viernes. 19.04.2024

“Mascarillas” contra el virus de la ignorancia

mascar

“En una democracia, la ignorancia de un votante
perjudica la seguridad de todos”.

John F. Kennedy


Acertó entonces, y acertaría ahora, Antonio Machado, cuyo centenario de su muerte hemos celebrado hace pocos días, en su descripción de aquella España antes imperial y después miserable que “desprecia cuanto ignora”. ¡Con qué frecuencia habría que repetírselo a tantos políticos y tertulianos que se creen sabios, cuando pontifican como “papas sin tiara”: ¡despreciáis cuanto ignoráis! Y cuánto se ignora. Si en el arte todo está en el ojo de quien mira, en la prensa todo está en la mente de quien lee. Si en el tema del “coronavirus” en medio de una desmedida psicosis se aconseja mascarilla para evitar la contaminación, más habría que recomendar mascarilla contra el virus de la ignorancia y la mentira; sería una buena forma de protesta y contestación que los ciudadanos nos pusiéramos mascarillas porque el virus de la ignorancia y las mentiras está presente en el aire cada vez que se escuchamos a ciertos políticos y a algunos periodistas y tertulianos en el Congreso o en los medios. Eso sí es una pandemia antidemocrática.

Soy poco amigo de utilizar “anglicismos”, y menos, después del “brexit”; el aporte más importante que se puede hacer a nuestro idioma es hablarlo y hablarlo bien; es lo suficientemente rico como para no necesitar “significantes” foráneos para expresar lo que queremos; sin embargo, hay ocasiones en las que es conveniente la excepción; por ejemplo, la expresión del que fue secretario de Estado de Seguridad de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, perdido en el mundo de las palabras con su cínica justificación para explicar lo inexplicable: la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, justificación que obscena y servilmente también utilizó Aznar, en su miserable apoyo a la guerra de Irak contra el sentir de la mayoría de los españoles y del que todavía no ha pedido perdón; en este tiempo, insulsamente y con escasa inteligencia política, ha vuelto a prodigarse como profeta de desgracias en excesivas presencias y manifestaciones. La antológica frase de Rumsfeld fue la siguiente: “There are known unknowns…”; “but there are also unknown unknowns…”: “Hay cosas que sabemos que conocemos…; “hay cosas que ahora sabemos que desconocemos…”; “hay cosas que no sabemos que desconocemos, y cada año descubrimos alguna cosa más de esas que no sabemos que desconocemos”. Este trabalenguas ha pasado ya al argot universal como teoría de los “unknown unknowns, la teoría de los ignorantes cretinos: no saben que desconocen o las llamadas “incógnitas desconocidas”.

En la actual sociedad del conocimiento, sociedad en la que pocos se preocupan de llegar al conocimiento a través de la investigación, todo se deja a la consulta del “doctor Google”, en el que se deposita todo el saber sin apenas verificación

Igual que se subestima -o se ataca- lo que se teme, aún sin comprenderlo ni entenderlo, también se desprecia lo que se ignora; es la displicente y arrogante actitud del necio; no posee superioridad moral alguna, pero sí una estúpida y subida autoestima. Sólo la ignorancia puede explicar la permanente descalificación que hacen de quienes no coinciden con sus ideas. En el fondo, son los riesgos de la ignorancia que caracterizan a muchos políticos, carentes de suficiente humildad y excesiva soberbia: se escudan en lo incierto, lo desconocido, lo ambiguo, lo incontrolable antes que reconocer los límites que poseen para predecir, opinar, decidir y gestionar; están inmersos en las “unknown unknowns”: ignoran cuánto desconocen. Si en algo coincidimos la mayor parte de los ciudadanos es que nadie debería presentarse a unas elecciones, cualesquiera que sean, si previamente no posee acreditada y reconocida preparación para la gestión. El deseo de ocupar el poder por el poder es el peor modelo de político integro, honesto y sensato que necesita cualquier democracia. Émile Lacan lo llamaba “la perversa ética del deseo de uno mismo”, de considerarse el centro del propio deseo, el político “egocéntrico” anclado en el deseo del autoreconocimiento; la ignorancia, con el síndrome del narcisismo, siempre está dispuesta a mirarse al espejo y a enamorarse de sí misma. Lo decía Fenelón: nada sabes si sólo sabes mandar, reprender y corregir.

