sábado. 20.04.2024

Dale un carguillo

Tocqueville se percató de que los intelectuales franceses eran más dados a la elucubración teórica que los ingleses, sobre todo en política.

Los seres humanos somos muy dados a las convenciones. Enseguida hacemos una categoría de cualquier anécdota, y a partir de ahí construimos nuestra opinión. Y no una opinión cualquiera, sino una de esas opiniones que rigen nuestras vidas o, si tenemos oportunidad, las vidas de los otros. El mecanismo funciona más o menos de la siguiente manera: cuando ves a un taxista, a un político o un cantante de rock, da igual, piensas que todos son como aquel que conociste una vez y que se comportará como lo hizo aquella persona la única vez que la viste comportarse. Por alguna buena razón esa forma de proceder la tenemos tatuada en las neuronas desde que éramos cazadores y recolectores. Y lo cierto es que nos ahorra mucha energía cerebral (pensar), aunque es obvio que no pensar también tiene algunos inconvenientes.

El gran Alexis de Tocqueville se percató de que los intelectuales franceses eran más dados a la elucubración teórica que los ingleses, sobre todo en el terreno de la política. Igualmente observó que los juristas que participaban en los asuntos públicos solían ser más conservadores que aquellos que estaban excluidos, que solían ser enemigos del régimen. Y lo cierto es que, en general, la intelligentsia francesa fue siempre bastante más radical y revolucionaria que la inglesa, generalmente más pragmática. Normalmente nuestro cerebro se conforma con la explicación de que la propensión de sus intelectuales a la abstracción o al pragmatismo tiene que ver con los caracteres nacionales francés e inglés. Pero hay gente que hace el esfuerzo de pensar. 

Raymond Boudon, un genial sociólogo francés que, por hacer el chiste, no parece un sociólogo francés, da una brillante respuesta a la observación de Tocqueville: “cuando el intelectual está colocado en un campo en el que le cuesta hacerse pasar por experto, hay más posibilidades de que se vuelva ideólogo”. Las instituciones inglesas daban más facilidades para que los intelectuales se ocuparan de la administración de los asuntos públicos, mientras que las francesas, por el contrario, mantenían a los intelectuales al margen de la gestión práctica de los problemas políticos. No era el carácter nacional el que definía la diferente “propensión” de los intelectuales franceses e ingleses a la abstracción o al pragmatismo, sino las desiguales posibilidades de integración laboral en la administración pública que ofrecían a los intelectuales las instituciones de ambos países.

En buena medida nuestra intelligentsia actual está formada por periodistas, profesores y profesionales en general. Pocas veces tienen la oportunidad de gestionar asuntos públicos, y sin duda eso tiene cierta influencia en su deriva ideológica. No hay nada mejor que poner a un tribuno de tertulia al mando de la, tan injustamente denostada concejalía de festejos, para convertirlo al pragmatismo. Dice el refranero: “si quieres conocer a fulanillo, dale un carguillo”. O, también podríamos decir, si quieres convertir a un revolucionario de tertulia en un reformista tenaz hazlo concejal de servicios sociales.

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