miércoles. 24.04.2024

Feliz quien, como Reverte, ha hecho un bello viaje

javier reverte

La vida era aquello que comenzaba cuando el tren salía de la estación, una mochila repleta de ropa limpia, un cuaderno en blanco y un billete de ida y vuelta. Todavía pesaban más los libros que la vida. Si en los primeros trayectos extranjeros el laberinto de Gerald Brenan servía de guía interior, conforme pasaban las estaciones, Javier Reverte se hizo cada vez más compañero de viaje. Si don Gerardo fue y se quedó, Reverte regresaba para contarlo. Si Kapuściński fue el maestro en la lejanía, Javier Reverte fue ese narrador cercano que regresaba para sentarse a nuestro lado cada mañana de invierno. 

Los libros de Reverte no amarillean inmaculados en la estantería, sino que reposan cual desfile ajado de viejos combatientes. Cuentan los viajes que cuentan, pero también los viajes vividos. Ejemplares únicos. Biográficos. Forrados o no. Subrayados. Manchados. Escritos en los márgenes y con billetes de tren entre sus hojas. Pequeños mapas y esquemas habitando en las páginas de cortesía. Libros convertidos en cuadernos de viaje y de vida. Viajes en los que el camino era largo y en el que se compartía vagón, viandas y filosofías con desconocidos. Libros que se convertían en compañeros de viajes imprescindibles para mitigar las largas horas de espera. 

Las páginas de Reverte saben a trenes que llegaban de madrugada a lugares donde nunca había una reserva esperando. Conocen los ojos vigilantes de las noches en vela de estaciones y parques. Huelen a café caliente de amanecer y a hermanos de viaje recién conocidos. Javier Reverte es ese viajero sencillo y culto que, como quien pasa por casualidad, narra el devenir de los seres que habitamos el mundo, minúsculos como gusanos. Habita también en el suelo desde el que mira de frente, sin pedestales. No camufla la opinión personal en sesudas teorías. Come y habla. Bebe y calla. Comparte la vida y el camino con Ulises y con Dimitri, con el rey y con el paisano. Bárbaros todos, pues bárbaro es extranjero. Una cita en cada página y un recuerdo en cada línea. Siempre una derrota. 

Feliz quien, como Reverte, ha hecho un bello viaje. Tres veces feliz, escribía Carlos García Gual en el prólogo de Corazón de Ulises, pues Reverte hizo unos bellos viajes, aunque algunos fueran bellamente crueles, los escribió y los concluyó. Andó muchos caminos y vio a las sombras negras disparando a las gentes de Sarajevo. Navegó por las capas de la historia de cada lugar que habitaba. Se cruzó con esas gentes que apestan la tierra, la mala gente que riega de sufrimientos el mundo. Pero fue también quien escuchó a las buenas gentes que viven, que laboran, que pasan y que sueñan bebiendo con ellos su vino o compartiendo su agua fresca. Hoy las páginas de Reverte huelen aún más al caminante de Machado. Hoy, en un día como tantos, descansa sobre la tierra y como única patria, la mar.

Feliz quien, como Reverte, ha hecho un bello viaje