jueves. 28.03.2024

La ausencia de los “mejores”

15M
Imagen del 15M.

“Lo primero que el historiador debiera hacer para definir el carácter de una nación o de una época es fijar la ecuación peculiar en que las relaciones de sus masas con las minorías selectas se desarrollan dentro de ella”.

José Ortega y Gasset. “España invertebrada”


Decía San Agustín que el hombre no tiene razón para reflexionar, para filosofar, si no es con el objetivo de ser feliz; le faltó ese rasgo de generosa solidaridad para añadir ser feliz él, e intentar que los demás también lo fuesen. Es una obviedad que sólo puede entregar el don de la solidaridad aquel que lo posee. El obstáculo principal para la solidaridad política y ética es el silencio ante el mal, la despreocupación, la indolente pereza, el “eso no va conmigo”. Ante el fracaso de las pasadas elecciones y la puerta abierta a la duda de las próximas, la pereza política, la despreocupada pasividad, “el pasotismo”, son una mala actitud con consecuencias que conlleva necesariamente que el que no aporta solución con su voto -sea con la papeleta que cada cual considere- se está vetando a sí mismo el derecho a la crítica y las reivindicaciones futuras. Hacerse preguntas es una sana manera de ampliar nuestro mundo y responsabilizarse con él; pero más importante es buscar las respuestas y encontrarlas.

Ayn Rand, la escritora de la polémica, la madre del objetivismo filosófico y defensora a ultranza de la razón, sostiene que existe un único asunto fundamental en la filosofía para vivir en la tierra: la capacidad y eficacia cognitiva de la mente humana. Lo sitúa en un tiempo filosófico en el pensamiento de Platón y Aristóteles; siendo maestro y discípulo, es conocido el conflicto de la razón aristotélica frente al misticismo platónico. Si Platón fue quien formuló la mayoría de las preguntas y de las dudas básicas de la filosofía, fue Aristóteles quien preparó las bases para encontrar la mayoría de las respuestas; ninguno de los dos se opuso al conocimiento de la verdad por intereses personales. ¿Tiene sentido oponerse a conocer la verdad?; ¿quiénes son hoy los que se oponen a su conocimiento?; ¿quiénes son los que cocinan las noticias a conveniencia?; ¿quiénes son los que ocultan la verdad que interesa que no se conozca?; ¿no resulta sospechoso que una misma realidad se nos presente de “mil formas”, incluso contradictorias a conveniencia de partido? Difícilmente llegaremos a saber la verdad de la realidad si no lo intentamos, si sólo nos informamos con los medios políticos, económicos, religiosos o sociales que intentan disfrazarla, manipularla o esconderla.

¿Quiénes son los que cocinan las noticias a conveniencia?; ¿quiénes son los que ocultan la verdad que interesa que no se conozca?

En la magnífica novela escrita por Umberto Eco, “El nombre de la rosa”, llevada a la pantalla por Jean-Jacques Annaud, teniendo como escenario una abadía benedictina en el norte de Italia, en los inicios del siglo XIV, el personaje principal, Guillermo de Baskerville, fraile franciscano, admirador de Ockham y Bacon, con dotes de detective, entabla un interesante diálogo sobre los atribulados tiempos que estaban viviendo, en una larga disputa entre el papado y el imperio, con Ubertino da Casale, líder de los espirituales de la Toscana, venerable anciano, tenido por santo por los frailes; al final del diálogo, exclama abatido y perplejo el anciano: ¡Querido Guillermo, qué tiempos nos toca vivir…! Muchos españoles se identifican hoy con el anciano monje: ¡Qué tiempos de perplejidad y duda nos está tocando vivir!; sin saber lo que fuimos difícilmente podemos saber lo que somos; tenemos unos políticos, elegidos por nosotros, que dicen que nos representan y, sin embargo, con su frivolidad inmadura, están impulsando a los españoles a volver a enfrentarnos de nuevo. No les importa que “nos salvemos”, con tal de que ellos y sus cortesanos “se salven”.

