viernes. 29.03.2024

La CUP, ¡ay, la CUP...!

GRA013 SABADELL (BARCELONA), 27/12/2015.- Asamblea de la CUP que debate y somete a votación si sus diez diputados en el Parlament deben facilitar la investidura de Artur Mas, una decisión de la que depende que CDC y ERC puedan formar gobierno o Cataluña se vea abocada a unas nuevas elecciones anticipadas en marzo. EFE/Alberto Estévez

Con los datos que representa la CUP y su peso político en el Parlament, ¿tienen legitimidad democrática para exigir lo que exigen?, ¿es justificable su forma de condicionar una salida razonable a este conflicto?

Dilema inicial: La realidad es más rápida que las ideas. Escribir algunas reflexiones sobre “el encaje y el futuro de Catalunya” en el marco de España, es tener que rehacer de continuo lo anteriormente escrito, antes de poner punto final a este artículo. Como dijo, en el siglo VI aC, Heráclito de Éfeso, el oscuro: “Todo fluye, todo está en movimiento y nada dura eternamente. Por eso no podemos descender dos veces al mismo río, pues cuando desciendo al río por segunda vez, ni el río ni yo somos los mismos”. No es que el tiempo no dure eternamente, sino que, en la situación política catalana, con el 155 y la DIU sobre la mesa, lo que está sucediendo ahora, puede que sea lo contrario en el minuto siguiente. Están comportándose como políticos inconscientes e irresponsables, “deshojando permanentemente la margarita” o, lo que es peor, “jugando con la ciudadanía a la ruleta rusa”. En estos momentos en los que escribo este artículo, se anuncia que el señor Carles Puigdemont irá al Senado en la tarde del jueves y, a la vez, la siempre “enigmática señora Carme Forcadell afirma que no irá. Esta “tomadura de pelo” es como eso de la “parusía”: “ya, pero todavía no”. En esta incoherente incertidumbre en la que estamos sumidos, hay dos salidas: o el silencio o escribir. Opto por lo segundo.

Para la política y los políticos la coherencia debe ser un valor importante: un valor que avala su dignidad, autoridad y credibilidad políticas; la incoherencia, en cambio, anula estos valores. El político, también el ciudadano, es coherente en tanto que sus ideas y hechos son consecuentes con lo que hace y dice a lo largo de su vida. La coherencia implica, también, aceptar errores y hacerse responsable de las opiniones y decisiones tomadas. No es, por el contrario, aceptable “jugar al escondite” con los ciudadanos: decir hoy y mañana no; porque me conviene hoy negar lo que ayer afirmaba. Por experiencia sabemos que tanto la coherencia como la incoherencia no tienen ideología: es cuestión de valores, principios y responsabilidad.

Como premisa expongo estas reflexiones iniciales ya que mis ideas y su análisis tratan sobre la CUP. Podrá estar uno de acuerdo o no con lo que dice y hace este grupo catalán; me hallo en las antípodas de su programa político y su conducta social y ética - sobre el que haré una personal y nada amable crítica-, pero lo que no se le puede reprochar puntualmente es falta de coherencia; coherentes, sí, en mantener que son independentistas: ese es su único objetivo y lo harán mediante movilizaciones y una “lucha no violenta” -como dicen-; pero, incoherentes, en todo lo demás.

Acusaba hoy uno de sus diputados, Carles Riera Albert, señalando al gobierno de Rajoy, “de eliminar su autogobierno y de intervenir las principales instituciones, entre ellas el Parlament, con el apoyo de Ciudadanos, del PSOE y del Borbón, como la mayor agresión al pueblo catalán desde la dictadura franquista”. Ante una posible convocatoria de elecciones, remataba su soflama que “convocar unas elecciones es un escenario de derrota y sumisión”. Habría que recordarle que las declaraciones épicas suelen ser efímeras y torpes: “lucha, derrota y sumisión”, contradictorios tropos para definir la “no violencia”. ¿Puede la lucha no ser violenta en gentes de mente tan abuhardillada, en políticos excluyentes a los que se les llena la boca de dictadura y franquismo, cuando ellos son esencialmente dictatoriales?; ¿pueden ellos, y los que les jalean, ANC y Òmnium Cultural, convocar una huelga invocando “la represión franquista, a la que están siendo sometidos”, -según ellos-, ignorando y manipulando tan burdamente la historia?; ¿son tan irresponsables de convocar al mundo de la educación, niños y adolescentes incluidos, tan fácilmente manejables, con los mismos argumentos adoctrinadores, al colectivo de la educación, a huelgas y manifestaciones, creando ya desde la escuela una fractura social?; ¿han padecido los jóvenes universitarios, convocados a una “vaga” (huelga) general, lo que para muchos significó la represión franquista? Aunque sea sacrificando la verdad e ignorando las consecuencias, intentan seducir a la juventud catalana desviándoles de la realidad y de los objetivos que importan a los ciudadanos. Si les quieren confundir, lo están logrando. Ignoran por completo a lo que nos comprometíamos y lo que entonces nos jugábamos durante el franquismo en una huelga general. Gracias a la Constitución del 78, que quieren incumplir y desprecian, hoy lo pueden hacer sin consecuencias.

