslo a cada instante mientras, conteniendo a duras penas la risa, Olli Rehn le da palmaditas a Rajoy o Lagarde se contorsiona para mantener el equilibrio sorprendida por la imposible genuflexión de De Guindos. Así pues, los españoles deben ir preparándose para una nueva vuelta de tuerca a la rebaja de sus salarios o una nueva reforma laboral que contemple desgravaciones para los empresarios que inviertan en argollas, cadenas, cepos y látigos para sus empleados.

Sacrificios de hoy por el bien de un mañana. Un mañana indeterminado, eso sí. El más cercano, el previsto para el próximo año mantiene los mismos niveles de desempleo y precariedad social, aunque los tecnócratas de turno saquen las castañuelas de la alegría estadística a cada centésima en el repunte económico. Por lo pronto, los talibanes del neoliberalismo que pueblan Bruselas ya nos advierten de que el déficit público sigue descontrolado y que, si la economía no experimenta un súbito milagro de los peces y los panes, los españoles deberían ir haciéndose a la idea de próximos recortes adicionales por valor de 20.000 millones de euros.

En cualquier caso, llevado por el ambiente carnavalesco, el gobierno prefiere optar por la broma y la chirigota. Así, nos reclama pleitesía electoral por habernos sacado de la crisis, sino que en su benevolencia sin límites anuncia rebajas tributarias que nos obligarán a nuevos recortes o nuevos préstamos. Sin duda, los herederos de Fugger deben andar frotándose las manos. Al fin y al cabo, pocas cosas hay tan propicias para sus contabilidades como la estupidez malevolente e interesada de nuestros gobernantes. Y esa peculiaridad, como el lejano sol imperial, tampoco parece ponerse en estas tierras de Españas cada vez más sombrías.

En España no se pone el sol… del pesimismo