jueves. 28.03.2024

Desmontando a Eduardo Inda

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“El vértigo por la información irreflexiva y económicamente rentable empuja a las cúpulas de los medios a periodistas éticamente desaprensivos y amantes de la posverdad e inhibe a potenciales magníficos periodistas de estar presentes en las tertulias”.


Inda practica un tipo de “periodismo” que corroe y contamina la democracia, aporta poco, fomenta el odio, el insulto y el desprecio a quien con él no coincide; alguien ha llegado a calificarle como “terminal de desinformación”

En sana y justa compensación no tendría que molestar que, a quien tanto opina y califica a los demás, otros puedan calificarle y opinar de él. Me refiero a uno de los opinadores (¿periodista?) que más se prodiga en tertulias y saraos deportivos: Eduardo Inda.

Resulta también, cuando menos extraño que, para gestionar la política haya necesidad de miles de ministros, diputados, senadores, concejales, asesores… y para opinar sobre ella, apenas dos docenas de tertulianos, y siempre los mismos.

Fundada por Nicolás Fernández de Moratín y Tomás de Iriarte, fue célebre la tertulia literaria de la Fonda de San Sebastián, situada en la Plazuela del Ángel, considerada una de las más importantes del siglo XVIII. Era una reunión intelectual en el Madrid de la Ilustración y primera de las tertulias modernas; entre otros, fueron tertulianos López de Ayala, Jovellanos, Goya, Larra, Zorrilla o Espronceda. Uno de sus asistentes fue José Cadalso, escritor ilustrado, considerado uno de los introductores del romanticismo en España. Bajo el título “Los Eruditos a la violeta”, escribió una sátira en la que ridiculizaba la pedantería de aquellos eruditos superficiales que creen conocer de todo: son aquellos “tertulianos” omnipresentes en todas las tertulias, que de todo se atreven a opinar sin atisbos de duda alguna. Su sátira es una serie de textos mordaces en los que ridiculizaba el falso barniz cultural que tenían muchos de los petimetres que circulaban por los salones del Madrid de la época. Así los juzgaba:

“En todos los siglos y países del mundo han pretendido introducirse en la réplica literaria unos hombres ineptos que fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de literatura. Este grupo de sabios pueden alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una ciencia, lo difícil que es entender varias a un tiempo, lo imposible que es abrazarlas todas y lo ridículo que es tratarlas con magisterio y satisfacción propia, con el deseo de ser tenido por sabio universal… Pretenden poseerlas todas, cuando apenas han saludado sus principios”.

En su análisis, José Cadalso parece hacer una radiografía de nuestro presente. Es el juicio que muchos ciudadanos hacemos de ciertos tertulianos: pretenden saber de todo, cuando apenas acarician la superficie de la realidad, manipulando y traicionando la verdad. Analizar la información y la noticia, función crítica de cualquier tertuliano, no es un estudio de anticuario; sirve para comprender sin excitación irreflexiva el presente y tratar de anticipar o vislumbrar las posibles consecuencias por dónde puede ir el futuro.

Asistí hace días a la presentación del último libro de Nicolás Sartorius “La manipulación del lenguaje”. Un breve diccionario en el que advierte contra la manipulación del lenguaje y sus engaños, al envolver con palabras realidades que significan lo contrario de lo que pretenden significar. Es, como Sartorius dice, una “batalla” contra la manipulación del lenguaje o contra el “universo de la mentira”; subraya la necesidad de que los medios de comunicación limpien y cuiden su lenguaje. Es también una crítica a esos medios de comunicación que compran estos conceptos falsos y los difunden; es una obra muy recomendable para Eduardo Inda y otros tantos parecidos tertulianos.