En la actual sociedad del conocimiento, sociedad en la que pocos se preocupan de llegar al conocimiento a través de la investigación, todo se deja a la consulta del “doctor Google”, en el que se deposita todo el saber sin apenas verificación; no es aventurado, pues, concluir que hemos llegado a vivir en la “sociedad de la ignorancia”. Estamos construyendo un futuro de ciudadanos faltos de curiosidad y capacidad crítica. Hay un consenso generalizado de que muchos ciudadanos, cuando tienen que ejercer su derecho al voto, lo hacen sin rigor democrático y sin el conocimiento necesario de lo que implica votar a uno u otro partido; se desentienden de lo público para retirarse e interesarse por lo privado. La poca disponibilidad de los ciudadanos para hacerse cargo de todos los complejos entresijos de lo público y de lo político es la causa de la actual incultura política y debilidad democráticas; en cambio, se muestran rápidos en la crítica y la protesta cuando los elegidos no satisfacen sus exigencias y necesidades. Lo demuestran cada día; consideran un riesgo confiar en el conocimiento y la información que poseen los demás ciudadanos y, sin embargo, depositan total confianza en el saber de los líderes políticos que han votado simplemente porque son de fácil palabra para la oratoria o en el de aquellos tertulianos de permanente presencia en los medios. Se fían de su palabra, de sus opiniones y del conocimiento que tienen sobre la totalidad de la realidad porque aparentan tener respuesta “sobre todo y para todo”.

Los límites entre “el saber” y “el no-saber” no son ni pueden ser incuestionables. ¿Qué ignorancia se puede considerar relevante y cuál no?; ¿cuál se puede considerar inofensiva y cuál peligrosa? El resultado es que cada vez es más frecuente que aquellos asuntos que atañen y nos afectan a todos se deciden en canales alejados de la ciudadanía y del ejercicio democrático, por criterios demoscópicos, desconocidos expertos e importantes medios de comunicación; como decía Bauman, los valores democráticos pierden solidez y se muestran líquidos, si quien ejerce el poder, cuando decide, lo hace en la ignorancia; no es extraño, pues. que se halle permanentemente en el filo y en el riesgo del error.

Palabras como educación, libertad, justicia, igualdad…, sólo las puede entender, no quien las pronuncia, sino aquel que las practica, quien desde su vida encarna la realidad que significan; lo demás es falsedad e impostura

Todos los que tienen poder, en cualquiera de las áreas, política, económica, social…, no se cansan de ponderan la importancia que para un país tiene la inteligencia, el talento y la educación. Así lo considera la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE): La educación es uno de los factores que más influye en el avance y progreso de las personas y las sociedades. Además de proveer conocimientos, la educación enriquece la cultura, el espíritu, los valores y todo aquello que nos caracteriza como seres humanos. La educación es necesaria en todos los sentidos: para alcanzar mejores niveles de bienestar social y de crecimiento económico; para nivelar las desigualdades económicas y sociales; para propiciar la movilidad social de las personas; para acceder a mejores niveles de empleo; para elevar las condiciones culturales de la población; para ampliar las oportunidades de los jóvenes; para vigorizar los valores cívicos y laicos que fortalecen las relaciones de las sociedades; para el avance democrático y el fortalecimiento del Estado de derecho; para el impulso de la ciencia, la tecnología y la innovación. En suma, la educación contribuye a lograr sociedades más justas, productivas y equitativas. Es un bien social que hace más libres a los seres humanos.

En 1943, en una conferencia dada en la Universidad de Harvard, Winston Churchill afirmó que “los imperios del futuro serán imperios de la inteligencia y la educación”. Si durante siglos, la riqueza de las naciones ha dependido de sus materias primas, su producción agrícola e industrial, hoy la situación ha cambiado, porque su economía se basa en el conocimiento y en la alta tecnología; el talento y la educación se han convertido en la mayor fuente de riqueza de un país.

