viernes. 19.04.2024

El pozo envenenado

 Lo fácil sería decir aquí que el PP es un partido corrupto hasta los tuétanos, pero sería injusto. La inmensa mayoría de los afiliados, concejales, diputados, del PP, son personas honestas que nada tienen que ver con la corrupción. Esto debería ser una obviedad, pero, por desgracia, hace ya muchos años que, precisamente desde las filas del PP, se importaron técnicas de marketing político de Estados Unidos que se basan en destruir la reputación de los adversarios mediante gruesos brochazos de acusaciones de corrupción. Con el tiempo muchos han aprendido esas técnicas. Mi madre suele cantar una coplilla que dice: “A mi amigo lo llevé/ a casa de quien yo amaba/ tan bien aprendió el camino/ que luego él me llevaba”. El camino que nos enseñaron los estrategas de la derecha está ahora muy transitado. ¿Para qué discutir sobre modelos de crecimiento económico o los mecanismos de financiación de la sanidad pública, pudiendo acusar de corrupción al adversario? En retórica se llama “envenenar el pozo”. Si consigo que la gente piense de alguien que es un corrupto, todo lo que salga de él será rechazado.

El miércoles pasado vimos al presidente Rajoy sentado en el banquillo. Es verdad que como testigo, un testigo que afirma que ni vio nada, ni supo nada. Mucha gente no lo cree, pero es posible que, mientras desde los comités de campaña electoral, el señor Rajoy dirigía la estrategia de ensuciar a todo el PSOE con acusaciones de corrupción, ni se le ocurriera preguntarse de dónde salía el dinero para alimentar a sus propias filas. Uno puede concederle el beneficio de la duda al señor Rajoy, pero ¿y sus mensajes al tesorero Bárcenas? ¿Por qué le pedía que resistiera? ¿Qué es lo que hacía el presidente Rajoy cuando le decía a Bárcenas “hacemos lo que podemos”? No es todo el PP, no son todos los dirigentes del PP, hay muchas personas, la inmensa mayoría sobre las que no tenemos derecho a albergar ninguna duda, el problema es que sí es razonable sospechar del señor Rajoy, y esa sospecha es demoledora para la legitimidad de todo nuestro sistema democrático. Algo que han sabido aprovechar muy bien los enemigos tradicionales del sistema político que los españoles nos dimos en 1978.

Los resultados de las dos últimas elecciones generales no dieron la victoria a la izquierda, se pongan como se pongan quienes sostienen lo contrario. De hecho los desafío a un duelo, pero en lugar de a espada, les propongo que el arma sea una suma. Lamentablemente ni la crisis, ni la gestión de la derecha de la crisis, dieron la victoria a la izquierda, pero la izquierda pudo propiciar un gobierno cuyo presidente no estuviera bajo la sombra de la sospecha. Ese presidente pudo ser el señor Sánchez, pero el señor Iglesias no quiso. O pudo ser un dirigente del PP que no fuera Rajoy, pero nadie quiso explorar esa posibilidad. ¿Por qué? Quizá ocurra que hay demasiada gente en todas partes interesada en que el pozo de la política siga envenenado. Mientras algunos hacen su agosto todo el año, a la inmensa mayoría se nos van los días mirando la bolita.

El pozo envenenado