martes. 23.04.2024

Casi como una familia

Un partido político no es una familia. Sin duda las relaciones entre sus miembros deben ser fraternales, pero no es una familia...

Los manuales de sociología describen a la familia como la forma más frecuente y extendida de grupo social. Las hubo y las hay de muchos tipos. Desaparecen formas tradicionales y aparecen otras nuevas. Pero la familia sigue teniendo una enorme importancia en nuestras vidas, más de la que imaginamos. La familia se cimenta sobre valores y afectos muy fuertes, quizá los más fuertes. Es normal que protejamos a la familia como institución; unos, quizá bastante errados, tratando de fijarla en una forma determinada; otros defendiendo la diversidad de lo humano, también en las formas de familia.

Por desgracia en las familias no todo es como esperamos, no todo es amor y lealtad. Hay sociedades en las que las familias son, en sí mismas, estructuras de dominio y explotación de unos miembros por otros. Pero en otros casos no se trata de un problema cultural, sino de que alguien está violando las normas, y no solo las normas.

Durante mucho tiempo la norma social para esos casos era que «los trapos sucios se lavan en casa», así que cuando se producían actos de maltrato, de violencia o de abusos sexuales, los trapos se lavaban en casa, es decir, se dejaban sucios. Esa era la forma de «proteger» a la familia que se concebía comúnmente. La lealtad a la familia era soportar en silencio la brutalidad y el abuso. Durante mucho tiempo el Estado no se atrevió a inmiscuirse en la vida familiar. Pero incluso cuando el Estado legisló derechos para los ciudadanos por encima de la autoridad de la familia, hubo quien siguió insistiendo en resolver los abusos de puertas para adentro. Denunciar a un padre violador ante los tribunales era visto como algo más terrible aún que la violación. A estas alturas de la historia siguen siendo necesarias campañas para combatir esa concepción de la lealtad familiar.

Un partido político no es una familia. Sin duda las relaciones entre sus miembros deben ser fraternales, pero no es una familia. Porque la materia con la que trabaja un partido político es el poder, no el amor. Los comunistas condenados en las purgas de Stalin confesaban, antes de ser ejecutados, crímenes que no habían cometido, para salvar la causa que pilotaba el propio padrecito Stalin. Es lo que llamaban conciencia de partido. Desde luego, como familia, eran muy abnegados pero no muy demócratas. Después de treinta y ocho años de militancia en el partido socialista no se me ha desarrollado esa conciencia. Verdaderos socialistas me enseñaron, cuando me afilié, que la disciplina es lealtad recíproca entre dirigentes y dirigidos, y también lealtad a las normas democráticas, y que si no lo es, entonces es sumisión. Si se violan los derechos de un miembro de una familia es más que legítimo acudir a los tribunales, además de quejarte al resto de la familia. Si se conculcan los derechos de los militantes de un partido, con igual razón. Quien traiciona a la familia o al partido es el que viola esos derechos, no quien denuncia la violación en los tribunales. A lo mejor habría que hacer una campaña en la tele.

Casi como una familia