Para quienes por vocación y profesión estamos interesados en el mundo de la educación, constatamos que esta importante herramienta para el desarrollo de un país, en la práctica no está considerada. ¿En qué foros económicos españoles se habla del talento y la educación? Si analizamos la actualidad, ¿cuántos meses llevamos en el Parlamento con la matraca de “Abalos y la vicepresidenta venezolana” o la mesa de diálogo catalán? De la educación apenas se ha hablado excepto para el desafortunado “pin parental”, introducido por VOX y el consiguiente seguidismo del PP y Ciudadanos, demostrando la supina “ignorancia” que sobre la educación y su importancia tienen sus líderes. Centran su análisis e interés en lo más banal antes que en lo fundamental. Para ellos, la educación en valores sólo tiene relación con la sexualidad, la religión católica o la exclusión del diferente. ¡Qué simpleza, qué pobreza y que ignorancia!

De siempre ha existido la desconfianza en la ciencia y en la pedagogía. La desconfianza en la profesionalidad y en el conocimiento que tiene el profesorado está generando una tendencia a rechazar su autoridad educativa. Por desgracia, este rechazo va acompañado de un desprecio de la pedagogía y de los métodos educativos que emplean los centros, no sólo para impartir conocimientos sino para educar en aquellos valores que hagan del alumnado ciudadanos responsables. Vivimos tiempos de posverdad e ignorancia en los que se valora más la mera opinión de padres y políticos que desprecian cuanto ignoran, como decía Machado, que el conocimiento de los proyectos del profesorado de los centros educativos, basados en la pedagogía científica y en las expectativas sociales y morales con las que los alumnos se van a tener que enfrentar en esa sociedad futura que les tocará vivir y que en absoluto será como la de sus padres.

Palabras como educación, libertad, justicia, igualdad…, sólo las puede entender, no quien las pronuncia, sino aquel que las practica, quien desde su vida encarna la realidad que significan; lo demás es falsedad e impostura. En lugar de ser vehículo de acción transformadora y auténtica del hombre y de la sociedad, las convierte en un instrumento de engaño y manipulación. De sobra conocemos que cualquiera, en especial, los más débiles como son los alumnos, puede ser objeto de manipulación por aquellos que rigen y gobiernan la sociedad que, a su vez, pueden responder a estructuras de dominación de quienes, desde las sombras del anonimato, condicionan la sociedad. De ser así, educar se convierte en todo lo contrario a “hacer pensar, reflexionar, conducirse a sí mismo”, o como decía Kant en su breve ensayo sobre “¿Qué es la Ilustración?”. He aquí sus certeras palabras sobre el modelo de la verdadera educación:

La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he ahí el lema de la ilustración. La pereza y la cobardía son la causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. Es tan cómodo no estar emancipado. Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (…) considere el paso de la emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso. (…) Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad, convertida casi en segunda naturaleza. (…) Por esta razón, pocos son los que, con propio esfuerzo de su espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso firme. Pero ya es más fácil que el público se ilustre por sí mismo y hasta, si se le deja en libertad, casi inevitable. Porque siempre se encontrarán algunos que piensen por propia cuenta, hasta entre los establecidos tutores del gran montón, quienes, después de haber arrojado de sí el yugo de la tutela, difundirán el espíritu de una estimación racional del propio valor de cada hombre y de su vocación a pensar por sí mismo”. Hasta aquí, un gran maestro, Kant.

