jueves. 28.03.2024

¿Cuál es la verdadera estrategia de Rajoy?

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La estrategia de Rajoy es simplemente aguantar y resistir, procurando que las tormentas y los aguaceros caigan encima de los demás, mientras él permanece a buen resguardo en la Moncloa

Adolfo Suárez tenía fama de encantador de serpientes. Cuando quería llegar a un acuerdo con alguien, era capaz de desplegar todo un repertorio de elementos de persuasión, halagos amigables y aproximaciones afectuosas. Y lo mismo les pasaba a varios de sus colaboradores más próximos, algunos de los cuales evolucionaron en poco tiempo de la dialéctica amigos-enemigos propia de los regímenes autoritarios, a unos talantes y modos de trabajo democráticos desde los que veían a los adversarios no comoenemigos a los que habría que destruir y machacar, sino como adversarios respetables a los que, en su caso, había que procurar atraer y convencer, y con los que siempre había que estar dispuestos a encontrar lugares de encuentro y posibilidades de entendimiento y pacto.

En cambio, hoy en día Mariano Rajoy y su círculo de pretorianos/as se encuentran en las antípodas de tal tipo de comportamientos y talantes.

Cualquier observador imparcial que, por ejemplo, hubiera asistido a los dos debates de investidura que han tenido lugar en este período, y que no supiera de antemano lo que se ventilaba en el Parlamento español, hubiera pensado que Mariano Rajoy, su Vice y su portavoz eran más bien los típicos líderes de partidos de extrema-derecha, que solo intentan arrasar, y no convencer, a sus adversarios. Si alguien le hubiera dicho a ese observador externo y distanciado que en realidad Mariano Rajoy pretendía llegar a un acuerdo de gobernabilidad, en especial con el PSOE, nuestro buen observador se hubiera sorprendido y quizás hubiera sonreído antes de comentar: “¡Caray los españoles, qué maneras más raras tienen de cautivar y convencer a los contrarios!”, y posiblemente preguntaría guasón: “¿Siempre lo hacen a base de garrotazos, descalificaciones e insultos?” “¿Cómo van a decirles que sí, pardiez?” “Eso es casi propio de maltratadores”. Y llegado a este punto no podría evitar preguntar en voz en alta lo que le llevaba a pensar la famosa leyenda negra sobre los españoles: “¿Proceden de la misma manera en el terreno amoroso? No es de extrañar que tengan tanta violencia de género”.

Bromas aparte, lo que están haciendo Mariano Rajoy y su círculo de pretorianos es bastante extraño y peculiar. De hecho, Mariano Rajoy, a lo largo de su dilatada carrera política, ha demostrado sobrada capacidad para urdir pactos y acuerdos de diverso tipo. Aunque, la verdad es que lo hizo en contextos en los que aquel que decidía no tenía como segunda a una persona tan belicosa y tan poco escrupulosa como su Vicepresidenta, ni a un portavoz tan agresivo y violento como el que actualmente ejerce de paladín de todas las batallas a base de mandobles.

Con tales mimbres es difícil tejer buenos cestos y hacer posible acuerdos razonables, aunque sea en mínimos aspectos. Por lo tanto, no es que Rajoy no sepa, sino que no quiere. Así de sencillo.

Si alguien se ocupara de hacer un estudio académico sobre la lógica política que ha inspirado el proceder de Mariano Rajoy durante los últimos años y, en especial, durante los últimos meses, podría identificar en su trayectoria todos los elementos que son precisos para lograr alcanzar un buen bloqueo político. De hecho, algunos de los que reclaman pactos y cuasi-rendiciones a Pedro Sánchez y al PSOE, podrían ocuparse de intentar encontrar alguno de los elementos que los teóricos de la negociación y el pacto entienden que son necesarios –y en algunos casos imprescindibles− para caminar por la senda de los entendimientos. Y no habría que perder de vista que en España necesitamos –y vamos a necesitar− amplios entendimientos para hacer frente a problemas acuciantes.

El caso es que el núcleo de poder establecido en torno a Mariano Rajoy –y él mismo por acción o por omisión− se han dedicado a destruir prácticamente todos los puentes de diálogo e interlocución, que ni siquiera José María Aznar, con todo lo que se quiera, pensó en demoler. No solo se trata de que durante los últimos años –con sus precedentes− el diálogo político haya tendido a convertirse en bronca sistemática, y que en múltiples aspectos el Gobierno y el partido de Rajoy se haya ganado a pulso convertirse en el típico partido antipático (Nasty party, que diría Esperanza Aguirre) para amplios sectores de la sociedad española, sino que una parte de la acción política del Gobierno de Rajoy ha estado inspirada por criterios autodefensivos y de auténtico miedo a la libertad. Su política antisindical, su boicot al Pacto de Toledo, su política de orden público (con la Ley Mordaza y otras muchas cosas), su arrogancia regresiva, recortadora e intrusiva en materias de educación, investigación, salud, bienestar, justicia, etc., revelan fuertes componentes de desconfianza hacia los ciudadanos y de distanciamiento de los parámetros característicos de una sociedad abierta. Algo que revela hasta qué punto muchas de tales posturas y contramedidas han estado dictadas desde el miedo. No solo el miedo a lo social, sino el miedo a la libertad, acompañado por la voluntad de utilizar los resortes del Gobierno (sobre todo en Interior) como instrumentos de poder; sin escrúpulo alguno. Y la corrupción sistémica ocupando cada vez en mayor grado el escenario político.

