jueves. 28.03.2024

¡Señor Rajoy, sentimos vergüenza de usted!

rejoy congeso

Sabemos que la sinceridad es un regalo caro de ahí que no podemos esperarlo de los políticos del PP

El señor Rajoy, su gobierno y no pocos políticos, están convencidos de que, como escribe Miguel Hernández en su poema “Vientos del pueblo”, somos un pueblo “de bueyes que doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos”, o delante de las mentiras; lo que lamentablemente no somos, como termina la estrofa: “leones que levantan la frente y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa”, o con la negación del voto en las urnas, a todos los que nos mienten impunemente. Y como “el grito de Munch”, antes de cualquier análisis de las palabras leídas en su comparecencia en el Congreso, decidiendo “quién ha sido vencedor y quién vencido”, como han hecho políticos, periodistas y tertulianos, mi primera y casi única conclusión y grito es que sentimos vergüenza de usted y de los que le han aplaudido.

No tienen empatía; no es que no tengan corazón, es que simplemente no son conscientes de la importancia de su actuación; su orgullo les bloquea la autocrítica, practican la vanidad ideológica y la prepotencia programática y por ello son capaces de anteponer su propio interés a la verdad política. Si la vida pone a cada uno en su lugar, ante el cinismo de los diputados populares, en su zona en el Congreso habría que poner escaños supletorios. ¡Qué certeramente se expresó quien dijo: “Nos mean y decimos que llueve”!

¿Por qué aplauden esos imbéciles?, manifestaba indignado y extrañado un tertuliano y diputado del Partido Popular al contemplar en televisión cómo aplaudían muchos diputados venezolanos a las excéntricas palabras del presidente Maduro en la Asamblea. Eso me peguntaba yo mismo viendo a los diputados populares aplaudir -ya lo hicieron bochornosamente en aquel discurso del indigno expresidente Aznar, aplaudiendo el ominoso apoyo de España a la injusta guerra de Irak contra la voluntad popular- a cada frase que pronunciaba Rajoy en su intervención en el Parlamento, específicamente sobre el caso “Gürtel”, con un discurso plagado de falsas verdades (¡qué oxímoron!) y lleno de significantes justificativos y vacíos.

Y digo significantes vacíos porque en su impostura, en la intervención parlamentaria, su lectura actuada de papeles ha sido una mera secuencia de sonidos, carentes de toda función significativa y credibilidad, pero con una intención justificativa: exonerarse de cualquier responsabilidad política ante la sarta de mentiras y olvidos conscientes con los que actuó como testigo ante un tribunal en la Audiencia Nacional, donde aseguró que no se ocupaba de los temas económicos en sus años como director de campaña del PP y de la caja B, aunque la hemeroteca después le ha desmentido. Razón tenía al decir que “ser testigo en un procedimiento judicial no es un deshonor para nadie”, pero mentir como mintió, sí que es un delito.

Ni siquiera se atrevió, cobardemente, a pronunciar las palabras “Gürtel, Correa, Bárcenas o Lapuerta”, objetivo específico de su comparecencia. Pero el silencio y omisión de esas palabras las han hecho más sonoras, más presentes, como afirmaba Eduardo Galeano en esta sentencia: “Ha guardado un silencio bastante parecido a la estupidez…”, porque el caso Gúrtel y la corrupción del partido popular no deja de existir por no nombrarlo. Es la política torpe y estúpida del avestruz: si no la nombro, no existe. En su análisis marxista sobre el poder afirmaba Gramsci que el poder se ganaba con las ideas; aunque yo considero que mejor se gana, y más dignamente, con la coherencia, la personalidad moral y la verdad.

Y, sin embargo, en su respuesta a los grupos parlamentarios no escatimó irónicos insultos, innecesarios recuerdos del “y tú más” y silencios despectivos a preguntas incómodas… Ni siquiera se libró de sus invectivas “su muleta parlamentaria”, aunque, alguien con cierta sorna, afirmaba al salir del Congreso: “Albert Rivera se lo ha currado hoy: ¡el traje de Rajoy está mejor planchado que nunca”!

Sabemos que la sinceridad es un regalo caro de ahí que no podemos esperarlo de los políticos del PP. Estamos hartos de ver cómo su política separa a la ciudadanía en grupos para luego enfrentarlos, acumulando agravios y fantasías; pero lo que los ciudadanos reclamamos de los políticos, y más cuando son gobierno, es sensatez, eficacia, unidad, honradez, sinceridad, coherencia y verdad.