La Constitución puede y debe ser cambiada legalmente para que se ajuste a los momentos actuales y pueda servir para un largo tiempo futuro, pero mientras esté vigente, ni los de la CUP ni ningún “govern” que se diga legal, puede incumplirla sin consecuencias. Está claro, una vez más, que el independentismo divide y contamina cuanto toca. Les es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos.

Subrayo que la coherencia no significa acierto y, muchos menos, tener buen programa y una acertada gestión política. Defienden un nacionalismo sin más paisaje que las cuatro ideas que han mamado desde hace años en nombre de unos principios que otros idearon y ellos, obedientes, ingenuos o ignorantes, han comprado o asumido. En este grave e histórico momento de la actualidad española y catalana, la opción política que representa la CUP es la peor de las opciones posibles, para los intereses de España y de Catalunya, más que les pese a quienes están en esa organización y a quienes les votan, jalean y apoyan. Apoyándose en Richard Thaler, Nobel de Economía, al hablar de la irracionalidad, alguien ha afirmado que el delirio independentista catalán, especialmente en la CUP, parece más “un desorden obsesivo compulsivo” que una solución a su problema de encaje en España.

Porque, ¿qué es la CUP y a quiénes representan?

La Candidatura de Unidad Popular (CUP), fundada el 14 de diciembre de 1986, como - “amablemente y carente de objetividad” - se define así en su página web: “es una organización política asamblearia de alcance nacional… que trabaja para un país independiente, socialista, ecológicamente sostenible, territorialmente equilibrado y desligado de las formas de dominación patriarcales… en la ¡¡¡lucha!!! por la liberación nacional y social de los Países Catalanes… Su objetivo es sustituir el modelo socioeconómico capitalista por uno nuevo, centrado en los colectivos humanos y el respeto al medio ambiente… Se considera responsable del actual crecimiento del independentismo…; es, y seguirá siendo, uno de los actores más comprometidos en las iniciativas populares que preparan la ruptura con los estado español y francés. Y finaliza: uno de los ejes que representan nuestra identidad es el ‘Internacionalismo’ como forma de relación igualitaria, anticolonial y fraternal entre pueblos, para la gestión común de los asuntos generales y por la superación de los conflictos internacionales”. ¡Qué idílico paisaje si no encubriese una enorme contradicción!: ¡¡¡Ser “nacionalistas” e identificarse, a su vez, como “internacionalistas”!!!

Sin embargo, con equidistancia y objetividad histórica, hoy se les considera un partido político de extrema izquierda, cuya ideología radical y sus métodos de actuación no son compatibles con lo aceptable en una democracia; trabajan por la confrontación y no por la convivencia; un partido en el que conviven sensibilidades y trayectorias, con excesivos y encontrados matices y posiciones; en el que hacen política con identidades ideológicas cerradas; defensores “cabezones” de la independencia de Cataluña y de los territorios denominados “Países Catalanes”, con un carácter asambleario y un programa encuadrado dentro de un tozudo “republicanismo anticapitalista”; defensores, asimismo, de la salida de una hipotética Cataluña independiente, tanto de la Unión Europea como de la OTAN y la nacionalización de las entidades financieras; defensores de un nacionalismo romántico, o “nacionalismo de la identidad”, en el que el estado que defienden construye su propia legitimidad política como consecuencia orgánica de la unidad de los individuos que gobierna; partido radical, con una radicalidad excluyente y un exceso de poder que ha convertido a todos los restantes catalanes, independentistas o no, y al parlament de Catalunya, en rehenes de su extremismo, al poseer la llave de la mayoría independentista que sostiene al govern de Puigdemont, extremando su pulso al Estado español por sus exigencias para acelerar una declaración de independencia unilateral (DUI).

Tan cerrados y excluyentes que, con una ironía posible, para su futura “república catalana independiente” y fuera de la Unión Europea, ya tienen acuñada su moneda: los “jordis”.

¿A quiénes representan?

Parece una obvia frivolidad recordarles que ellos no representan ni a Catalunya ni a esa población que ellos llaman “los catalanes” y, muchos menos, si nos atenemos a cómo actúan, al ver cómo representan los valores de la libertad y de la democracia. Con razón se escucha de nuevo esa idea que surgió en el 15M: “No nos representan”. De ser así: representar a todos los catalanes sería el principio del cambio que la política del Govern de la Generalitat requiere en estos momentos, pues los independentistas catalanes, condicionados por la CUP y entre los que se encuentran los del Junts pel Si, no representan las distintas sensibilidades y opciones políticas de “los países catalanes”, como ellos proclaman. Y menos, argumentando y exigiendo proclamar la independencia e intentar justificarla con ese referéndum ilegal, de feria y de trileros, del 1-O. No hay que apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación, advertía Confucio.

