viernes. 29.03.2024

Dilemas y nuevas posibilidades electorales del PSOE

Históricamente, los partidos socialdemócratas han tenido su apoyo estratégico básico en las clases trabajadoras. Un apoyo que, amén del que recibían de determinados sectores de las viejas clases medias artesanas, profesionales e intelectuales, daba lugar a electorados bastante compactos y nutridos.

Por eso, cuando las estructuras de clase de las sociedades industriales fueron complejizándose y surgieron importantes núcleos ocupacionales de servicios y de oficina, los partidos socialistas realizaron debates muy intensos orientados a precisar las claves de la incorporación a sus filas –también− de los diferentes sectores asalariados de las “nuevas clases medias” emergentes. Sectores sin los cuales sus electorados potenciales podrían haberse visto mermados en magnitudes significativas.

Esta capacidad adaptativa permitió a los partidos socialdemócratas más sagaces mantener mayorías electorales suficientes como para gobernar, e impulsar y asentar conquistas sociales tan importantes como las que vinieron de la mano del Estado de Bienestar y de los avances prácticos de la ciudadanía social.

La evolución que están experimentando los sistemas productivos en nuestros días está conduciendo también a nuevas estructuraciones sociales, afectadas directamente por la nueva naturaleza de las condiciones y relaciones económicas y laborales, con nuevos modelos organizativos e innovadores medios tecnológicos (economía digital, robotización, producciones y ventas de mercancías en redes y just in time, etc.), que dan lugar a una notable diversificación de las experiencias laborales y de las prácticas de consumo.

Con lo cual, las estructuras de clase se han complejizado considerablemente, así como las experiencias laborales y vitales de muchísimas personas. De forma que un partido político que actualmente solo se dirija a –y pretenda el apoyo de− un sector social concreto tiene escasas posibilidades de concitar apoyos mayoritarios.

Electorados selectivos

En la actualidad, prácticamente todos los partidos políticos se dirigen a electorados bastante diversificados y complejos, intentando obtener apoyos para proyectos estratégicos de interés general. Consecuentemente, las ventajas competitivas de los partidos que tienen vocación mayoritaria –y, por lo tanto, capacidad de gobierno− tienden a concentrarse especialmente en sectores sociales específicos, a los que se les tiene que dar el trato –podríamos decir− casi de “electorados selectivos”, o incluso de “electorados estrella”, en la medida que son los que –comparativamente− permiten que esos partidos puedan llegar a obtener mayorías diferenciadas.

Aunque cada país y cada partido constituye una realidad singular, en el caso del PSOE sus victorias electorales de 1982 y de las legislaturas sucesivas se explican por la capacidad que tuvo este partido para concitar en torno a un proyecto atractivo de modernización, europeización y cambio no solo a las clases trabajadoras tradicionales, sino también a amplios sectores de las pujantes clases medias de aquellos momentos, junto a sectores importantes de la juventud, la intelectualidad y el mundo de la cultura. Es decir, aquella amplia base social de apoyos potenciales –y efectivos− permitió pensar a los estrategas del PSOE de aquellos momentos en gobiernos de mayoría, superando la frontera del –y las aspiraciones al− 29/30% en el que había quedado en las primeras elecciones del ciclo político de la Transición Democrática.

Desde el presente puede parecer que aquello fue fácil, o que vino dado por simple inercia. Pero la verdad es que requirió amplias dosis de ambición (no conformarse con los porcentajes ya alcanzados), un liderazgo sólido (con equipo) y capacidad de diseño estratégico (basado en análisis rigurosos de la realidad).

Cuando aquel ciclo se agotó, y determinados sectores sociales empezaron a dar la espalda al proyecto, el PSOE volvió a parámetros electorales similares a los de su punto de partida (por debajo del 30%), con algunos repuntes y bajadas puntuales (en dientes de sierra), similares a las experimentadas por otros partidos socialistas europeos.

Ventajas y desventajas comparativas

Durante los últimos lustros, las subidas y bajadas del PSOE se explican en gran parte en función de la debilidad o fortaleza –comparativa− de los apoyos que este partido ha logrado concitar en cada momento entre dos sectores específicos de población que tienen una importancia estratégica clave –y diferencial− para el PSOE en estos momentos: los trabajadores manuales y los jóvenes. Lo cual no significa que otros grupos de su electorado (potencial o efectivo) no tengan también un peso relevante, de acuerdo a la propia naturaleza y evolución de las actuales estructuras demográficas y sociales.