De ahí nuestra responsabilidad de asumir la historia que nos ha tocado vivir; asumirla es un reto personal y colectivo, un desafío ético y político que no podemos eludir. No tenemos otra; como decía Ortega y Gasset, “no se nos ha dado hecha”, hay que trabajarla, tenemos que emprender la tarea de construirla tal como las circunstancias de nuestro momento y tiempo nos ofrecen. Los españoles hemos sido “muy siglos XIX y XX” y muy poco aún “siglo XXI”, eludimos el protagonismo. No podemos esconder la historia tras noticias banales, cuando no falsas; con unos políticos que extienden el recelo y la desconfianza con los otros, que no ofrecen salida para superar la crisis actual, que nos venden promesas que no van a cumplir, que nos dicen que, si les votamos, con ellos la vida nos va a ir bien, cuando ni ellos mismos saben a dónde vamos. Hay ausencia de líderes con inteligencia política y leales a sus convicciones; los ciudadanos que les hemos votado estamos sufriendo una crisis de representación: “¡No nos representan”!; así se clamaba y cantaba en aquellas manifestaciones del movimiento Democracia Real Ya en 2011, cuando el movimiento 15M se iniciaba, o, como entonces se llamó, de los “Indignados”; hoy se repite, con menos fuerza y más perplejidad, pero con parecidas causas y motivos.

Hay ausencia de líderes con inteligencia política y leales a sus convicciones; los ciudadanos que les hemos votado estamos sufriendo una crisis de representación

Hace más de un año, José Antonio Zarzalejos, periodista y columnista de “El Periódico” de Cataluña, titulaba su artículo “España, en estado de perplejidad”; así lo iniciaba: “La perplejidad consiste en un estado de confusión, irresolución o duda provocadas por el asombro o la sorpresa. En esta semana se han sucedido una serie de acontecimientos de distinta naturaleza que han llevado a la opinión pública a ese estado de ánimo que participa también del pesimismo y el escepticismo. Han sido siete días para conformar un epítome o compendio del despropósito en el que se ha instalado nuestra vida pública. La clase dirigente, salvo en periodos históricos concretos, siempre ha estado por debajo de las expectativas y merecimientos de los ciudadanos de este país, ahora sentenciados a convulsiones varias que plantean serias interrogantes sobre la funcionalidad de nuestro sistema institucional sometido a un brutal estrés por la inmoralidad, la incompetencia y la imprevisión de los que encarnan los poderes del Estado”. Meses después, más de un año, analizando la realidad política presente, una mayoría de españoles estamos también en estado de perplejidad, estado de confusión, irresolución o duda provocadas por el asombro o la sorpresa. Estamos en estado de perplejidad al analizar el comportamiento de cada uno de los líderes políticos actuales; no me resisto a repetir algunas de las reflexiones anteriormente citadas de Zarzalejos, que “la clase dirigente, salvo en periodos históricos concretos, siempre ha estado, como en estos momentos, por debajo de las expectativas y merecimientos de los ciudadanos de este país”. Es preciso destacar, por la vergonzante estupidez y la indignación causada en unas declaraciones, el ejemplo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el de su vicepresidente, Ignacio Aguado, sobre la exhumación del dictador; y no dejar de recordar la indigna mentira histórica vertida por Ortega Smith, vicepresidente de VOX, político de ultraderecha, al acusar a las “13 Rosas de Madrid” de “torturar, asesinar y violar”. Habría que llevar a cabo con algunos de ellos lo que hacían los romanos con los ciudadanos desleales o traidores a Roma, decretarles la “damnatio memoriae”, decreto por el que se ordenaba borrar todo rastro de su historia.

debate atresmedia

Estamos perplejos al ver al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, siempre inquieto, con el movimiento de la veleta y asustado por el fracaso electoral que se le avecina, levantar el veto al PSOE y abrirse ahora a pactar con “Sánchez”, al que antes negaba “el pan y la sal”.

