martes. 16.04.2024

“De mónadas y monadas”, o sobre el optimismo pesimista o el pesimismo optimista

El optimismo desmedido es tan poco aceptable como el fatalismo pesimista.
cadena

“Sabiendo que no se puede luchar contra la fuerza de la Necesidad…
me he enemistado con todos los dioses que frecuentan la corte de Zeus
por mi gran amor hacia los hombres”.

Esquilo (“Prometeo encadenado”).


Se anuncia estos días, al menos en los autobuses de Madrid, el estreno en Netflix de una prometedora serie: “The Witcher”, cuyo reclamo está en esta discutible afirmación: “No puedes escapar de tu destino”. Y si discutible es tal aserto, también lo es ese “eslogan” que utilizó Barak Obama en su campaña presidencial y que, desde el 15 M, viene utilizando Podemos: “Yes, we can”, “Sí se puede”. El optimismo desmedido es tan poco aceptable como el fatalismo pesimista. Al igual que Prometeo, estamos encadenados en esta contradicción: en un optimismo pesimista o un pesimismo optimista; al no saber si no se puede luchar contra el poder de la necesidad, nos tenemos que enemistar contra el poder de los que mandan (los dioses), por nuestra solidaridad (amor) a los que como nosotros son hombres, ciudadanos de a pie. Mas, sobre esta reflexión, abundaré más adelante.

En la actividad docente no es frecuente que el alumnado se divierta con las explicaciones de la historia de la filosofía - (¡afortunado el profesor que lo consigue!) -. Y no es porque la materia no se preste a ello, son innumerables las anécdotas curiosas que ofrece la biografía de algunos filósofos; somos, en general, los profesores y profesoras -soy inclusivo-, los que utilizamos una metodología cansina y un lenguaje arcano para los alumnos. El currículo oficial, antes de los recortes de la LOMCE del ministro Wert, incluía explicar el pensamiento de Leibniz, o mejor, de modo rimbombante como la peluca con la que se le representa, a Gottfried Wilhelm von Leibniz​, filósofo, matemático, lógico, teólogo, jurista, bibliotecario y político alemán de mediados del siglo XVII, conocido como “el padre del cálculo”, a mitad de camino entre el racionalismo de Descartes y el empirismo de Locke.

En “La Metafísica y Leibniz”, Ortega y Gasset expone que, para explicar la posibilidad del movimiento, frente a la física cartesiana de la extensión, Leibniz defiende una física de la energía. Los elementos últimos que componen la realidad son las “mónadas”, puntos inextensos de naturaleza espiritual, con capacidad de percepción y actividad; cada una de ellas recibe su principio activo y cognoscitivo de Dios, quien en el acto de la creación estableció una armonía (la conocida “armonía preestablecida”) entre todas las “mónadas”. Desde el comienzo de la creación -sostenía-, Dios ha establecido una coherencia entre las actividades que disfrutan todas ellas, por lo que los cambios en una mónada corresponden perfectamente a los de las otras mónadas. A esta concepción se le ha llamado “optimismo metafísico” y con su tesis conciliadora, armonizadora y decididamente optimista describe un universo en el que el mal pierde toda posibilidad, pues, en tanto que elegido por Dios entre infinitos mundos posibles, se convierte en “el mejor de los mundos posibles”.

Traigo a reflexión a Leibniz por dos razones: la primera, simple pero jocosa; frente a la acentuación esdrújula de la palabra: “mónada”, los alumnos de filosofía, con sonrisa sardónica la mayor parte de ellos, desconociendo la fuerza significativa del neologismo griego, la convertían en llana: “¡monada!”; la segunda, porque al contrario del optimismo leibniziano y su tesis de considerar el mundo como el mejor de los posibles, viendo el mundo político y social que estamos viviendo en la actualidad, “¡¡¡abandonados de la mano de la sensatez!!!”, es, evidentemente “muy mejorable”.

