viernes. 29.03.2024

Mentecatos en el Parlament de Catalunya

La primera sesión del Parlament aprueba una declaración que, para simplificar, indicia claramente la independencia de Cataluña: es el conocido camino de la «desconexión».

Cuando la sagrada familia era lo que era -sepan que no me refiero a Jesús, María y José, sino a la parentela de los Pujol Ferrusola- se producía simultáneamente un fenómeno: la combinación de dos santos oficios, el de rebañar por todos los sitios suculentas cantidades de parné y el gobierno de la Generalitat. Con todo, podríamos decir que, tanto la intendencia como la política, tenían un sentido de la coherencia, sea esto lo que sea. El viejo patriarca gobernaba a su modo -no entraremos en detalles en este ejercicio de redacción-   con una aproximada dignidad republicana. Con el heredero político, Artur Mas, las cosas siguieron como antes, pero llegó un momento que las costuras de algunas instituciones de la Generalitat empezaron a  convertirse en una zahúrda, entre ellas el Parlament que se autorreferencia como templo de la palabra diferida del pueblo catalán.

La primera sesión del Parlament aprueba una declaración que, para simplificar, indicia claramente la independencia de Cataluña: es el conocido camino de la «desconexión». A partir de ese momentum se produce una descomunal algarabía, como no podía ser menos, en la opinión publicada. Wifredo el Velloso (aquí conocido como Guifré Lo Pilós) aprieta las espuelas del caballo, mientras allí Rodrigo de Vivar (o sea, el famosamente llamado Cid Campeador) decide esperar y barajar imitando a Don Tancredo.

La declaración del Parlament da la vuelta al mundo: la comentan en las barberías de Santa Fe, capital de la Vega de Granada, y en el Financial Times. De la ciudad cuatriarcada se sabe que provoca caballunas retrancas (allí conocidas como malafoyá); del Financial Times sabemos que es catalogada sobriamente como una «locura» (folly). Pues bien, creíamos que el Parlament de Catalunya había agotado su capacidad de generar esperpentos.

No tal. Ahora nos endilga una nueva literatura, que habrá provocado cierto estupor en la talabartería jurídica de especialidad constitucional. El Parlament de Catalunya se dirige al «desconectado» Tribunal Constitucional para explicarle de qué va la historia en respuesta a los recursos presentados por don Tancredo y sus costaleros. Y le explica que «la declaración de ruptura no es vinculante que sólo es una declaración de intenciones».

Háganlo detenidamente, rebañen cada palabra porque lo merece.

De esta nueva posición del Parlament deberían sacarse algunas consideraciones, a la espera de que voces más solventes que la mía expliquen hasta qué punto hay un choque entre la dogmática jurídico política de la segunda con relación a la desconectadora de la primera. Mis observaciones son prima facie estas: la asunción de que el hilo argumental de la primera era un bodrio intencionado. Por ejemplo, el extraño vínculo entre legitimidad y legalidad, entre libertad y democracia que argüían los rábulas que la redactaron y los mentecatos que la aprobaron. Ni siquiera los estudiantes de primero de Kelsen hubieran hecho algo tan disparatadamente estúpido. Un inciso: sabida la diferencia entre error y disparate, podemos decir que un error es relativamente fácil corregirlo, pero ¿cómo se corrige un disparate?

Lo que es motivo de calenturienta especulación es por qué se ha dado esta contorsión. ¿Se trata de un brusco meandro? ¿Es un paso atrás para, no se sabe cuándo, dar dos hacia adelante? Si fuera así, se tendría que corregir la contorsión entre la declaración desconectadora y el recurso al Tribunal Constitucional. Mantener la validez de ambos planteamientos equivaldría a situar al Parlamento a la altura de, metafóricamente hablado, una pocilga política. Y, en aras a la silogística, habría que añadir: el recurso es, en fondo y forma, una criptica desautorización al planteamiento de la CUP. No sería de extrañar: los franciscanos nunca se llevaron bien con los dominicos, que monopolizaban la lógica aristotélica. En aquellos tiempos, Asis, la patria de Francisco, y Caleruega, la de Domingo Guzmán, eran dos mundos distantes y confrontados.

Mentecatos en el Parlament de Catalunya