Estamos perplejos al ver al líder popular Pablo Casado, fracasado en las anteriores elecciones por la pérdida de más de la mitad de sus diputados, insultante y faltón con Sánchez, querer obtener rédito electoral, sin cambio programático alguno, con la estrategia del silencio y la pasividad e intentar salvar, con un buenismo indefendible, las sandeces históricas leídas por Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid.

Estamos perplejos al ver al presidente en funciones, Pedro Sánchez, intentar ganar las próximas elecciones simplemente con el argumento de “porque yo lo valgo”. Remedando la pregunta del arcángel Miguel, jefe de los ejércitos de Dios en las religiones judía, islámica y cristiana, ¿quién como Dios?, Sánchez parece decirse: ¿Quién como yo?

Estamos perplejos al ver al secretario de Podemos, Pablo Iglesias y su portavoz parlamentaria Irene Montero, recorrer victimistas los platós y entrevistas, repitiendo machaconamente que “ellos han hecho todo y más, como nadie lo ha hecho en la historia, por un gobierno de coalición”. Que la culpa del bloqueo político y la falta de acuerdo con el PSOE la tiene “Pedro Sánchez”, y que mintió porque nunca quiso un gobierno de coalición y concluir que a ellos “no les interesan los sillones sino cambiar la vida de la gente”, cuando todos hemos visto que no sólo sí les interesan sino, como dice la canción, “todos queremos más…”

Estamos perplejos al ver al presidente de VOX, Santiago Abascal, como jinete conduciendo ciego a “tantos nostálgicos del franquismo”, pretender que, contrariando las leyes de la física y la lógica, regresemos al pasado de la reconquista de don Pelayo.

También estamos perplejos al ver al “joven Errejón”, sin programa ni cuadros conocidos, con algunas ideas escritas en un “post-it”, mucha palabra, mucho entusiasmo y “MÁS País”, querer presentarse en las próximas elecciones en todas aquellas provincias que ayuden a formar un gobierno de progreso. Habría que advertirle que es posible que, queriendo ayudar, “puede estorbar”.

Estamos perplejos de que, fracasada la investidura de Sánchez, y sin tiempo apenas para respirar, con precipitación y desmesura, tertulianos y medios de comunicación determinen, con la “profecía anunciada”, quién va a ganar y quién va a perder; a quién le irá bien y a quién mal. Tenemos la impresión de que se arrogan en exceso y casi en exclusiva el conocimiento de la política y sus alternativas; creen tener mejores ojos y más inteligencia que los demás ciudadanos; se consideran gurús, “la Pitia”, el oráculo de la política, intentando determinar o condicionar la voluntad ciudadana. Ignoran que la voluntad en libertad tiene siempre varios caminos posibles y “divergentes”, que diría Schumacher, como analizaremos a continuación.

Estamos perplejos de contemplar el tiempo que hemos perdido para ver que, al final, los resultados conseguidos son iguales o muy parecidos. Y todo, porque unos y otros están “traspasados por la ambición del poder”

Estamos perplejos de contemplar el tiempo que hemos perdido para ver que, al final, los resultados conseguidos son iguales o muy parecidos. Y todo, porque unos y otros están “traspasados por la ambición del poder”. Bien lo supo definir la escritora, periodista y activista italiana, Oriana Fallaci: “Quizás porque no comprendo el poder, el mecanismo por el cual un hombre o mujer se sienten investidos o se ven investidos del derecho de mandar sobre los demás y de castigarlos si no obedecen. Venga de un soberano despótico o de un presidente electo, de un general asesino o de un líder venerado, veo el poder como un fenómeno inhumano y odioso”.