Si nos quedamos con la palabra llana, que hacía sonreír a los alumnos, según la RAE, “las monadas” son las acciones propias de un mono o las acciones graciosas de los niños; más negativo es el significado 3 de la RAE: acción afectada y enfadosa, impropia de una persona adulta y formal. Traicionando a Leibniz, viendo la actualidad de la política española y el panorama que refleja, la falta de respuestas y soluciones a los problemas de la ciudadanía, el estancamiento político e institucional al que nos someten, sus celos, recelos y “excesivos egos” y su incapacidad para afrontar de una “puñetera” vez la responsabilidad para la que han sido elegidos, las “mónadas de Leibniz” las han convertido en “monadas”, es decir, en acciones afectadas, egoístas, impropias de personas adultas y responsables; es decir, en trivialidad y frivolidad políticas. Sin dudar de su inteligencia personal, tal como gestionan “lo político”, que es lo que afecta e importa a los ciudadanos, muchos líderes actuales están necesitados de un “hervor de madurez”; por ejemplificar mi aserto, como madrileño y ciudadano de Madrid, siento vergüenza de quienes gestionan tanto el Ayuntamiento como la Comunidad, se están pasando de frenada: la presidenta por sus insultantes y permanentes descalificaciones contra la izquierda y el alcalde por sus adolescentes e inmaduras declaraciones y salidas de tono. Según la psicología social, descalificar sin razones objetivas a los contrarios, implica carencia de altura profesional y moral. Con el Cantar del Mío Cid, cuántos madrileños podrían decir: “¡Dios, qué buenos vasallos, si oviessen buen señor!”.

El agotamiento y aburrimiento que está sufriendo la sociedad, el panorama político como resultado de las pasadas elecciones y la incertidumbre de futuro que se dibuja, ha vaciado de optimismo el ánimo de muchos españoles

Por otra parte, ¿dónde ha quedado en nuestro país ese mundo óptimo y el mejor posible soñado por Leibniz? En estos momentos, hace agua por todas partes. Hoy disponemos de muchísima más información (datos) de la que tenían los políticos de la transición, y sin embargo los políticos actuales poseen menos capacidad para convencer e ilusionar. Según dicen las encuestas, sin determinar el dato exacto, pocos ciudadanos están contentos con la sociedad (con el mundo) que nos está tocando vivir. ¿Nos queda ánimo para la confianza?, ¿hay espacio para el optimismo?, ¿se atisba en el horizonte una salida satisfactoria? Decía Dostoievski, quien con sus obras nos abría las puertas a la filosofía, a la historia, a la sociología, al pensamiento libre, en una de las más conocidas, Crimen y castigo: “Hoy ha vuelto el horror”.  Sin caer en el pesimismo, hoy vamos camino del horror con el aumento de las desigualdades; a una lógica mundial de la superpoblación -aunque no se traduzca así en España-, viendo cómo las desigualdades se acrecientan, según muestra el economista francés Piketty en su riguroso estudio, La economía de las desigualdades. Cómo implementar una redistribución justa y eficaz de la riqueza”, la pregunta que nos debemos hacer es sobre cómo organizar políticamente este mundo para que sea un lugar mejor y más igualitario. No sería bueno caer en el pesimismo y en la profecía anunciada por el pensador rumano afincado en Francia, Emile Ciorán, provocador e instaurador de un pensamiento a contracorriente: “Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”.

El agotamiento y aburrimiento que está sufriendo la sociedad, el panorama político como resultado de las pasadas elecciones y la incertidumbre de futuro que se dibuja, ha vaciado de optimismo el ánimo de muchos españoles; se hace presente una visión de la sociedad tan incierta como falsa. Cuando los proyectos son claros, cuando se sabe lo que se quiere y lo que se puede ceder para no caer en la incoherencia ideológica o traspasar las leyes, no se puede estar mareando la perdiz un día sí y otro también, deshojando la margarita y prolongando “el martirio chino de la duda”. Da grima, o vergüenza, ver cómo, por una parte, la indolencia injustificada del PP y lo poco que queda de Ciudadanos y, por otro, a ERC en esas “sentadas” con el PSOE para la negociación de investidura nos están cantando aquella copla de “La Parrala” de Concha Piquer: “Unos decían que sí, otros decían que no. Adivina, adivinanza… ¿Quién me compra este misterio?” Escuché el otro día a un vejete con salero: “¡Que se lo jueguen a los chinos!”.

