jueves. 28.03.2024

El caso Heredia: la mentira como arma política

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Miguel Ángel Heredia, Secretario General del Grupo Socialista en el Parlamento español.

Lo de Heredia no es un caso aislado, sino que se inscribe en una estrategia general orientada a intentar deteriorar la imagen y la credibilidad de Pedro Sánchez, desde los días en los que todavía era Secretario General del PSOE

La utilización de la mentira como arma política tiene una larga historia. Durante el período de entreguerras del siglo pasado parecía que todo estaba permitido, mientras los extremismos competían por ver quién iba más allá en la utilización de las mentiras, las argucias y las exageraciones. Aquel fue un tiempo terrible, en el que la agudización de los problemas sociales corrió paralelo a una agudización de los conflictos y a unas confrontaciones políticas en las que se pensaba que todo valía para conseguir determinados objetivos. Y como no podía ser de otra manera, al final las palabras cargadas de odio, las mentiras políticas y la instrumentalización y la cosificación de las personas acabaron conduciendo a una guerra cruel e inhumana, en la que no había más verdad que la lógica impuesta por los contendientes y los vencedores.

¿Arrasar a los contrarios?

En nuestros días se está volviendo a vivir un clima político enrarecido, en el que parece que todo vale, donde no importa la palabra dada y donde cunde la desafección, la desconfianza y las simplificaciones políticas y demagógicas. Y donde solo parece imperar la lógica del poder en sí, y el recurso a la dialéctica “amigos/enemigos” y a los propósitos de “aplastamiento” a los contrarios. O “arrasar”, como dicen algunas, sin entender que en política el propósito de los demócratas es convencer y no “arrasar” o “aplastar” a los que no piensan igual.

El debate que está teniendo lugar en el PSOE, en buena parte tiene sus raíces –y sus influencias− en este enrarecimiento del clima político y en el abuso de los comportamientos insidiosos, de las argucias y de las dialécticas de confrontación que no son precisamente ejemplares y que, en ocasiones, se sitúan en las antípodas de los principios y valores de la democracia y del sano debate entre personas y líderes que no coinciden en sus planteamientos. Y que no por ello deben dejar de respetarse y escucharse francamente.

Afortunadamente, tal tipo de comportamientos no son atribuibles a la mayoría de los que están participando, más o menos activamente, en estos debates y confrontaciones políticas. Pero el mismo hecho de que hayan aparecido en escena, y que estén siendo utilizados con descaro e impunidad, es un signo de desviación política inquietante.

¿Impunidad ante las mentiras?

Algunos casos que han salido a la luz pública durante las últimas semanas revelan la poca sensibilidad que existe en determinados ambientes sobre la utilización de las mentiras como arma política. Cuanto mayores son las mentiras –parecen pensar− mucho más efecto producen.

El caso Heredia –al que apenas se ha prestado atención, ni ha dado lugar a ninguna medida disciplinaria− es muy ilustrativo de la situación a la que se ha llegado, y de la indiferencia existente ante un tipo de comportamientos que tienden a “normalizarse” y que empiezan a ser considerados como parte de una nueva cultura política. Cultura a la que algunos, incluso, describen con conceptos tan ambiguos como pretendidamente adormecedores. Por eso, habría que preguntarse cuáles son las consecuencias de que las mentiras políticas puedan ser calificadas como “fenómenos propios de la época de las post-verdades”. ¿”Post-verdades”? Mediante la degradación y el oscurecimiento del propio lenguaje se puede empezar a perder la batalla a favor de la decencia política.

Como los viejos castellanos, habría que ser capaces de llamar al pan, pan y al vino, vino. Y también a la mentira, mentira, sin más matices ni adornos.

El hecho de que un diputado 'susanista' muy importante, que actualmente es nada menos que Secretario General del Grupo Socialista en el Parlamento español, se reúna –¿en secreto?− con un grupo de jóvenes socialistas y les intente manipular con una intoxicación tan monumental como decirles que “el Secretario General de CC.OO, Fernández Toxo, le ha advertido que Pedro Sánchez tiene un pacto secreto con los independentistas catalanes para propiciar la división de España”, es en sí mismo una enormidad incalificable. Pero que, punto y seguido, cuando Fernández Toxo reacciona muy enfadado diciendo que todo es mentira, y que ni conoce a ese señor, ni nunca ha hablado con él, el propio Portavoz Adjunto reconozca que efectivamente todo es mentira, y que no pase absolutamente nada, eso sí que es tremendo. Y que lo mismo suceda con los graves insultos proferidos –en dicha reunión− a una diputada socialista, a la que luego “pide disculpas” y con eso –piensa− queda todo arreglado, revela el punto de deterioro al que se ha llegado.