Ernst Friedrich Schumacher, brillante intelectual y economista alemán escribió lo que para él fue su obra más importante Una guía para los perplejos; su libro consiste en una investigación acerca de cómo viven los humanos en el mundo; para él, los actuales “esquemas filosóficos” que dominan el pensamiento y la ciencia occidentales son demasiado estrechos y se basan con frecuencia en algunas premisas falsas. El título nos recuerda otra obra casi homónima escrita en el siglo XII por nuestro médico y filósofo cordobés, Moisés Maimónides, “Guía para perplejos”. Ambos, Maimónides y Schumacher, tan alejados en el tiempo, en sus culturas y en su pensamiento, reflejaron bien cómo orientar y conducir la mente de “los perplejos”, o, como dice Zarzalejos, de los dudosos y confusos.

Maimónides fue la figura más prominente del judaísmo durante el período medieval, cuya formación intelectual (teológica, filosófica y médica) unida a una profunda espiritualidad dio forma a la figura de un médico altamente humanitario, racional y abnegadamente dedicado a su trabajo. Fue considerado “médico de príncipes y príncipe de los médicos”. De él escribió el poeta Ibn Sina Almuk: “El arte de Galeno cura solamente el cuerpo, pero el de Maimónides cura el cuerpo y el alma. Con su sabiduría es capaz de curar la enfermedad de la ignorancia”. Su obra filosófica marca la expresión cumbre del racionalismo judío medieval; tuvo confianza plena en la razón, no como recurso infalible de análisis, pero sí como el único instrumento del cual disponemos para nuestra insaciable búsqueda de la verdad. La “Guía para perplejos”, también “Guía para descarriados”, es un trabajo teológico interpretativo dedicado a la solución de los dilemas que surgen de una completa y amplia comparación entre la tradición judía y la filosofía aristotélica islámica. Maimónides en ningún momento presenta su propia visión del mundo, y es cuestionable si alguna vez buscó desarrollar su propia filosofía de una manera sistemática. Su Guía se inicia así: “Mi pensamiento va a guiaros por el sendero de la verdad y allanar su camino”. Para Maimónides, los descarriados no son ineptos, conocen bien los principios de la ciencia, sus facultades se hallan dispuestas a la percepción, al conocimiento, pero necesitan un “conductor, un guía” que les ilumine la ruta de la comprensión.

Según Maimónides existen diversos grados de capacidad en el hombre con el fin de comprender las cosas especulativas, complicadas; de ahí que sea importante explicar para comprender la oscuridad con la que algunos intentan encerrar la verdad, es decir, ponerle en el buen camino para “salvarlo de su perplejidad”. No pretende agotar todo lo que encierra dudas, pero sí aclarar la mayoría y más grande de las oscuridades. De ahí que eche mano de El libro de los Proverbios, libro que es una guía de iniciación, ofreciendo normas generales para obrar con cordura y sensatez: “Presta oído y escucha las palabras de los sabios y aplica tu corazón a mi experiencia”. (Prov. 22,17).

Schumacher en la “guía” argumenta que hay dos tipos de problemas en el mundo: convergentes y divergentes. Discernir si un problema es convergente o divergente es una de las artes de la vida. Los problemas convergentes son aquellos en los que las soluciones buscadas convergen gradualmente en una solución o respuesta; son los que se preocupan por el universo no viviente; los divergentes, en cambio, son los que no ofrecen una única solución, ante un problema se ofrecen varias respuestas, tienen que ver con el universo de los vivos, se afrontan siempre desde la experiencia interior y la libertad. Y lo plantea desde un ejemplo clásico: la educación: ¿cuál es la mejor manera de enseñar, de educar, la disciplina o la libertad?: la disciplina “converge”, es una; la libertad, “diverge”, admite pluralidad. Resume las tareas que tiene que realizar un individuo que quiera abandonar su estado de perplejidad: a) aprender de la sociedad y la tradición; b) interiorizar este mantra: “aprende a pensar por ti mismo, autodirígete” y c) crecer más allá de las estrechas preocupaciones de tu “ego”.