No se le puede negar al alumno su derecho a decir y vivir “su palabra”, desde lo que es y desde la que vive su realidad, como sujeto de su historia pasada y de su historia futura: vivir para sí y no para otros. Ese y no otro, era el sentido de los versos de Khalil Gibran: “Tus hijos no son tus hijos” y no la sujeción pedagógica al capricho de los padres condicionando los proyectos educativos de los centros escolares y del profesorado, como exige VOX con el seguidismo del PP y Cs. No hay educación que no sea un conjunto solidario de dos dimensiones inseparables: reflexión y acción. En este sentido, decir la palabra es transformar la realidad. Bien lo definió Pablo Freire, uno de los más influyentes teóricos de la educación del siglo XX que “Educar es concienciar”, que no es sinónimo de “ideologizar. La educación que propone no es “bancaria”, como si fuese depósitar conocimientos en la mente de los alumnos, sino eminentemente problematizadora, fundamentalmente crítica y virtualmente liberadora. Plantea la relación “educando-educador” en una interacción recíproca: “educador-educando”, superando estas contradicciones:

  • el educador es siempre quien educa; el educando es el educado;
  • el educador es quien disciplina; el educando, el disciplinado;
  • el educador es quien habla; el educando, el que escucha;
  • el educador elige el contenido de los programas; el educando lo recibe en forma de “depósito bancario”;
  • el educador es quien sabe; el educando, el que ignora;
  • el educador es el sujeto del proceso; el educando, el objeto.

En el fondo y como síntesis, según Freire, nadie educa a nadie; tampoco nadie se educa solo; los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo y las circunstancias en las que viven y en las que tendrán que vivir su futuro.

Nada perdemos con esta pedagogía; al contrario, salimos de la ignorancia y ganamos un nuevo hombre, un nuevo mañana y una nueva sociedad, esa “sociedad decente” de la que escribe Avishai Margalit, el filósofo israelí, catedrático de la Universidad de Princeton. Construye su filosofía moral a partir de la premisa siguiente: una sociedad decente, o una sociedad civilizada, es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros. Lo que la educación y la filosofía política necesitan urgentemente es una vía que nos permita vivir juntos sin humillaciones y con dignidad, esa es la verdadera educación construida sobre los valores. Para Margalit es prioritario construir una sociedad decente que una sociedad justa, con un esquema de vida fundamentada en el respeto mutuo. Una sociedad decente es una sociedad sin estigmatizaciones, una sociedad educadora, en la cual no se legitime la exclusión de ciertas personas en base a criterios arbitrarios, pues la persona estigmatizada termina por dudar de su propia identidad y se crea a sí mismo la necesidad apremiante de dejar de ser quien es, para parecerse a quienes le excluyen y así ser aceptado. Reconocer al otro como persona, no humillarlo, implica verlo como un ser libre, capaz de tomar decisiones sobre su propia existencia; la humillación significa todo lo contrario, verlo como siervo, negarle su capacidad para la libertad. El respeto propio se fundamenta en el control que cada uno ejerce sobre su propia vida y sobre sus intereses vitales, por tal motivo, el hecho de verse sometido a la voluntad ajena, sea esta buena o mala, restringiendo la propia libertad, es causa de humillación y de una pésima y malograda educación.

Educar exige diferenciar entre conocimiento y reconocimiento. El conocimiento hace referencia a la visibilidad física de los alumnos, a identificarlos y diferenciarlos de los demás; el reconocimiento excede al conocimiento, aunque lo incluye, pero a la vez añade una valoración y una apreciación de quién es y cómo es ese alumno; si conocer a un alumno le da visibilidad o percepción sensible, reconocerle implica aceptar el valor que tiene dentro del grupo, de la clase, de la sociedad; si conocer es individualizar visiblemente a un alumno, reconocerle es integrarle socialmente.

Reconocido por su agudo análisis de la psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, decía el escritor francés Stendhal: “Para conocer al hombre basta estudiarse a sí mismo; para conocer a los hombres se precisa vivir en medio de ellos”. Tal vez sea esta la causa por la que muchos de nuestros políticos no conocen a los ciudadanos ni reconocen sus problemas, porque se aíslan en su poder y sus intereses e ignoran cómo son los españoles porque no viven en medio de ellos. Se ponen “mascarillas”, cuando el verdadero “virus” es su ignorancia.

“Mascarillas” contra el virus de la ignorancia