A pesar de sus deseos, los silencios de Rajoy no se convierten en la posibilidad de olvidar su sistémica corrupción como partido; ni los votos populares de los que se enorgullece, ni las urnas, por mucho que lo repita, le absuelven de su responsabilidad; sus calculados silencios son la prueba de su mentira y la seguridad de que con el Partido Popular y con Rajoy en el Gobierno, por muchas leyes que en su discurso y durante sus cinco años al frente del ejecutivo afirme haber aprobado, la corrupción le continuará persiguiendo y, lo que es peor, mientras quiera olvidar o negar la verdad, la seguirá alimentando al demostrar su incapacidad para hacerla desaparecer. La memoria siempre es recuerdo y la verdad tozuda; es como el Guadiana, desparece, pero vuelve a emerger; por eso se lleva mal con la historia de los malos políticos; en el relato de la historia, tarde o temprano, la mentira encontrará respuesta.

Es lo que acaba de suceder a los responsables de la Generalitat, al consejero de Interior, Joaquim Forn y al jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, otros cínicos; ambos han tenido que admitir, tras negarlo varias veces, que los Mossos recibieron el 25 de mayo un aviso de la posibilidad de un atentado en La Rambla en verano. Ambos, queriendo justificarse para tapar sus responsabilidades y echando las culpas “al mensajero”, han sostenido, además, que tanto la policía catalana como la española constataron que el aviso “tenía muy poca credibilidad” y no guardaba relación con los ataques de Barcelona y Cambrils. Los hechos, desgraciadamente, han demostrado lo contrario. Lo que sí han demostrado es que sus mentiras han tenido las patas muy cortas y el tiempo para comprobarlo ha sido muy breve.

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No decir la verdad, utilizando los temas que a uno le conviene, es otra forma de mentir, y en eso sí, señor Rajoy, usted ha salido vencedor

Mis siguientes reflexiones las dirijo directamente al señor Rajoy:

Sepa usted, si es que valora la honestidad de los ciudadanos que gobierna (eso dice) que, cuando escribimos, pensamos u opinamos la mayoría, dentro de nuestras personales ideas y modos de pensar, no lo hacemos contra nadie, sino exclusivamente a favor de la verdad. Por eso le decimos que, aunque en su intervención haya dicho que ya lo ha repetido 52 veces, es evidente que lo tendrá que explicar unas cuantas más, porque en ninguna de ellas ha dicho la verdad. Y a pesar del sonoro y constante aplauso de los suyos, en sus explicaciones fue incoherente, cínico, cobarde, sardónico, bronco, chulesco, incapaz de afrontar la verdad: la música y la letra contenían las características del mal político, el paradigma de lo que no hay que hacer ni decir para poder gobernar con dignidad.

En su comparecencia, en una de sus rotundas afirmaciones, llegó usted a decir que “el juicio de los españoles es más atinado que el de la oposición”, sin matizar, y olvidándose de que, en las últimas elecciones de 2016, los españoles que votaron al PP fueron 7.906.185, pero los que NO le votaron fueron 16.254.898, y que los que podían votar y votaron, o se abstuvieron, o votaron en blanco fueron 35.001.177. “No son iguales el ciego y el que ve”, afirmaba Shakespeare en su obra “Cimbelino”, y en sus cálculos, señor Rajoy -7 ó 16 millones-, ¿quiénes son los ciegos y quiénes ven? ¿Fue, entonces, más atinado cuantitativa y cualitativamente el juicio de 7 millones y pico que le votaron que el de los más de 16 millones que no lo hicimos? Su egolatría es desmedida, pero su lógica chirría y su coherencia desvaría. La conclusión, pues, que muchos sacamos, al contrario de los halagos y los aplausos de los suyos, se reduce a la respuesta que demos a la siguiente pregunta: viendo su comparecencia, ¿podemos los ciudadanos soportar esta situación sin sentir vergüenza?

Escuchando los aplausos de su bancada (o de su “bandada”, por eso de las “gaviotas o charranes”), recordada esa frase de Joseph Conrad: “Es extraordinario ver cómo muchos pasan por la vida con los ojos cerrados, los oídos entorpecidos y los pensamientos aletargados”. Y le recuerdo esa última pregunta lanzada por Pablo Iglesias, que hago mía y que usted no se dignó contestar: “Cuando usted dice que no sabía nada de esto (caso Gúrtel), ¿cree de corazón que los españoles le creen? Incluso, señor Rajoy, en la hipótesis de una torpeza de la oposición, en su comparecencia no hizo bueno su bronco cinismo. Dio usted la cara, pero ni dijo la verdad ni respondió a pregunta alguna que era el objetivo para el que se votó su presencia y se le dio amplia palabra en el estrado. La mentira permanente es un cáncer que, si no se extirpa a tiempo, acaba destruyendo la credibilidad de las instituciones e, incluso, del Estado.

