jueves. 25.04.2024

Futuros robados o el peligro de “contraeducar”

tele

“Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla 
es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.

El mito de Sísifo. Albert Camus


Los medios de información y comunicación, por el maldito interés en aumentar el “rating” o el “share” de audiencia, han adquirido la nefasta costumbre de seducir engañosamente a los lectores o espectadores antes que pensar en la fuerza educativa o antieducativa que produce la información que dan

Una pequeña anécdota se puede convertir en una importante categoría, no siempre ejemplarizante. Todo depende de la lupa intencional con la que se analice. Se convierte en categoría cuando la anécdota, aunque liviana como hecho, narrada con la fuerza de la palabra y la imagen, su relato deja huella y perdura en la memoria. Eugenio d`Ors fue un maestro al elevar las anécdotas a categorías: tomando un hecho concreto como punto de partida, traspasando sus límites, era capaz de transformarlo en una categoría de pensamiento. Albert Camus, en El mito de Sísifo, a pie de página, nos proporciona un claro ejemplo; dice así: “He oído hablar (…) de un escritor de la posguerra, quien después de haber terminado su primer libro, se suicidó para llamar la atención sobre su obra. Llamó, en efecto, la atención, pero la historia juzgó malo el libro”. Pequeña anécdota, pero aleccionadora categoría. El hecho, la anécdota de la que parto, y la consiguiente reflexión, me lo proporciona una información de diario El País titulada: El rey de los milenials o cómo ganar más de 100.000 euros al año sin tener que acudir a un trabajo y vivir viajando, gracias a las oportunidades de Internet.

Un joven de 23 años, Pau Ninja (no es su apellido real) trabajaba en 2014 en un almacén de Decathlon: sus objetivos: ganar suficiente dinero para no tener que trabajar y vivir viajando. En Decathlon no era posible. Tres años después encuentra una alternativa: escoge una web de afiliación con tutoriales en casa; busca un nicho que dé dinero en Internet recomendando productos con enlaces a tiendas online y si alguien compra, tras pasar por su página, se lleva una comisión que oscila del 3% al 10%. Sin hacer nada más. Su mérito es colocar el producto, no crearlo. Hoy es un nuevo rico. “Mi ambición -dice-es poder levantarme y decir: quiero ir a Tailandia, e irme”. Su éxito consiste en vivir de un blog o de una imagen. Información y artículos tan ingenuos como éste no dejarían de hacer gracia, si no fuera por la forma que tienen de insultar a la inteligencia y a la importancia de la educación, la formación y el trabajo.

Los medios de información y comunicación, por el maldito interés en aumentar el “rating” o el “share” de audiencia, han adquirido la nefasta costumbre de seducir engañosamente a los lectores o espectadores antes que pensar en la fuerza educativa o antieducativa que produce la información que dan. Esto confirma que, para la mayoría de los medios de comunicación, aunque afirmen lo contrario, su objetivo no es la responsabilidad y la ética educativas sino los beneficios que proporciona el mercado. Se vetan con hipocresía cínica ciertas pudorosas imágenes (generalmente relativas al sexo) en horario que llaman “infantil”, pero no les preocupa erosionar la conciencia infantil con otras más degradantes para la dignidad, la ética y los derechos humanos y sociales; porque ni la infancia ni la adolescencia son un estado natural de inocencia, son una construcción cultural y social en el desarrollo de su historia.

La creciente concienciación de la sociedad, en relación con los riesgos a los que se ven sometidos los menores con el uso de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, ha hecho saltar todas las alarmas. Contemplando los concursos infantiles, la importancia que para ellos se da a la belleza de la imagen, el escaso interés en valorar la importancia de la educación y el estudio, el incremento de la violencia en las escuelas y la seducción nihilista del éxito fácil que proporciona la publicidad en las redes sociales, presenta un panorama poco tranquilizador del mundo que rodea en la actualidad a niños, adolescentes y jóvenes. Henry A. Giroux, en su recomendable libro La inocencia robada, afirma que “la cultura comercial es el terreno primordial en el que los adultos ejercen el poder sobre los niños, tanto en el plano ideológico como en el institucional”;revela en su libro cómo la “cultura empresarial y mercantil” está invadiendo la vida de niños y adolescentes, intentando robar su inocencia para incorporarlos rápidamente al mercado, convirtiéndolos en consumidores. Con sana pedagogía y total claridad, lanza un grito acusador: “No nos convirtamos en ladrones directos o indirectos de inocencias robadas”y añade algunas acusaciones y contradicciones: se sostiene -escribe- que la pornografía por internet es un peligro inmanente para la inocencia infantil, pero nada se dice de las empresas, sus propietarios y accionistas, que convierten sin descanso en bienes de consumo y sexualizan los cuerpos, los deseos y las identidades de los niños con el fin de obtener unos beneficios. 