Las 66 expresiones que desarrolla la obra son representaciones distorsionadas, absolutamente estúpidas, pero que la gente (sobre todo políticos y periodistas) compra y las convierte en verdad. Es una forma de hacer periodismo que no relata los hechos como han sido, sino que son cocinados y presentados desde los sentimientos, las emociones, los impulsos, la excitación o el sectarismo. Quien adecua la verdad en función de sus intereses, a veces ni siquiera es consciente de que miente pues no entiende lo que es la verdad. Sostenía Nietzsche que “la mentira más común es aquella con la que uno se engaña a sí mismo, pues pretender engañar a los demás puede ser un intento estúpido y vano”. Con otro lenguaje, pero con parecido acierto, alertaba Fray Luis de León: “En la oscuridad y en el miedo es fácil dominar a las almas, pero no con la verdad”. Si queremos disfrutar de una democracia honesta, al ver cómo se miente y se humilla a la verdad, estamos obligados siempre a estar vigilantes y críticos contra este tipo de políticos y periodistas, que se consideran veraces, por lo mucho que opinan y con la contundencia y verborrea con que lo hacen. Esto es lo que le sucede a Inda y algunos jóvenes y nuevos políticos; un número cada vez mayor de ciudadanos no soportan ya sus engaños.

El engaño y la mentira molestan e incordian cada vez más; son un insulto a la inteligencia ciudadana. La batalla de las ideas se empieza ganando o perdiendo por el lenguaje. ¡Qué fácilmente seducen quienes retóricamente lo saben manejar y utilizar! Con facilidad alcanzan el objetivo primordial del poder y el mando quienes, interviniendo hábilmente y con medios arteros en la política, en el periodismo o en la sociedad… para servir a sus propios intereses o de partido, mediante la manipulación del lenguaje, transforman la mentira en verdad. Sin profundidad filosófica, sino con evidencia palpable, la realidad está “ahí”, fuera de nosotros y pertenece a todos; si queremos opinar, nuestra palabra debe adecuarse a ella: esa es la verdad. Descartes no pensó así; con su “pienso luego existo” nos situó por encima de la realidad; para él ésta existe en función de si la pienso; mas no la podemos construir en función de si la pensamos o no; convertiríamos la verdad en pura subjetividad inestable. De ahí que haya que dejar claro que ni la política ni el periodismo, ni cualquier otra profesión, poseen su propia moralidad; la ética nunca puede establecerse por interés exclusivo de parte. Por higiene democrática, se impone criticar a aquellos medios de comunicación, periodistas y tertulianos que compran la mentira y la difunden. Más que gloria del periodismo son su miseria Da grima escuchar su soberbia intelectual sosteniendo sus opiniones y elevándolas a la categoría de dogmas sin atisbos de duda alguna.

Hablar de más puede producir una imagen equivocada frente al otro pues este tipo de actitud muestra la esencia del comportamiento vanidoso de aquel que le encanta sentirse escuchado, pero no escuchar. El sociólogo francés Gustave Le Bon aconsejaba, con cierto maquiavelismo, que una de las funciones más importantes para quien pretende influir en las gentes consiste en bautizar con palabras populares expresiones que la multitud no puede soportar bajo sus antiguos significados. Con cierta jerga de palabras, sutilmente “escogidas”, bastará designar las ideas más odiosas para hacerlas aceptables a las masas. Concluía, con cínica ironía, que existen expresiones “absolutamente estúpidas y falsas” (la posverdad), pero que la gente compra; y lo incomprensible es que se convierten a la larga en verdades aceptadas e indiscutibles. Una vez más se repite aquello de que una mentira se hace verdad si se reitera mil veces, aunque no es inútil advertir que, por la “ley de repetición”, es posible que la excesiva reiteración de un mensaje y el empacho del mismo puedan producir una reacción contraria. De ahí que un periodismo nada reflexivo, poco objetivo y muy impulsivo -puede suceder también en política-, es probable que llegue a hastiar, aburrir y cansar. Es lo que sucede con el señor Inda en su labor periodística; no comenta la noticia, la pervierte y falsea, y si añade impulsividad a su falta de control, hastía y aburre a quien le escucha.

La pregunta que muchos nos hacemos es radical: ¿Es Eduardo Inda realmente un periodista? A priori, creíamos que quienes habíamos superado esa pandemia de engaño y mentiras que fue la prensa y el periodismo del “Movimiento franquista”, con la democracia veríamos una legión de periodistas profesionales al servicio del derecho a una información veraz, independiente y crítica del poder; hoy, en cambio, no es así. Eduardo Inda (y muchos periodistas que están en nuestro universo mental) es un mal ejemplo. Un importante número de periodistas y tertulianos son lacayos del poder (económico, político y religioso), carecen de independencia y autocrítica, manipulan la información a conveniencia, inventan la noticia o la deforman, utilizan la posverdad como modelo de información, practican el corporativismo… Y cuando un sentimiento tan importante como la confianza se quiebra, algo en nuestro interior fallece. Esto ocurre porque la mentira y la falsedad ponen en duda mil verdades, haciendo que nos cuestionemos incluso las experiencias que creíamos verdaderas.