Ante este partido “antisistema e independentista”, es fácil comprender lo que decía Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”. Para ellos el objetivo no es más libertad ni más democracia sino obtener todo el poder. Para ellos la independencia de Catalunya no es la respuesta a la represión del Estado, que dicen hubo en el 1-O, ni al victimismo como ahora nos quieren hacer creer; ellos saben que el “procéss” se puso en marcha, y se aceleró, mucho antes de que el Estado respondiera de ninguna manera con la represión, como intentan argumentar. El espectáculo que están ofreciendo es deplorable; es imposible aclararse quién representa a quién. Tal vez sea ya hora de que sus otros socios independentistas (los del Junts pel Sí) y los ambiguos “Sí que es pot”, recobren lucidez, vean cómo les manejan, recobren ese “seny” - esa cordura, que dicen que les caracterizaba- y rompan de raíz la relación de dependencia y sumisión que tienen con la CUP. Es bueno recordarles con palabras de Suetonio, historiador romano: “el pastor esquila las ovejas, no las devora”.

No hay que olvidar los siguientes datos, totalmente objetivos, para valorar y conocer a quiénes y a cuántos representan los independentistas de la CUP: fue la sexta fuerza en las últimas autonómicas de 2015, al obtener 336.375 con 10 escaños. Unidos a los de Junts pel Sí (62) sumaron 1.957.348 votos (47,74%) y obtuvieron 72 escaños, una exigua mayoría de las fuerzas independentistas en el Parlament que, sin embargo, no ganaron en votos a los no independentistas: 2.158.459, con un 52,26 %. El propio PP sumó más que la CUP (348.444 votos y 11 escaños), por no hablar de Ciudadanos (734.910 votos y 25 diputados), PSC (522.209 y 16) o Catalunya Sí que es Pot (366.494 y 11). Añado algún dato más que, aunque anecdótico, se puede convertir en una categoría: lo que cada uno de los parlamentarios de la CUP cobra en total al año, entre retribuciones e indemnizaciones, son 99.237,84 €. Y lo cobran de ese Estado al que quieren destruir y del que quieren independizarse.

En consecuencia, con los datos que representa la CUP y su peso político en el Parlament, ¿tienen legitimidad democrática para exigir lo que exigen?, ¿es justificable su forma de condicionar una salida razonable a este conflicto? Su irresponsabilidad es de tal magnitud que produce vértigo adivinar el escenario de lo que pueda suceder en los próximos días, en los que las consecuencias no importan, sólo su obsesivo objetivo: la DIU. Hasta Marta Pascal, coordinadora general del Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), ha criticado su irresponsabilidad: “Siempre quieren ir dos pasos por delante; lo que nosotros queremos es que todo acabe bien”. Pero el PDeCAT y Puigdemont, con su cerrazón, falta de diálogo y anomía, no lo demuestran. Aún están a tiempo de poner coto a los desmanes a los que les ha llevado el excesivo poder de los 10 escaños de la CUP. Ignoro cuál pueda ser la clave de la solución al problema catalán, pero la clave del fracaso es tratar de complacer a la CUP.

¡Qué fácil es pedir calma, serenidad, “som gent de pau”…, mientras incendian las calles, enardecen a las masas y levantan “inocentemente” las manos! Esas palabras aparentemente cívicas esconden intencionalidad. Es lo que se llama “sostenella y no enmendalla”, actitud de perseverar en el error aun cuando éste sea evidente.  

El periódico francés Le Monde publicaba el lunes pasado un editorial en el que se refería con dureza al proyecto secesionista del Govern de Cataluña y a la actitud “estancada” de Mariano Rajoy. Titulaba y subtitulaba así: “Cataluña, la política de lo peor. Los independentistas viven una burbuja y venden ilusiones”.

Y añadía: “Se puede sentir la mayor de las simpatías por la aspiración de los catalanes a una autonomía más completa. Se puede criticar la actitud de esperar y ver qué ha adoptado el Gobierno de Madrid desde 2010. Pero no podemos dejar de señalar que el señor Puigdemont tiene muy poco respeto por la democracia”. Y en contra de lo que sostiene el colérico e independentista director de TV3, Vicent Sanchis, al que apoya todo su personal, Le Monde criticaba de manera frontal el papel jugado por él: “Desde hace meses, la televisión pública catalana machaca con una propaganda independentista simplista y engañosa. Durante esos meses, ha utilizado también una retórica victimista que de manera grotesca intenta hacer creer que Cataluña es víctima del retorno de la dictadura de Franco. No es el caso”. Y por si quedaba alguna duda del rechazo del periódico por las tesis independentistas, el último párrafo del editorial despeja cualquier incógnita: “Los separatistas viven en una burbuja, venden ilusiones y capitalizan la complejidad de la situación. Pero no se atreven a organizar una consulta regional, bajo el control de la comisión electoral española; una consulta precedida por una campaña libre sobre los problemas reales de la ‘independencia’; una votación legal que muestre qué piensa la población de Cataluña”. Y culmina el texto: “Ellos prefieren la política de lo peor”.

Mientras tanto, los ciudadanos que intentamos pensar con cierto ingenuo optimismo, atónitos unos, cabreados otros, esperamos a ver cómo se resuelve, “este diálogo de besugos”, como irónicamente titulaban en otro tiempo, “La Codorniz”, “Hermano Lobo” o el “TBO”.

La CUP, ¡ay, la CUP...!