Debe usted saber, señor Rajoy, que la política de una comunicación basada en la verdad es el mejor mecanismo para superar la frustración de la población y generar confianza en las instituciones. Cuando no se responden las preguntas, cuando los actores políticos se inventan o niegan los datos, o los deforman con el fin de adaptarlos a sus estrategias o intereses, cualquier ciudadano es capaz de apreciar que lo que usted fue leyendo con sobreactuación y énfasis, fue poco creíble y carente de racionalidad y verdad.

¿Es ética y políticamente aceptable que la presidencia del Congreso, que por exigencias de la responsabilidad de su cargo debe actuar con total imparcialidad, convocase una comparecencia en el momento que más le convenía a usted - que milita en su partido- y en las condiciones que más probabilidad le daban de ganar? Desde el momento en que se supo que Ana Pastor, su fiel escudera y su “permanente Marhuenda” en el Congreso, había decidido hora, fecha y formato de la comparecencia sin consultar con ninguno de los grupos de la Cámara, formato con el que el presidente del Gobierno podría intervenir por tiempo ilimitado y que no estaría obligado a contestar individualmente a los portavoces de los grupos parlamentarios, muchos ciudadanos teníamos claro cuáles iban a ser las partes fundamentales de su relato: la introducción, autobombo; el desarrollo, propaganda de lo hecho; y desenlace, crítica bronca contra la oposición, partes que Aristóteles, allá por el siglo IV antes de Cristo había ya definido y que una gran parte de medios de comunicación y periodistas afines en su gestión informativa no analizarían con coherencia, objetividad y verdad; teníamos claro también que, para rematar el epílogo, en Génova 13, como a “César Imperator” lo populares le aclamarían como “el vencedor”. Al finalizar, muchos populares afirmaban relajados que el coste político de su comparecencia había sido “cero”; que su presidente había exhibido músculo y aliviados porque había salido indemne.

Pero ¿vencedor usted, de qué? Ignorábamos que la tribuna parlamentaria era un foro de justas literarias u oratorias, y que la elocuencia, leyendo palabras que otros te han escrito, te convierte en un “buen político”. ¿Quién ha vencido o quién ha ganado? ¿Es realmente este el interés de un periodismo serio: señalar un vencedor? ¿Cuál es, entonces, el criterio para analizar al buen político? ¿Dónde quedan, pues, la ética, la honradez, la sinceridad, la verdad? Porque, como un trilero, el truco de usted consistió en no decir nada sobre su gestión de la corrupción, esquivando, incluso ignorando el tema fundamental que le llevaba a la tribuna (el caso Gürtel) y disparando de forma bronca y sinuosa contra la oposición. Hasta se ha atrevido a retar al Parlamento: “Si me quieren echar que me hagan otra moción de censura. Mi obligación es gobernar y lo seguiré haciendo, para cumplir con los españoles”: ¿con qué españoles?, ¿con los 7 millones que le vota o con los 16 que no le quieren?

No decir la verdad, utilizando los temas que a uno le conviene, es otra forma de mentir, y en eso sí, señor Rajoy, usted ha salido vencedor. Su cobardía se ha parapetado permanentemente en desgranar y enfatizar problemas que usted calificó de Estado, hasta considerar que la corrupción estaba ya amortizada. No lo dicen así las encuestas; el propio CIS señala un aumento de la preocupación de los ciudadanos por la corrupción, hasta situarlo en el segundo tema que más inquietud provoca, sólo por detrás del paro. Señor Rajoy, desde hace muchos años, desde ese correo a Bárcenas, lleva usted un muerto en el bolsillo, del que no se puede desprender. De ahí que explicar la Gürtel, no era una bagatela ya anticuada, como algunos populares sostenían; decir la verdad sería autoinculparse y tendría que dimitir; por eso prefirió callarse y mentir. No le extrañe, pues, de que millones de ciudadanos, que sentimos la verdad en democracia como un valor superior en la dignidad política de un país, después de su intervención, señor Rajoy, “sintamos vergüenza de usted”.

¡Señor Rajoy, sentimos vergüenza de usted!