De ahí que el espectáculo que se nos está dando desde las elecciones del 20 de diciembre no sea sino una prolongación lógica de toda la trayectoria anterior, de la que Rajoy no está dispuesto a desdecirse ni a separarse un ápice, sobre todo por temor. Un temor que aumentó exponencialmente cuando él y su círculo vieron que muchos millones de españoles les habían dado la espalda en las urnas, y que apenas pudieron recuperar un número insuficiente de votos en la segunda convocatoria encadenada del 26 de junio.

La estrategia de Rajoy, en este contexto, es simplemente aguantar y resistir, procurando que las tormentas y los aguaceros caigan encima de los demás, mientras él permanece a buen resguardo en la Moncloa, hasta que pasen los nubarrones más peligrosos –para él− de la tormenta judicial que se avecina al PP. ¿Quién se va a atrever a imputar, o citar, o mencionar, a todo un inquilino de la Moncloa?

A tal propósito, pues, Rajoy dedica todos sus recursos, no precisamente, ni solo, los dialécticos, en un ejercicio aplastante de exhibición de fuerza y de movilización de medios, que no se orientan tanto a intentar convencer a Pedro Sánchez –no se sabe muy bien de qué−, como a lincharle y erosionarle de cara a unas próximas elecciones; mientras que con una mano se nos dice –o se escribe− que tales elecciones serían un desastre, con la otra se continúan preparando a conciencia, desde la misma noche electoral del 26-27 de junio. Noche en la que Mariano Rajoy organizó su primer mitin de la nueva campaña –con una perorata surrealista− a las propias puertas de su sede oficial en la calle Génova de Madrid. Y en eso están.

¿Y esa es toda su estrategia? –nos dirán algunos. Acaso no le podrá acabar ocurriendo como a esos combatientes del chiste que en una de las guerras árabe-israelíes se retiraban y se retiraban con diligencia y alboroto por el desierto del Sinaí, y cuando un periodista les preguntó cuál era su estrategia, ellos replicaron: “La misma del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, retirarnos y retirarnos, y esperar a que lleguen las nieves”.

Pero no hay que engañarse. Rajoy no está esperando las nieves. Se podrá decir que no es un gran estratega, y que no tiene ni aporta ideas y proyectos brillantes de futuro, pero es un buen táctico, como acredita su biografía política. Y, de momento, está consiguiendo desgastar a los otros partidos, ninguneando a Podemos, maltratando y semi-parasitando a Ciudadanos hasta dejarles casi sin espacio político propio y, sobre todo, bombardeando sin cesar y sin clemencia a Pedro Sánchez.

Uno de los problemas más graves de este tipo de proceder con un tacticismo de vía estrecha, es que están produciendo daños objetivos a nuestra situación social y económica como país, con efectos negativos para muchos españoles, y con evidente erosión en la credibilidad de nuestras instituciones. Por eso, mientras Rajoy y los suyos lanzan bombas (explosivas, incendiarias y de humo) y ganan tiempo, continúan aprovechándose de su situación de privilegio para continuar pagando favores y recompensas (los de Soria, los de la sobrina de De Guindos –según se dice− y muchos otros que no se ven ni se conocen), con un proceder recurrente de adictos a la cosa que dista mucho de los parámetros exigidos por Ciudadanos para llegar a acuerdos, e incumplirlos sistemáticamente desde el primer minuto. Obviamente, una ocasión más para que Hernando abronque y desprecie a los diputados de Ciudadanos por cualquier otro motivo, haga o no haga al caso, que ya se sabe para lo que valen los botes de humo.

El último gran despropósito –de momento− es la “original” interpretación jurídico-legueyesca lanzada por la Vicepresidenta, según la cual un Gobierno en funciones, que tampoco ha sido respaldado explícitamente por el Parlamento actual, no tiene por qué dar cuentas de su proceder al mismo Parlamento que le ha negado sus votos. Es decir, haga o no haga nada, el Gobierno, aunque en funciones, no responde ante nadie. Ni siquiera cuando procede como en el caso Soria, y otros que eventualmente puedan darse, o estén dándose. Lo cual significa que el Presidente Rajoy y los suyos tienen carta blanca para lo que les venga en gana, sin tener que responder ante nadie que no les haya apoyado expresamente. ¡Qué tipo de concepción democrática tendrán en mente algunos! y ¡qué tipo de coherencia lógica! ¿Qué tipo de sorpresas nos tendrán preparadas hasta que se celebren las próximas y sucesivas elecciones? Desde luego, la Moncloa cada vez puede parecerse más a un paraíso ideal de gobernantes que no desean dar un palo al agua, que no quieren que se les importune por lo que hacen, ni se les llame la atención por sus muchos incumplimientos programáticos, que no tienen por qué ir a reuniones internacionales aburridas, en las que se hablan lenguajes extranjeros (para eso se manda a subalternos) y, además, en la que solo hay que acudir al Congreso en las fechas −y ocasiones, o no− en las que te viene bien comunicárselo a tu buena amiga la Presidenta del Parlamento. ¿Será este el sueño en el que Rajoy venían deleitándose desde que aprobó las oposiciones a Registrador de la Propiedad? ¡Cuántas cosas insólitas!

¿Cuál es la verdadera estrategia de Rajoy?