martes. 23.04.2024

Un arriesgado proyecto de Estado

Cierto que Salvador Illa no debió negar con tanta contundencia su candidatura para presidir al PSC en las elecciones catalanas. Porque él mismo no se daba cuenta en ese momento de que su trabajo desde marzo le ha convertido en un patrimonio de todo el país que, mal que les pese, reconocen sus propios adversarios. Aunque también es cierto que no podía anticiparse a la decisión de los órganos decisorios de su propio partido.

Pero también es cierto que enzarzarse en ese detalle -por más que las cosas deben hacerse con mucho esmero, para evitar polémicas inútiles- es como quedarse embelesado con el dedo que te está señalando a la luna, como suele decirse.

Según comentan los bien informados, las condiciones para que Salvador Illa diera el salto de ministro a candidato a la Generalitat pasaban por varias premisas de estabilidad, que en el presente se cumplen: que el Consejo Interterritorial de Salud, con las Comunidades Autónomas, tuviera un funcionamiento que hubiese alcanzado la conveniente velocidad de crucero; que estuvieran aprobados los Presupuestos Generales del Estado, y que hubiéramos comenzado a recibir físicamente la vacuna contra el virus, teniendo organizado el plan logístico de reparto y vacunación.

Pero lo importante del tema no son esas circunstancias -aunque marquen una pauta de necesaria prudencia-, sino lo que parece querer afrontarse con ese paso, que a mi modesto entender tiene mucho más de estratégico que de mera coyuntura electoral.

Después de la crisis sanitaria de la pandemia y de sus graves consecuencias económicas, seguimos teniendo en España un problema territorial muy serio, cuyo epicentro sigue estando en Cataluña. Un problema con una corresponsabilidad enorme por parte de las diferentes fuerzas políticas, no sólo catalanas. Y que no se conjura ni hablando de patria y unidad de España, ni estigmatizando a los independentistas, ni aferrándose a la Constitución como arma arrojadiza. Sino sencillamente (y nada menos) dialogando y buscando caminos de entendimiento.

A mitad del primer trimestre del año en el que esperamos doblegar -al menos en buena medida- la pandemia, se celebran elecciones en Cataluña. Una oportunidad para cambiar de tercio y abrir nuevas vías que rompan con el frentismo. Y en ese contexto se puede modestamente pensar que con la “operación Illa” se trata de afrontar una opción estratégica. Una apuesta de Estado. No se trata de enfrentarse al independentismo, sino de tratar de generar unas circunstancias en las que haya sectores independentistas que puedan asumir una vía negociadora, y que vayan a la vez abandonando la imposible vía unilateral. Una difícil tarea para después de haber llegado hace tiempo a un punto que casi todo el mundo ha dado como de “no retorno”.

En política no hay nada imposible. Y quien no arriesga, difícilmente logra nada. Disolver, o amortiguar ese punto de no retorno sólo se puede hacer cambiando las condiciones en las que se ha llegado a él. Algo ha ayudado la desaparición de Torra (como mero emisario que era de Puigdemont) del centro de la escena política. Los partidos de la derecha mantienen inamovibles sus posiciones, porque siguen jugando a tratar de capitalizar el frentismo dentro de Cataluña, y a ganar votos en el resto de España, a costa de explotar el separatismo catalán. Por eso les toca mover ficha a los socialistas. Un movimiento arriesgado frente al que habrá incluso algunos barones propios (los García Page de turno) que jugarán a la contra, de manera miope. Pero no podemos engañarnos: como se rompe España es tratando únicamente de sojuzgar a quienes piensan diferente. Tenemos un ejemplo claro: el PNV -independentista él- ha sido en muchas ocasiones, y lo sigue siendo, un elemento de cohesión para la política del Estado. Y con gobiernos de diferente signo. ¿Por qué no intentar lo mismo en Cataluña?

A Miquel Iceta le ha tocado jugar las bazas más duras frente a un independentismo echado al monte. E imagino que él mismo reconoce que no es la clave de bóveda para construir un nuevo proyecto difícil, matizado y audaz. Illa llegó al Gobierno desde Cataluña, y puede volver a Cataluña habiendo demostrado un temple a prueba de “ayusos” durante la lucha contra la pandemia. Incluso ha tenido, en ese contexto, múltiples ocasiones para entenderse con quienes rigen la Generalitat; ya lo hizo negociando con ERC la investidura. Y alguien como él -que además suma la circunstancia de verse valorado positivamente en las encuestas-, ha demostrado que es capaz de navegar en aguas revueltas.

Pero lo importante es el proyecto que se vislumbra: desdramatizar España, abriendo caminos de diálogo y de cooperación política con quienes las derechas de las dos Españas están empeñadas en demonizar, con el objeto de perpetuar el frentismo irreconciliable y la ruptura dentro de España.

Vienen tiempos en los que tenemos que armarnos de imaginación y de mucha finura política. Tiempos para intentar una política de Estado y no de partidos. Tiempos en los que habrá negociaciones y medidas que pueden desconcertarnos a la primera, pero que tendremos que sopesar meditadamente para ver su trascendencia. Tiempos en los que España necesita que se hagan políticas valientes, precisamente para preservar y fortalecer su unidad. Desde y para la España real. No para la España inventada e impuesta de manera unilateral y dogmática. Tiempos de acuerdos y de cooperación política. Tiempos de diálogo, de creatividad y de valentía. En los que hará que hacer muchas veces oídos sordos a quienes tienen como hoja de ruta rasgarse las vestiduras y escandalizarse tácticamente para alborotar España.

Tiempos de política de Estado y de mucha pedagogía.

Un arriesgado proyecto de Estado