Eduardo Inda no es buen periodista; mejor, es un periodista que se encuentra bien, se maneja a gusto en el “universo de la posverdad y la mentira”. Ha prostituido una profesión que debería estar al servicio del pueblo. Algunas cadenas de tv y radio le pagan por gritar, insultar y mentir. No tiene bien calibrada la brújula de la verdad y la moderación. La mentira no entiende de ideología. Inda encarna e interpreta varios personajes dentro del peor modelo de periodismo. Posee los vicios del periodista partidista, tendencioso y excitado; trabaja la noticia con el sentimiento no con la reflexión; su pensamiento es acartonado. Para él no existe relato veraz; la verdad es su opinión; en él la verdad no es reflexiva, es impulsiva. Disfraza el lenguaje con lugares comunes, siempre ofensivo para el contrario. Bien sentenciaba con sencilla clarividencia Leonard Cohen: A veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado. Y muchos sabemos de qué lado está Eduardo Inda.

Los que no formamos parte de “ninguna revolución en marcha” solemos quedarnos sin espacio, también sin voz. La imparcialidad está mal considerada. Por eso los medios de comunicación, incapaces de dar respuesta al desconcierto informativo actual, se hacen partidistas interesados en busca de nichos afectos. Cada vez muestran menos interés en conocer lo que piensan e interesa a los ciudadanos y más el beneficio económico que les proporciona la información. Es lo que sucede a Inda. Es de esos periodistas que hablan mucho, opinan demasiado y escuchan poco. En sus peroratas incansables, en las que interrumpe, de modo permanente, al contrario, muestra exceso de engreimiento, fatuidad y arrogancia. Cree que por hablar mucho dice más verdad. ¡Ingenuo! Todo lo contrario. Como dice el libro de los Proverbios: “el que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua…Los labios del justo orientan a muchos; los necios mueren por falta de juicio”.

Inda practica un tipo de “periodismo” que corroe y contamina la democracia, aporta poco, fomenta el odio, el insulto y el desprecio a quien con él no coincide; alguien ha llegado a calificarle como “terminal de desinformación”. Hace días, con más desprecio que objetividad, no sé si intentando humillar más al Presidente Sánchez que ensalzar por encima de lo que en realidad vale a Pablo Casado, ante los resultados de la encuesta del CIS, afirmaba: “El CIS ha sido la venganza de Pedro Sánchez por la “tunda” de Casado en el Congreso”. De ahí que algunos compañeros de tertulia, en las muchas en las que participa, hayan manifestado y escrito: “Me da vergüenza compartir cadena o tertulia con él. No tiene la decencia profesional y ética de rectificar”. También es cierto que existen otras voces del mundo de la comunicación que han alzado la voz para apoyarle, entre otros destacados, los ¿periodistas? Herman Tersch o Alfonso Rojo. ¡Muy recomendables ambos!

Navarro de nacimiento, Inda estudió Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Después de algunos tanteos al inicio de su carrera profesional periodística, recala en 1994 de la mano de Jaume Matas en Mallorca, donde veranea Pedro J. Ramírez, en Costa de los Pinos con su célebre piscina; inicia allí su trabajo en la redacción de El Mundo en Baleares, dedicado en sus inicios a la información local. En 2002 es nombrado director de la delegación de El Mundo-El Día de Baleares hasta 2007. Esa etapa está marcada por una confrontación con el grupo mediático rival de Pedro Serra, un capo de Mallorca, recibiendo favores del gobierno de Jaume Matas. En 2007 es premiado con la dirección del diario Marca, que pone directamente al servicio de Florentino Pérez. En 2011 pasa a dirigir la fracasada televisión de Unidad Editorial, Veo7. Sus cualidades mediáticas las va poniendo al servicio del Partido Popular y de la Unidad de Asuntos Internos (UAI), unidad de información generada por Jorge Fernández Díaz en el Ministerio del Interior para desprestigiar a los adversarios políticos. Mantiene una fluida relación con el “hoy célebre comisario” José Manuel Villarejo Pérez, quien en sede judicial ha declarado que Inda “le ha sido de ayuda en algunos trabajos”. En diciembre de 2014 abandona “El Mundo”. El 14 de enero de 2015 se hizo público que Inda había llegado, tras seis meses de negociación con Antonio Fernández Galiano, presidente de Unidad Editorial, uno de los principales grupos españoles de prensa escrita, a un acuerdo sobre su indemnización por su salida de Unidad Editorial, cifrada en poco menos de 600.000 euros. Con apoyo del poder, pone en marcha un diario digital: Okdiario.