Sostenía Wittgenstein que “el estereotipo es una forma primitiva de razonar”. Con qué primitivismo y con cuántos estereotipos se expresan algunos políticos. Produce vergüenza el espectáculo que estamos presenciando. Un país en el que quienes dijeron ayer que “no”, son hoy los impulsores del “sí”; y los que dijeron que “sí”, propugnan ahora una abstención activa. Al contemplar la universalidad de tales incoherencias no podemos acudir al dicho “mal de muchos, consuelo de tontos”.

En 1914, Azorín publicó una serie de artículos bajo el título de Generación del 98; incluía a un grupo de escritores y pensadores: él mismo, Valle Inclán, Benavente, Baroja, Unamuno, Maeztu, Ortega y Gasset... El denominador común que les unía era la preocupación por España. Partían de una visión pesimista del presente español, provocada por una profunda crisis moral, política, económica y social de finales del siglo XIX y tendían a poner en cuestión los valores tradicionales de la burguesía, con duras críticas a la monarquía, a los políticos conservadores y liberales y a la Iglesia. Frente a esta situación, pretendían llevar a cabo una serie de actividades regeneradoras encaminadas a incorporar España a Europa, “a abrirse al mundo”; la solución de los problemas españoles se encontraba en Europa; la cultura europea, racionalista o positivista y laica, era la solución al problema de España. Con posterioridad, los miembros de la Generación del 98 siguieron diversos y contrapuestos caminos; Azorín y Benavente supieron adaptarse a la burguesía conservadora; Maeztu se orientó hacia opiniones tradicionalistas y aun fascistas; Ortega se centró en preocupaciones culturales, filosóficas y políticas; mientras que Valle-lnclán, Unamuno y Baroja, aunque con distintos matices e intenciones, adoptaron posturas claramente individualistas. Paulino Garagorri, profesor de Filosofía e Historia del Pensamiento Político, en su obra “Unamuno, Ortega y Zubiri en la filosofía española”, sostiene la mediocridad de la filosofía española durante la Edad Moderna; en cambio, en el siglo XX, la filosofía española deja de ser un evento doméstico; con Unamuno (1864 -1936) y Ortega (1883 -1955) nos incorporamos con pleno derecho y dignidad a la altura de la filosofía occidental. Sostiene en su obra que “bajo el imperio del racionalismo moderno, la mente española no logró dar notables frutos filosóficos; pero al introducirse la historia humana en el centro de la filosofía (...) han surgido de golpe dos pensadores españoles para quienes esa cuestión constituía el eje de su filosofía... Las soluciones, no obstante, que dieron serán casi antagónicas en el caso de Unamuno y Ortega”.

Precisamente va a ser un nieto de Ortega, José Varela Ortega, apasionado historiador movido, como él dice, por la curiosidad que le producen las pasadas épocas y sus gentes, aquellos personajes cuyas vidas superan la imaginación de cualquier novelista, quien nos ha regalado una obra para pensar y reflexionar sobre quiénes somos y la importancia e influencia que hemos tenido en la Historia; un minucioso trabajo de veinte años: “España. Un relato de grandeza y odio”; una obra en la que hace una defensa apasionada de España y de sus múltiples valores. Sin estereotipos, fue su abuelo, José Ortega y Gasset, con su pequeña obra “España invertebrada”, publicada en 1921, quien analizará la crisis social y política de la España de su tiempo; en ella pone el dedo en la llaga de la decadencia nacional. “No es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista… Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana. Por muy profunda que sea la necesidad histórica de la unión entre dos pueblos, se oponen a ella intereses particulares, caprichos, vilezas, pasiones y, más que todo esto, prejuicios colectivos instalados en la superficie del alma popular que va a aparecer como sometida”. Críticas palabras que, de vivir Ortega en nuestra actualidad, las podría repetir. Señaló con clarividencia casi profética que “uno de los fenómenos más característicos de la vida política española en los últimos veinte años ha sido la aparición de regionalismos, nacionalismos, separatismos; esto es, movimientos de secesión étnica y territorial. ¿Son muchos los españoles que hayan llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad histórica de tales movimientos?".