La amenaza a la inocencia infantil obvia la contradicción entre la preocupación adulta por la seguridad de los niños y la realidad de la forma cotidiana en que éstos son tratados por los adultos. Incluye en su denuncia a la pedagogía pública de la sociedad y al silencio responsable de muchos intelectuales y tertulianos. Según Giroux el trabajo educativo es inseparable de la política cultural de un país. La pedagogía está relacionada con la vinculación de la construcción del saber con cuestiones de ética, política y poder; para él, los educadores (todos lo debemos ser: políticos, empresarios, ciudadanos) deben cuestionar aquellas pedagogías que amenazan la inocencia infantil y aquellas formas de dominación que recaen sobre los jóvenes.

Giroux cita en su libro a Neil Postman y David EIkind: “la línea que separa la infancia de la adultez -dicen-está desapareciendo a causa de la influencia generalizada de las redes sociales y la naturaleza cambiante de la familia y los medios de comunicación”; atribuyen directamente al ascenso de las nuevas tecnologías, las redes sociales y al atractivo de masas de la actual cultura banal la pérdida de la inocencia infantil; sostienen que el mito del niño inocente, como objeto de adoración, se ha convertido j3con excesiva facilidad en un concepto del niño como objeto y en su comercialización como un bien de consumo. Para confirmalo, aporta algunas fotos, que incluyo:

¿Qué clase de noticias son estas que desvían la dignidad del niño y convierten en objeto comercial su inocencia? Hay que preguntar a los responsables de este tipo de publicidad mercantil: ¿para cuándo un tratamiento educativo de la imagen del niño y del adolescente que es incomparablemente más valioso que los beneficios económicos que a ellos les producen?

En las redes sociales o en internet ha surgido una nueva profesión; es el sueño de cualquier egocentrista o vago social: poder vivir diciendo lo que piensa sin filtros, con un blog o una cámara, y listo. “¡Papis, j2quiero ser influencer!”: utilizan para ello una foto musculada de gimnasio o haciendo carantoñas en un vídeo contando tus “necias chorradas”. Todo vale para ser influencer. Hasta existen ya academias que enseñan a serlo en el mundo de “youtube”. Con noticias como estas sólo se alimenta la imaginación y la avaricia de enriquecerse o ser admirado. El dinero fácil está bien visto en la sociedad; es un estímulo antieducativo para aquellos que les gustaría imitarlos, aunque no hay duda de que el dinero fácil siempre se gana a costa del trabajo y el esfuerzo de otros. Este es el sueño de muchos adolescentes y jóvenes. “Hacer dinero sin hacer nada más”. Es el paradigma del enriquecimiento rápido como estrategia educativa y garantía engañosa de un futuro exitoso. Sin estas novedosas y vacías tecnologías, como canta Amaral, estos adolescentes o jóvenes no serían nada. Estos son los sueños de una parte importante de nuestros adolescentes y jóvenes, incluso niños: ilusionarse con series de concursos, cada vez más numerosas, a j1cuyo “casting” se presentan cientos de miles de los que apenas “una docena” consigue la fama. ¡Adelante, pues, los medios de comunicación y programas televisivos con estos sueños, o señuelos!;mientras, la educación se desprestigia y a los jóvenes se les roba el futuro. Esta reflexión no es “apocalíptica”, sino una anticipación de lo que puede suceder, como versificó poéticamente Píndaro en su Olímpica I: “Incluso lo increíble, será creíble. Los días venideros serán los testigos más sabios.”

