viernes. 29.03.2024

¿Podrán sobrevivir los sindicatos?

La supervivencia de los sindicatos (o su continuidad como fuerza decisiva) depende de la capacidad que, de manera autónoma, tengan para auto reformarse...

Primero.- «Se ha producido un golpe de estado silencioso». Estas palabras tan alarmantes no las ha pronunciado un extremista. Ha sido Simon Johnson, el economista jefe del Fondo Monetario Internacional durante los años 2007 y 2008 al inicio de los truenos de la gran tormenta económica (1). Es decir, una persona que está en las mismas entretelas del sistema y, como suele decirse, conoce el paño.

Nuestro hombre se está refiriendo a todo el proceso destituyente (diría Antonio Baylos) que ha provocado, y sigue erre que erre, la crisis económica y la gestión que se está haciendo de ella con sus estrechos vínculos con la crisis social, política e institucional que, en el caso español se está haciendo crónica. Es evidente la repercusión que tiene todo ello en la cuestión sindical.

Segundo.-  Un desparpajado Schumpeter se preguntó en cierta ocasión si podría sobrevivir el capitalismo (1).  La respuesta es conocida. Años más tarde alguien le corrigió la cartilla afirmando que «el capitalismo tenía los siglos contados».

Pues bien, si el premio Nobel (1973) se soltó el pelo en dicha ocasión, no veo la razón para que el común de los mortales no recurra  -con menos autoridad, desde luego- a un controlado desmelene. Digámoslo por lo derecho: ¿podrán sobrevivir los sindicatos? Quiero dejar claro que no estoy provocando sino, simplemente, llamando la atención. Que no es lo mismo, aunque ambos conceptos puedan estar emparentados.   

Tercero.- La supervivencia de los sindicatos (o, mejor dicho, su continuidad como fuerza decisiva e imprescindible, en mejores condiciones, para la defensa de los trabajadores y de la misma democracia) depende de la capacidad que, de manera autónoma, tengan para auto reformarse. Si ello no se produce el sindicalismo correría el peligro de convertirse en un sujeto periférico, en un suburbio de la city. Sobre ello hemos hablado de manera insistente en otras ocasiones relacionándolo con el cambio de paradigma que ha desplazado la hegemonía fordista hacia otra «placa tectónica».

Cuarto.- En esta ocasión, junto a lo ya manifestado en otros momentos, queremos relacionar la supervivencia del sindicato con el «proceso destituyente» que hemos referido más arriba.

El sindicalismo se ha ido conformando –al menos desde la segunda postguerra mundial--  sobre la base de una acumulación de bienes democráticos (derechos, instrumentos y poderes) que, por lo general, han conformado una línea ascendente de conquistas, especialmente en lo que se ha dado en llamar Estado de bienestar. Este es el sindicalismo que hemos conocido, o –por mejor decir— hemos ido conformando.

Hoy el proceso destituyente está poniendo todo ello patas arriba. Cierto, a pesar de una importante movilización sostenida. Que lógicamente es de carácter defensivo, como no podía ser –de momento-  de otra manera. O, si se prefiere, ese movimiento tiene un carácter instintivo como respuesta de la gran mayoría damnificada. Pero, si hemos de decirlo todo, ese defensismo no garantiza de por sí la paralización del proceso de marras. Siendo verdad, también, lo contrario: si no hubiera tal presión de masas la cosa estaría definitivamente cantada.

Quinto.-  Entiendo, tal vez erróneamente, que con la actual forma-sindicato no se garantiza su supervivencia y, menos todavía, una ampliación de su fuerza: primero, para interferir el proceso destituyente y, segundo, para recuperar las conquistas perdidas y, al tiempo, proceder al diseño de un Estado de bienestar con un encaje favorable en el nuevo paradigma postfordista.

Sexto.-  De la necesidad de proceder, gradualmente, a la autorreforma sindical hablaron Toxo y Fernando Lezcano en un famoso artículo, concretamente en “Reivindicarnos y repensarnos: sindicalismo, trabajo y democracia”. Pues bien, así hablaron en julio de 2011. Parece un tiempo prudencial para preguntar educadamente qué se ha hecho desde entonces. Porque, si se hubiera empezado por algo –aunque fueran cosas aparentemente modestas— ahora estaríamos en mejores condiciones para verificar lo realizado y, desde ahí, seguir avanzando.

Me parece a mí que urge recuperar el discurso de la auto reforma del sindicato. Quiero decir, de todo el sindicalismo.

Séptimo.- Ahora bien, las cosas tienen su intríngulis. Porque las grandes auto reformas del movimiento de los trabajadores –las que de verdad hicieron época— no salieron de proyectos abstractos sino de experiencias que ya estaban parcialmente en marcha. Pongamos tres ejemplos de época: 1) los movimientos protosindicales ingleses tenían ya un cierto germen de cosa nueva que, gradualmente,  fueron solidificándose hasta su conversión en sindicatos (Unions); 2) la discontinuidad que provocó en su día el movimiento de comisiones obreras (así, en minúsculas) acabó conformando una nueva representación de los trabajadores; y 3) antes de que el sindicalismo italiano de principios de los setenta conformara en los centros de trabajo los famosos «consejos de fábrica», estos ya existían en las empresas más importantes del país.

Tenemos, según parece, una limitación a la elaboración de un proyecto de auto reforma sindical. Hasta donde yo sé, no hay experiencias que vengan de los centros de trabajo a la búsqueda de nuevas formas de representación.

Octavo.- Sin embargo, hay una excepción no menos importante en la historia del sindicalismo español de una auto reforma que vino desde arriba. Me refiero a nuestros abuelos confederales de la CNT. Joan Peiró a la cabeza propuso la reconversión de los sindicatos “de oficio” en Federaciones de Industria. No pocos dolores de cabeza le dieron a Peiró sus compañeros que, durante mucho tiempo, le pusieron la proa. Hasta que nuestro hombre se salió con la suya. Tuvo coraje nuestro abuelo Peiró: nunca dio cuartelillo a quienes tenían la nostalgia como método de análisis. 


(1) Joseph A. Schumpeter en Capitalisme, socialisme i democràcia. Edicions 62 (Barcelona, 1989) en la traducción catalana a cargo de Antoni Montserrat y Jaume Casajuana, con prólogo de Fabian Estapé. 

¿Podrán sobrevivir los sindicatos?