Precisamente, la gran complejidad de las estructuras sociales de los países de nuestro tiempo da lugar a que casi todos los partidos tengan unos componentes relativamente similares en sus electorados en lo que se refiere a diversas variables sociológicas básicas (edad, sexo, estudios, territorio, etc.). Lo que hace más decisivos los apoyos de los sectores en los que cada partido tiene mayores ventajas diferenciales y que, por lo tanto, alcanzan la condición de sectores “testigo” o indicadores relevantes del voto.

Los partidos conservadores, por ejemplo, tienen ventajas entre los electores con mayores niveles de ingresos y de estatus (que no suelen ser muy numerosos, pero sí bastante influyentes), así como entre aquellos que tienen arraigadas convicciones religiosas (que sí suelen ser nutridos, aunque con un peso descendente entre los jóvenes).

El voto latente socialista

En cambio, los partidos socialistas tienen –o han tenido− más apoyos –comparativamente− entre los trabajadores, entre los jóvenes, así como entre los núcleos más innovadores y avanzados de las clases medias urbanas. De hecho, el PSOE ha venido contando históricamente con bastantes más apoyos entre estos sectores que el PP. Lo que marcaba una diferencia –y una ventaja− bastante significativa. Sin embargo, el debilitamiento de estos apoyos y su dispersión entre un mayor número de partidos (especialmente entre Podemos, pero también entre Ciudadanos), ha conducido a un mayor debilitamiento de los apoyos electorales de base del PSOE.

Por eso, sus posibilidades de avance electoral real en estos momentos estriban en alto grado en poder alcanzar de nuevo un voto diferencial neto entre los trabajadores y los jóvenes. Aunque no solo.

Es decir, la evolución de la población activa y la desmanualización creciente de muchas tareas productivas, está dando lugar a que el volumen total de trabajadores manuales y semimanuales disminuya bastante en el conjunto de la población activa. De ahí la importancia de mantener más movilizados y cohesionados a los votantes de esta caracterización. Algo para lo que va a ser muy importante el papel de los sindicatos y la capacidad del PSOE para actuar en sintonía con ellos. Perspectiva que en estos momentos parece que se ha abierto de manera sólida.

Más compleja va a ser la situación y las perspectivas de los jóvenes, que constituyen un electorado no solo importante numéricamente –por mucho que las nuevas cohortes de edad estén experimentando un decrecimiento constante−, sino cualitativamente. Por el plus que su apoyo añade a cualquier partido.

De hecho, en los años más boyantes electoralmente del PSOE su apoyo entre los jóvenes triplicaba o duplicaba cumplidamente al que obtenía el PP. Sin embargo, en las elecciones de 20 de noviembre de 2011, que ganó Rajoy con mayoría absoluta, la proporción de jóvenes que apoyaba al PSOE cayó vertiginosamente, incluso llegando en algunos momentos a ser más los jóvenes que votaban o pensaban votar al PP.

Después de la aparición de Podemos en escena las cosas se complicaron aún más, sobre todo en los períodos en los que este nuevo partido logró atraer a tantos votantes jóvenes como el PSOE. E incluso, en determinados momentos, algunos más, llegándose a un punto en el que el voto juvenil apenas añadía peso electoral diferencial a ningún partido. Especialmente en coyunturas en las que los jóvenes se sentían poco atendidos –y representados− en sus problemas y necesidades por prácticamente todos los partidos.

El volumen total de voto joven –extendiendo su frontera hasta los 35 años− representa una cifra total de ocho millones seiscientas mil personas (vid. gráfico 1). Lo cual no debe minusvalorarse –por mucho que otras cohortes de edad sean más numerosas−, debido a que los problemas y carencias que sufren los jóvenes –de considerable gravedad− les hacen más susceptibles de cohesionarse electoral y políticamente en torno a un partido político, si ven que ese partido es el que mejor puede defender –y defiende− sus intereses y necesidades. De ahí la oportunidad que tiene el PSOE actualmente de desempeñar tal papel. Y hacerlo con la suficiente credibilidad y garantías.

En definitiva, si el PSOE es capaz de operar nuevamente como el más adecuado y eficaz portavoz y representante de amplios sectores –y territorios− de la sociedad española y, a la vez, si logra consolidar un voto diferencial suficientemente importante entre los jóvenes y los trabajadores manuales, podrá situarse nuevamente en los espacios y niveles político-electorales en los que se decide la buena o mala gobernabilidad de España.

Después del 39º Congreso existen fundadas esperanzas y posibilidades de que el PSOE vuelva a cumplir nuevamente ese papel.

cuadro votantes

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