Y esto es posible porque quizá no interesa “a los mercaderes de sueños”prevenir a nuestra juventud sobre las trampas y peligros de confiar en este sistema. Cada vez, en cambio, es más numerosa esa propaganda solapada que atrapa para esa estúpida banalidad enriquecedora de “vivir como dios”;es el “easy come, easy go” (“fácil llegó, fácil se fue”); mientras, destruye lo que significa para esa adolescencia una educación en valores y la construcción de su futuro en una madura y sólida formación, superación, conocimiento y esfuerzo. El “fácil llegó, fácil se fue”es como el “efecto mariposa”, esa idea de que, dadas unas circunstancias peculiares de tiempo y condiciones iniciales de un determinado sistema caótico entre dos situaciones, acabará, mediante un proceso de amplificación, generando un efecto considerablemente perverso a corto o medio plazo. 

Alertaba Benjamin R. Barber, político estadounidense, que: “Es momento de reconocer que, desgraciadamente, los verdaderos tutores de nuestros hijos no son los maestros ni los profesores universitarios, sino los cineastas, los ejecutivos de la publicidad, los proveedores de cultura pop, los deportistas exitosos. Son ‘los modelos a imitar’”. El reality “Gran hermano”se ve más que los programas educativos de la “2”;la “bazofia cotilla” de “Sálvame de lux” triunfa más que los documentales” en televisión, y los personajes más admirados no son ni los científicos ni los investigadores que con sus trabajos ayudan a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos”, sino esos deportistas de balones “de oro”, pero de “mollera vacía”.

El protagonista de la película “Entre les murs”, del director francés Lauren Cantet, un profesor, que intenta instaurar una relación igualitaria con los alumnos, pero que al finalmente fracasa al tener que someterse al sistema, confiesa: “A los trece años no tenemos nada para contar, sólo vamos a la escuela, volvemos a la casa, comemos y dormimos”. En el fondo, acepta que la educación, no bien administrada en una sociedad global que no es capaz de valorarla, puede convertirse en un fracaso.

La educación, principalmente, no es la enseñanza reglada que se imparte en las escuelas; la que más influye en los ciudadanos es la que se trasmite a través de las instituciones públicas y privadas de la sociedad, fundamentalmente, a través de la conducta de sus líderes y los medios de información y comunicación; éstos, más que los profesores, pueden arruinar esa educación que se da en los centros educativos. No se puede banalizar esta afirmación. Que la educación necesita cambiar para adaptarse a las necesidades de aprendizaje de la sociedad actual, es un argumento que se repite a menudo, aunque no consigamos ese consenso acerca de la profundidad y la urgencia de los cambios necesarios. 

Cada vez hay mayor acuerdo en que la trayectoria actual de los sistemas educativos no es capaz de hacer frente a los profundos desafíos que plantea la globalización. Con mirada global bien lo afirmaba Pablo Freire en su Pedagogía del oprimido“Nadie educa a nadie, nadie se educa solo. Todos nos educamos unos a otros, mediatizados por el mundo. Pensar en la historia como posibilidad es reconocer la educación como posibilidad; es reconocer que, si la educación no puede hacerlo todo, puede conseguir algunas cosas, si la sociedad entera se implica... Uno de nuestros retos como educadores y sociedad es descubrir cómo contribuir entre todos a la transformación del mundo, dando lugar a un mundo que sea más redondo, menos anguloso, más humano”.Tal como se imparte, el modelo educativo actual no satisface las necesidades de aprendizaje de los jóvenes del siglo XXI; si, además, la sociedad en su totalidad no se implica, nos llevará décadas resolver sus problemas; mucho más tiempo del que se pueden permitir los niños y jóvenes de hoy día. Decir que los niños son el futuro de cualquier sociedad es una obviedad repetida; pero si queremos adivinar el futuro de una sociedad hay que mirar sus ojos; si, en cambio, pretendemos mutilar el futuro de la sociedad, despreocupémonos de ellos. La lucha por la supervivencia de nuestros hijos y alumnos es la lucha por la supervivencia de nuestro futuro. La cantidad y la calidad de esa supervivencia es la medida del desarrollo aceptable y sostenible de nuestra sociedad.

El panorama actual es complejo. Soy consciente de que no se puede responsabilizar a los medios de comunicación de que los valores que actualmente poseen nuestros adolescentes y jóvenes sean la consecuencia necesaria y predeterminada de los factores que conforman su entramado formativo básico. Pero no es menos cierto que difícilmente se pueden entender esos cambios de valores, así como el auge de determinados comportamientos nada éticos en nuestra sociedad sin relacionarlos con los comportamientos estructurales y básicos configuradores de esta misma sociedad.

Futuros robados o el peligro de “contraeducar”