Si ya estaban complicadas las negociaciones, mientras escribo estas líneas, escucho la euforia en ERC y JxCat en el Parlament tras el fallo del Tribunal de Justicia de la UE de que el presidente de Esquerra Republicana de Catalunya, Oriol Junqueras, gozaba de inmunidad parlamentaria tras la proclamación de los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mayo y que el Tribunal Supremo debía haberle excarcelado para que pudiera coger el acta como eurodiputado y, posteriormente, haber pedido el suplicatorio a la Eurocámara para seguir juzgándolo por rebelión en el juicio del procés. Los que no somos entendidos en leyes estamos perplejos. Si el tribunal ha dado la razón a las tesis de la defensa de Junqueras y ha seguido el razonamiento del Abogado General de la UE y, en cambio, el Parlamento Europeo y la Comisión Europea arropaban las tesis defendidas por España, que consideran que la obligación de jurar o prometer la Constitución es una etapa del proceso electoral y, por lo tanto, un requisito para ser nombrado parlamentario y adquirir la inmunidad, ¿qué sentido tiene y a qué viene tan importante discrepancia?; ¿quién tiene la verdad y la razón jurídica?; ¿acaso nuestra justicia española ignora las leyes europeas que, una vez realizada la adhesión en 1985, debe cumplir?; ¿son torpes nuestros jueces y más listos los jueces europeos?; ¿está justificada, por las graves consecuencias políticas en España, tan notable discrepancia en la interpretación de las leyes por unos y por otros?

¡Cómo nos ilusionaría imaginar un nuevo horizonte político en el que prevalezcan los intereses de las mayorías y se consiga lo que exige la Constitución!

Cada vez es mayor el sentimiento ciudadano de que la UE ha dejado de ser la solución a los problemas de la ciudadanía para pasar a ser una de sus causas. Esta decisión va a contribuir, sin duda, a deteriorar todavía más la imagen de la UE y generar mayor rechazo de los ciudadanos europeos hacia sus instituciones y a confirmar, ya no sólo es en España, también en Europa, que los políticos gozan de privilegios que cualquier ciudadano de a pie carece. La palabra “chapuza” está ya en la boca de una ciudadanía perpleja y, en su mente, el euroescepticismo; es un paso más para seguir aumentando el desafecto europeo en favor de los partidos de extrema derecha. No es descartable, de tener nuevas elecciones, que la derecha (PP y Vox) alcance una mayoría sin precedentes. Quienes, con enorme ilusión, desde el Ministerio de Educación y Ciencia, celebramos y promovimos campañas escolares y actividades múltiples para educar en el sentimiento europeo entre el alumnado, tanto en la firma del Tratado de Adhesión de España a la UE en junio de 1985 como en la entrada de España de forma efectiva el 1 de enero de 1986, nos tememos que cada vez se entienda mejor lo del Brexit.

Llegar a comprender nuestra historia, - ¿qué es lo que nos pasa?, como se preguntaba Ortega -, equivale a elaborar un relato equilibrado, objetivo y real de la actualidad y trazar los contornos de una democracia participativa y honesta, sin mentiras y con transparencia; sin verdad, sin buscar el bien de los ciudadanos y no la de los partidos, cualquier negociación lleva en sí “una muerte anunciada” como decía García Márquez; está condenada al fracaso. ¡Cómo nos ilusionaría imaginar un nuevo horizonte político en el que prevalezcan los intereses de las mayorías y se consiga lo que exige la Constitución: garantizar una vivienda digna, un trabajo digno, una educación y una sanidad públicas dignas “de todos y para todos”, un nuevo compromiso por la igualdad equitativa salarial y de género, un respeto serio por los derechos a las diferencias y un reparto de la riqueza, de los saberes y de los poderes que elimine la pobreza, si no más optimista sí al menos más realista!

