viernes. 19.04.2024

De volantes y mayorías

La idea de que el partido que obtiene más votos debe ser el que gobierne no encaja muy bien con un sistema parlamentario.

Sé que no es una muestra estadísticamente fiable, pero varios de mis amigos sostienen que de todas las buenas series de televisión sobre política, la que más se parece a la realidad de la política española es la danesa Borgen. Claro que si restrinjo el universo a personas que hayan tenido experiencia de gobierno, entonces el valor estadístico de mi muestra mejora bastante.

La serie cuenta las peripecias de una primera ministra danesa. La primera ministra en cuestión no es la líder del partido más votado en las elecciones, sino la que ha sido capaz de conseguir una mayoría parlamentaria que la respalde. Esa es una diferencia notable entre las democracias parlamentarias y las de carácter presidencialista. Las dos formas dan lugar a democracias igual de legítimas y con buen rendimiento político para sus sociedades. Ninguna es perfecta, cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Pero, en tiempos de dificultad, todos tendemos a ver las ventajas del otro sistema y las desventajas del nuestro.

Nunca olvidaré una conversación de mi mujer y mía con nuestros amigos Fiona y Nick mientras circulábamos por la cartesiana, métrica y decimal Francia en su exótico coche inglés con el volante a la derecha. Ellos envidiaban nuestro sistema proporcional a la hora de elegir a los parlamentarios, porque entendían que en un sistema como el suyo, si vives en una circunscripción en la que tu partido está en minoría, tu voto no tiene ninguna utilidad práctica. Para animarlos les dije: “bueno, pero en las circunscripciones uninominales tenéis más contacto con vuestro parlamentario”. A lo que me contestaron: “sí, lo vemos por televisión repartiendo octavillas en los días de campaña”. Está claro que siempre nos parece más verde el prado del vecino.

En todo caso conviene recordar que lo verdaderamente incómodo es circular por una carretera francesa o española con un coche británico, o viceversa. Es decir, lo incómodo es importar sólo una parte del sistema, sea la disposición del volante o el carril por el que se circula. Y lo mismo pasa en política. La idea de que el partido que obtiene más votos en una elección debe ser el que gobierne de manera automática no encaja muy bien con un sistema parlamentario, entre otras cosas porque ese gobierno deberá contar durante los años que dure la legislatura con el apoyo de ese parlamento. Y lo mismo vale para un ayuntamiento, por cierto.

Así que lo más sensato es que dejemos de fabular con la incómoda idea de poner el volante a la derecha en un país que conduce por la derecha, o de elegir automáticamente presidentes y alcaldes a los candidatos con más votos populares en una democracia parlamentaria y no presidencialista. Lo razonable es que en los parlamentos y en los ayuntamientos se formen mayorías coherentes desde el punto de vista político y programático. Mayorías que puedan encajar sus programas sin tener que traicionar lo esencial de los mismos, y que los representantes pongan al frente de esas mayorías a quienes sean capaces de liderarlas. No conviene confundir Borgen con House of Cards.

De volantes y mayorías