Acusa Ortega en su obra la falta de una minoría dirigente ilustrada capaz de tomar decisiones firmes y eficaces; destaca que nuestra decadencia se debe a “la ausencia de los mejores”. “Es extraño que de nuestra larga historia no se haya espumado cien veces el rasgo más característico, que es, a la vez, el más evidente y a la mano: la desproporción casi incesante entre el valor de nuestro pueblo y el de nuestras minorías selectas. La personalidad autónoma, que adopta ante la vida una actitud individual y consciente, ha sido rarísima en nuestro país. Aquí lo ha hecho todo el ‘pueblo’, y lo que el ‘pueblo’ no ha podido hacer se ha quedado sin hacer” (…) “Lo que acarrea la decadencia social -escribe Ortega- es que las clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar. Para mantenerlo unido es preciso tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común”. Este proyecto común en la “España invertebrada” de hoy está hecho jirones, lo demuestra la imposibilidad de haber podido formar gobierno, con el temor y duda de que, realizadas las próximas elecciones, los resultados sean iguales o parecidos. Entonces, ¿qué? Nuestros líderes políticos se “enredan con sus cosas”, pero están ausentes de la vida real de la sociedad: en la política y en los políticos actuales, como afirmaba Ortega, están ausentes los mejores y abunda la mediocridad. Como Diógenes de Sinope, el cínico, por Atenas y con un candil “buscando un hombre honrado”, habría que salir a nuestras calles y plazas para poder hallar dónde están “los mejores políticos” hoy ausentes de nuestro Parlamento. ¿Qué proyecto sugestivo a día de hoy nos pueden presentar? Analizada desde la distancia del ciudadano, “el espectador” que decía Ortega, no debemos estar dispuestos a repetir eso que históricamente tan bien se nos ha dado, destruir la convivencia. Escuchando a nuestros líderes “despellejarse” en el Congreso, viene a la memoria lo que refiere Suetonio, en “Vida de los doce Césares”, de Domiciano, el déspota del Palatino, que impuso en Roma un auténtico régimen de terror; cuando quería deshacerse de un enemigo poderoso, le decía: “Pruébame tu poder o teme el mío”. Así se miden hoy nuestros políticos.

La “impaciencia” adolescente de nuestros políticos, la “nerviosa emotividad” con la que transmiten sus escasamente reflexionadas propuestas de solución a nuestros problemas, nos conducen a la incertidumbre electoral

En estos momentos de perplejidad en los que se manifiesta nuestra vida social, política y colectiva, han surgido una serie de comportamientos que denotan un estado social y político patológico, en el que el exceso de estrategia trae consigo un déficit de ideología: la “impaciencia” adolescente de nuestros políticos, la “nerviosa emotividad” con la que transmiten sus escasamente reflexionadas propuestas de solución a nuestros problemas, su incapacidad para el diálogo con el fin de dar la salida adecuada al “procès”, con el gobierno catalán por una parte, la del gobierno en funciones y la de los que a sí mismos se llaman partidos constitucionalistas por otra, la tendencia de algunos partidos a buscar sin reflexión las soluciones, la “impulsividad”, la inestabilidad y los cambios bruscos de opiniones y el exceso de palabras convertidas en propuestas vacías nos conducen a la incertidumbre electoral; sabemos por experiencia que lo que no se va a cumplir, es mejor no prometerlo; es buena estrategia para la credibilidad.

Decía Ortega que “sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande”. Difícilmente podremos avanzar si nuestros líderes tienen cortedad de miras, ni podemos progresar si poseen ideas cortas, o carecen de ellas. Se dice que hay “colosos de piedra” con pies de barro. España, más que los pies, está teniendo en estos tiempos la cabeza de barro.

La ausencia de los “mejores”