Patrañas políticas

Pero lo más grave es que lo de Heredia no es un caso aislado, sino que se inscribe en una estrategia general orientada a intentar deteriorar la imagen y la credibilidad de Pedro Sánchez, desde los días en los que todavía era Secretario General del PSOE.

La patraña de que existe un informe del CNI en el que se da cuenta de los pactos secretos de Pedro Sánchez con los independentistas radicales para abrir la vía a la fragmentación de España, así como otros disparates de supuestas palabras suyas, que incluso se “entrecomillan” para darlas más verosimilitud, son muestras palpables de hasta dónde se puede llegar por la vía de emplear la mentira como arma política, casi como arma de “destrucción masiva”.

El famoso e inexistente “Informe del CNI sobre Pedro Sánchez” que tanto se ha manejado, incluso en altos círculos políticos, es una patraña de tal magnitud que recuerda otros casos muy sonados que se utilizaron en los años de entreguerras, incluso como instrumentos para potenciar y justificar el odio y la persecución política y social. El caso más extremo y singular fue posiblemente el de los famosos “Protocolos de los sabios de Sion” que nunca existió, pero que sirvió de coartada para justificar crímenes horrendos.

La necesaria regeneración política

Cuando se opera de esta manera, no solo se están difuminando las fronteras de lo que es o no es lícito en política, sino que se causa grave daño a las personas y a las instituciones. Desde luego, en el caso citado, el CNI quedaría señalado y desprestigiado por entrar en el delicado campo del espionaje a ciudadanos españoles, pero también quedarían señaladas todas las personas que fueron engañadas en su buena fe por tan maliciosa patraña. Y que, plausiblemente, reaccionaron de manera impropia ante la patraña. Patraña que, por lo demás, se desacreditaba a sí misma por la evidencia incuestionable de que Pedro Sánchez ha demostrado con hechos evidentes que es el único líder político español –de momento− que, puesto ante esa posibilidad, no se dejó seducir por los cantos de sirena de los independentistas ni de los izquierdistas imposibles de Podemos. Si hubiera aceptado las condiciones de unos y otros –como ahora se sostiene− Pedro Sánchez sería en estos momentos el Presidente del Gobierno de España y no estaríamos padeciendo la vergüenza de ver cómo se agita sobre la Moncloa un huracán de corrupciones y engaños.

Pero, lo cierto (empíricamente) es que Pedro Sánchez no pactó en su día con tales extremismos, por lo que resulta inverosímil –y nada creíble− que haya pactado en secreto con posterioridad. Pero eso no importa. Ahora de lo que se trata es de intentar erosionar su credibilidad, incluso intentando poner en su boca –y en su programa− cosas que nunca ha dicho.

A Heredia le pillaron in fraganti y no le quedó más remedio que reconocer que mentía –como si tal cosa y sin que tenga consecuencias−, pero, ¿cuántos han estado propalando patrañas y mentiras similares sin que existan evidencias grabadas? No solo a Fernández Toxo y a CC.OO se les ha intentado meter ilegítima e impropiamente en este debate, sino a ex Ministros como Miguel Sebastián, que rápidamente ha desmentido “haber dicho cosas que se le atribuían sobre Pedro Sánchez”, sin que los periodistas y voceros que propalaron esas patrañas hayan tenido la dignidad de reconocer que mentían.

Tanta indiferencia ante las mentiras y tanta actitud comprensiva por parte de los que pretenden distinguir entre mentidas propiamente dichas y mentirijillas y “post-verdades”, considerándolas como parte del juego político –según dicen−, es un signo del deterioro moral que está instalándose en nuestra sociedad y en el interior de determinadas organizaciones políticas.

De ahí la importancia –y la urgencia− de acometer ante este tipo de corrupciones –aunque no solo− un serio proceso de regeneración moral y política de nuestra vida ciudadana y de nuestras instituciones. Todo menos los silencios cómplices.

El caso Heredia: la mentira como arma política