viernes. 29.03.2024

Pensar sin barandillas

Nuestra sociedad necesita serenarse, pero no es fácil entre lo que sufren unos y lo que gritan otros, que no necesariamente son los mismos.

Nuestra sociedad necesita serenarse, pero no es fácil entre lo que sufren unos y lo que gritan otros, que no necesariamente son los mismos. Estamos demasiado ocupados en arrojarnos las víctimas de la crisis unos a otros como para sentarnos a hablar entre nosotros. Estamos demasiado asustados de la rabia de los nuestros como para arriesgarnos a que los otros nos puedan convencer de algo. ¿Cómo se lo explicaríamos a los mismos a los que hemos calentado durante tanto tiempo? Hablar sin argumentarios de madera, a cuerpo gentil, es un riesgo demasiado elevado en una sociedad en la que muchos festejan el “zas” en toda la boca. Pero nuestra sociedad no tiene otra salida que elevarse sobre el dolor y la rabia indignada, y arriesgarse a dialogar de verdad.

Nuestro país padece una crisis peor que la crisis económica, sufre una crisis de diagnóstico. Desde hace unos años se han instalado dos explicaciones para todos nuestros problemas. La primera es que los políticos son corruptos. La segunda es que los políticos son tontos. Con esas dos explicaciones cualquiera puede dar una respuesta al problema social más complejo que le presenten. ¿Por qué hay paro? Porque los políticos son corruptos o tontos. ¿Por qué hay colas en las urgencias sanitarias? Por culpa de la inmoralidad y la estupidez de nuestros representantes. ¿Por qué los niños suspenden matemáticas? Porque los políticos son unos ladrones y el ministro de Educación es de letras. Sin embargo, a pesar de su sencillez, esas no son buenas explicaciones. Con esas explicaciones se puede vencer a los adversarios políticos, pero no a los problemas de nuestra sociedad.

Obviamente hay corruptos y tontos entre los representantes, pero probablemente no en una proporción mucho mayor que entre los representados, es decir, pocos. Cualquiera que entre a formar parte de una institución democrática se encuentra con que la mayor parte de la gente que hay allí son personas decentes y con un buen nivel formativo. Así que le propondría al amable lector o lectora que hiciera el experimento mental de tratar de explicar la diferencia de diez puntos porcentuales en la tasa de paro de dos provincias de la misma comunidad autónoma, sin recurrir a lo de la corrupción y la estupidez de los políticos.

Hannah Arendt nos animaba a pensar sin agarrarnos a las barandillas de la ideología. La ideología dominante del neoliberalismo lleva trabajando tres largas décadas para debilitar al poder político, y ha encontrado sorprendentes aliados, por cierto. ¿Cuánto tiempo somos capaces de aguantar hablando sobre cualquier problema de nuestra sociedad sin que el vértigo nos haga agarrarnos a las barandillas de la estulticia y la maldad de los políticos para sostenernos? ¿Cinco minutos? Estaría bien poder hablar cinco minutos seguidos sobre cualquier problema sin recurrir a esas muletas, pruébenlo con ustedes mismos y con sus amigos, y exíjanselo a sus representantes. Porque, si lo conseguimos, habremos empezado a resolver los problemas de nuestra sociedad o, por lo menos, a diagnosticarlos mejor.

Pensar sin barandillas