viernes. 19.04.2024

La ayuda de la amistad ( y 3)

El tiempo ha certificado que el aumento de la crispación Catalunya España produce réditos electorales a los crispadores. ERC ha desarrollado una gran habilidad...

El tiempo ha certificado que el aumento de la crispación Catalunya España produce réditos electorales a los crispadores. ERC ha desarrollado una gran habilidad en provocar las respuestas testiculares del nacionalismo español  porque le llenan de  votos su zurrón del no nos quieren. Y viceversa, para el PP peninsular ERC ha sido un filón electoral, de tal manera que los populares se  han convertido en los primeros fabricantes mundiales de independentistas catalanes, hasta el extremo de que cuando hablas con muchos  independentistas es difícil distinguir si se quieren librar de España o del PP. Porque uno de los  indiscutibles atractivos de la Catalunya independiente es que perdería de vista el PP y sus mayorías absolutas. No han estado ERC y los populares solos en el empeño de tensar la cuerda, pues han gozado con la complicidad de sectores socialistas a quienes un trimestre sí, y el otro también, se les repite el milagro de Bélmez  y en la pared de las sedes se  les transparentan manchas perennes  con la cara de  Rosa Díez.

Sin embargo las vigas en los ojos ajenos no pueden hacer olvidar las vigas en los ojos propios. Hoy el federalismo de izquierdas catalán parece cautivo y desarmado, mientras se juega el partido de una liga en la que no participan, jugada entre nacionalismos excluidores y exclusivos. El federalismo fundacional del PSUC y de ICV chupa banquillo y al tímido centrocampismo del PSC le falta altura y fuerza física y tiene que limitarse a ver como la pelota transita de área a área, mientras que el líbero de Duran i Lleida no tiene a quien pasarle la pelota y acaba retrasando al portero. 

Probablemente ha llegado el momento de hacer política, porque hasta ahora el laberinto catalán ha sido sobre todo un laberinto de pasiones que transitan entre el corazón, el estómago y los genitales, estelados o rojigualdos. El problema es que la política es diálogo y transacción, razonamiento donde ganar significa ceder, y aquí parece que los que tienen la sartén por el mango no están para mariconadas, porque aquí y allá se lleva lo de macho ibérico sin río Ebro de por medio, que aquí ibéricos somos todos. Nuestra izquierda ha perdido el relato, ICV aguanta el tipo con su firmeza en las reivindicaciones sociales e intenta blindarse en un hermético Dret a Decidir para no convertir el oasis precario de independentistas y federalistas en una zona de conflicto y el PSC no encuentra el sitio para construir un consenso que le sirva en las Barcelonas y en los Madriles.

La izquierda no se encuentra el pulso, porque la crisis está descosiendo la cohesión social, los partidos políticos con escasa militancia ya no son un espacio de creación de opinión, de comprensión de la realidad y de construcción de espacios ilusionadores  de futuro, si no se dedican a soplar en las brasas de las emociones colectivas. El independentismo genera eso, ilusión, un sentimiento que ayuda a escaquearse de la realidad. Cuando alguien intenta demostrar que hay ilusiones difícilmente alcanzables, los ilusionados le cantan  aquello que cantaba la Cabra Mecánica, no me llames iluso porque tengo una ilusión.

Una España federal es imposible, te dicen los amigos, pero a la vez te argumentan que la independencia es posible porque Catalunya lo quiere. Si Catalunya lo quiere lo conseguirá, sentencian convencidos. Es aquello que explica muy bien Victus: “En la mentalidad común de los catalanes anida un principio moral único, tan defectuoso como enternecedor: siempre están seguros de tener la razón de su parte. (...) Lo extraordinario del caso catalán es lo que deduce de ello: puesto que tienen razón, el mundo acabará por dársela”.

No sé si el mundo dará la razón a la independencia, pero TV3 y el poder mediático nacionalista se la dan cada día. En el espacio de comunicación propio ha desaparecido la pluralidad, la igualdad de oportunidades de las opiniones, donde el no independentismo federal o inmovilista, es marginal o marginado. ¿Tú votarías no? te pregunta escandalizada gente con la que has compartido años de penas y alegrías políticas. El Dret a Decidir, reivindicado como un alto principio democrático, se ha convertido en un derecho unívoco, el derecho a decir que sí. Decir no, hoy en Catalunya, es comer del fruto prohibido del árbol del bien y del mal, por lo cual serás arrojado del paraíso, condenado a ganarte el pan con el sudor de la frente en Barcelona World y a vagar sin patria junto al PP y a Ciudadanos.

Tenemos una izquierda paralizada ante el debate nacional,  de la que muchos esperamos que un día de estos le alcance el milagro bíblico del levántate y anda. ¿El derecho a decidir significa también que podremos ejercer el derecho a decir que sí al federalismo, o la Via Catalana es una vía única, que excluye caminos de acuerdo? Necesitamos practicar la prudencia de la razón y del argumento  -lo que menos necesitamos es un desgarro social profundo entre sentimientos-, verbalizar el discurso de los hechos y las realidades no solo en el terreno de los nóes, sino sobretodo en el de los síes, para ser capaces de dibujar ilusiones alternativas de que hay otra Catalunya y otra España posible, en lo territorial y en lo social.  Defender un gran acuerdo, constituyente o constituido, que inaugure unos derechos y  restituya otros.

Necesitamos hacerlo whit a little help from my friends, pero probablemente para la izquierda catalana la ayuda más urgente sea la de nosotros mismos.

La ayuda de la amistad ( y 3)