jueves. 28.03.2024

El salario del miedo

Analizados los programas electorales de cada partido que suma ese 60,92% de votos de cambio, hay suficientes coincidencias como para atreverse con un Gobierno de Concentración por el Cambio.

Aquella obra maestra del cine de Clouzot, como metáfora de las escenificaciones que los representantes políticos elegidos en las urnas, y sus adláteres, se esfuerzan desde el 20D en desarrollar ante la sociedad española. La tensión, el pánico y la incertidumbre de cuatro comisionados para transportar un imprescindible cargamento de nitroglicerina a través de accidentados e intransitables caminos, para acabar por un procedimiento expeditivo con el peligroso incendio de un pozo de petróleo.

Tras las promesas electorales llevamos días escuchando cómo unos y otros trazan líneas rojas, ponen condiciones y ultimátums, o exigen que sean los demás los que asuman la responsabilidad de una solución. Todos sabemos que –tras el cuatrienio negro de Rajoy- el PP tiene más que difícil cuadrar el círculo de la matemática electoral, y que es el único partido incapaz de sumar por sí mismo sus votos a los de ningún otro. Ni siquiera Ciudadanos le ofrece más que una tímida abstención, porque en el fondo Albert Rivera sabe que en realidad  muchos de sus planteamientos de cambio tienen más coincidencia con los de PSOE y Podemos que con los de Rajoy.

Nuestros representantes han de ser conscientes de que la sociedad española no quiere repetir las elecciones. Ha dado un mandato que obliga a que los partidos pacten, de un modo razonable, soluciones a la medida de las propuestas que hicieron en la campaña electoral. Y es suficientemente madura como para aceptar de modo realista que ese pacto recoja el máximo de sus aspiraciones. Pero el máximo posible, porque nunca fue tan cierto como en este caso que lo mejor es enemigo de lo bueno, y porque no podemos seguir sufriendo que la tercera parte de nuestra población, casi tres millones de ella niños, viva atrapada por la pobreza por la impotencia y por la postración.

Hay dos datos fundamentales en los resultados de las elecciones. El primero es que la izquierda ha sacado cerca de un millón más de votos más que la derecha. Y segundo es que ha habido más de quince millones y medio de votos que respaldaban propuestas de cambio de política: un 61,25% sobre el total de votos emitidos. Entre estos votos incluyo los de Ciudadanos –que se ha presentado como partido de cambio- y los de PNV y Coalición Canaria, que durante toda la legislatura  se han sumado al compromiso de derogar determinadas leyes proclamadas exclusivamente con la mayoría del PP. Ambos datos creo que orientan con suficiente claridad el sentido de por dónde han de avanzar las actuaciones políticas y los obligados pactos de los representantes elegidos. Representantes que no pueden escudarse a estas alturas ni en vetos ni en líneas rojas para buscar un entendimiento de gobierno. Ni en la supuesta inestabilidad de un gobierno pactado a varias bandas, porque es lo que se ha hecho hace menos de seis meses en gobiernos autonómicos y municipales.

Es cierto que es la primera vez que nos encontramos en España con tan variada representación parlamentaria. Pero nuestros representantes deben demostrar suficiente capacidad, responsabilidad e imaginación para encontrar el camino. En primer lugar, para establecer un acuerdo de legislatura, cuya tarea prioritaria consista en cumplir los compromisos de derogación de leyes que ahondaron la crisis social, y en considerar la promulgación de otras que vengan a atajar la situación de emergencia creada en nuestra sociedad. Y en segundo lugar, un Pacto de gobierno que acometa unas políticas de reequilibrio social, de fomento del empleo y de reconstrucción de nuestro sistema productivo, del establecimiento de una política fiscal más justa, y de retorno al consenso laboral del Pacto de Toledo.

Analizados los programas electorales de cada partido que suma ese 60,92% de votos de cambio, hay suficientes coincidencias como para atreverse con un Gobierno de Concentración por el Cambio, que rectifique los yerros anteriores y que ponga las bases para una nueva perspectiva de progreso para España. Por supuesto que todos tendrán que renunciar a algunos de sus planteamientos, ya que ninguno sacó el respaldo ciudadano suficiente como para mantenerlos. Pero todos ellos están obligados a gestionar una legislatura estable, que en este caso sumaría 208 diputados, y a sustentar un gobierno que –bajo unos acuerdos muy claros y concretos- haga que el país recupere el pulso político, social y económico, y sea capaz de afrontar su futuro.

De igual manera, un 60% de ciudadanos españoles han dado su voto a los partidos que planteaban una modificación constitucional. Basados en eso, esta legislatura debería abordar en paralelo –y sin interferir directamente con las políticas concretas de cambio- un diálogo sereno sobre los aspectos imprescindibles de una reforma de la Constitución.

Hemos de obligar a nuestros políticos a que tengan la madurez de ser consecuentes con el mandato del pueblo, a que se olviden de cálculos partidistas –o incluso de intereses de fracciones dentro de los propios partidos-, a que dejen de mirar por ahora cómo ganar votos, para dedicarse a ve cómo hacen algo de provecho con los votos que les hemos dado. Que el salario que les damos dejen de considerarlo un “salario del miedo” y lo conviertan en una retribución productiva, creativa y eficaz, para apagar el incendio que el cuatrienio negro de Rajoy nos deja como herencia. Nos lo deben.

El salario del miedo