Al año siguiente de nacer, Okdiario recibió un préstamo estatal de 300.000 euros sin avales ni garantías en condiciones ventajosas de una empresa pública dependiente del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad. Utilizando parecida investigación periodística, la llamada “táctica Inda”, existen indicios de que podría haber recibido dinero para su proyecto de ámbitos nada claros de “directivos de la empresa Oro Direct”, investigada por la Guardia Civil por ayudar, presuntamente, a la trama valenciana del PP de Alfonso Rus a blanquear dinero; dichos directivos son, a su vez, copropietarios del “Grupo Gedesco”, la empresa que, hasta el 17, de mayo figuraba como responsable de varios de los blogs alojados en Okdiario. Desde entonces aparece en su nueva función de tertuliano con una vitalidad y una pasión que contrasta con el escaso valor de credibilidad con el que acompaña sus intervenciones.

El periodista Francisco Mercado, exjefe de Investigación de Okdiario, de la que Eduardo Inda es director, ha denunciado que durante los 18 meses que permaneció en la empresa, estuvo expuesto directamente a manipulaciones, falsificación de su trabajo en contra de su voluntad y sin su consentimiento, de manera sistemática y grave, de los artículos redactados por “él” hasta rozar o alcanzar la mentira, la injuria o la calumnia. “Podría citar decenas de artículos -afirma Mercado- manipulados en contra y sin mi conocimiento por la dirección de Okdiario”. Destaca en concreto, entre otras, la manipulación de la noticia de la falsa imputación de que Pablo Iglesias había cobrado de Venezuela mediante un paraíso fiscal. “El director de Okdiario, Eduardo Inda Arriaga, se encargó de dinamitar mi versión. La manipuló y reconstruyó con una colección de aseveraciones que jamás estuvo ni en mi mente ni en el original escrito por mí. Esta manipulación se hizo sin avisarme de tan drásticos cambios”. Cuando protestó por la tergiversación de su información, Inda le respondió: "La información es buena, pero los títulos son una mariconada. Nada de que “la policía está investigando”. Hay que poner: “Iglesias cobró de maduro en un paraíso fiscal, y punto”. 

Esta es la idea de periodismo transparente y veraz del señor Inda. Es difícil encontrar a un periodista que sea capaz de mentir y manipular la información “tan sinceramente”. No se puede utilizar una noticia no contrastada, incluso inventada, para avalar el propio argumento o denigrar el del contrario. Es lo que ya se denomina “táctica Inda”: “choque de códigos periodísticos y morales en las tertulias, demonizando al contrario”. Como tertuliano, mantiene su comportamiento a través de las formas que le son propias: groseras, despóticas, inquisitivas con total ausencia de empatía. En su sonada y permanente presencia como tertuliano en La Sexta Noche, siempre carente de respeto con los tertulianos que tiene enfrente, en conjunción y trío insultante formado por Marhuenda y Claver, la expresión más suave que los tres emplean es “esa izquierda…”. Con generosa e irónica benevolencia habría que dedicarles todos los sábados esa brillante canción de Chicho Sánchez Ferlosio:

“Cuando canta el gallo negro / Es que ya se acaba el día. / Si cantara el gallo rojo, / otro gallo cantaría. / ¡Ay! si es que yo miento, / qu'el cantar que yo canto / lo borre el viento. / ¡Ay! qué desencanto / si me borrara el viento, / lo que yo canto. / Se encontraron en la arena / los dos gallos frente a frente. / El gallo negro era grande, / pero el rojo era valiente. / Se miraron cara a cara / y atacó el negro primero. / El gallo rojo es valiente / pero el negro es traicionero. / Gallo negro, gallo negro, / gallo negro, te lo advierto. / No se rinde un gallo rojo / mas que cuando está ya muerto”.

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