El filósofo coreano Byung-Chul Han es uno de los autores más prolíficos de los últimos tiempos. Su estilo es particular, tiene a sus lectores acostumbrados a textos breves en los que ofrece un pensamiento original en diálogo con sus maestros de filosofía, como Hannah Arendt, Heidegger, Foucault, Hegel. Provocador, claro y conciso, Byung-Chul se ha decantado por pequeños ensayos en los que señala algunos aspectos esenciales de su pensamiento, a medio camino entre la racionalidad moderna occidental y la filosofía del budismo zen. Según Han, el capitalismo y la revolución digital mantienen nuestra vida en una paradoja: por un lado, se nos dice que somos libres, pero por el otro, la realidad sociopolítica utiliza su poder seductor para engañarnos en una sociedad disciplinada, en la que las personas se encuentran condicionadas (él escribe “oprimidas”) por fuerzas y límites que no controlan, sino impuestos por “el exterior” y que condicionan su vida con la manipulación de la verdad y la explotación en el trabajo: vivimos condenados a una larga carrera de obstáculos personales y sentimientos de inferioridad e insuficiencia.

Byung-Chul en su obra “La sociedad del cansancio” nos presenta al hombre actual, como en la tragedia de Esquilo: un “Prometeo”, encadenado cansado, un ser agotado que es devorado constantemente por su propio ego. Como consecuencia, el resultado son miedos, infartos en el alma y enfermedades de la mente. En nuestra actual sociedad el hombre cree ejercer su autonomía, pero se convierte al mismo tiempo en víctima y verdugo; el poder externo le explota, pero a su vez, se explota a sí mismo, está dentro de él, y para el autor no hay presión más dura que la autoexigencia, en la que la meditación o la reflexión no es más que un paciente y escrupuloso espionaje de sí por uno mismo. Esquilo lo define bellamente y, en palabras del propio Prometeo, pronuncia esta queja: ¡Ved lo que, siendo dios, sufro de los dioses!

Iniciaba este artículo con esa discutible y fatalista afirmación de la serie de Netflix “The Witcher”: “No puedes escapar de tu destino”, contraponiendo, en el marco del optimismo de la voluntad, el “eslogan” de Barak Obama y de Podemos: “Yes, we can”, “Sí se puede”; añadía que el optimismo desmedido es tan poco aceptable como el fatalismo pesimista. El “fatalismo” provoca aquello mismo que postula: la imposibilidad de alterar el destino, el rumbo de la propia existencia; aceptar el fatalismo es propiciar y defender la impotencia ante las adversidades para acatar resignadamente cuanto nos suceda. Como género dramático “Edipo rey” es una tragedia. La trama, como la serie de Netflix, se desarrolla en torno a un elemento fundamental: el ser humano no puede escapar de su destino. El destino, el “fatum” se representa en la cultura griega como un sino ineludible, inevitable. No puede ser optimista quien se encuentra en una sociedad que nos quiere “clónicos”, cortados por el mismo patrón y que expulsa a los distintos, con ese odio larvado pero incipiente a los diferentes, a quienes se sienten libres y se quieren libres, esas personas, precisamente las más necesarias, que son las que más y mejor contribuyen a transformar y mejorar el mundo. Sabemos que la política no es sólo fuerza y poder, sino “autoridad”, palabra que no es sinónimo de poder y fuerza y la autoridad de los “sin poder”, como decía Galeano, se llama inteligencia. Pero tampoco es aceptable ese optimismo bobalicón del “Sí se puede”, ese optimismo de la voluntad que no tiene en cuenta las posibilidades e imposibilidades de la realidad; es abrir una grieta entre lo deseable y lo posible; consiste en la frustración del deseo de una “utopía” ilusionante y la “distopía” de la realidad. De ahí el engaño, inconsciente o consciente, de tantas “promesas” de los políticos, que ilusionan a quienes les votan, pero que posteriormente las incumplen o las llevan al olvido. Quizás sea el mejor momento, como sostenía Gramsci, para que el pesimismo de la voluntad sea revisado desde el optimismo de la inteligencia. Que pasemos de las “monadas” a las “mónadas”.

Se acaba el año y se abre uno nuevo. Mi deseo es que, quien lea estas reflexiones, abra el 2020, guarismo repetitivo y equilibrado, con ese equilibrio al que exhortaba Gramsci: que el pesimismo de la voluntad sea revisado desde el optimismo de la inteligencia. Se dice que el optimista siempre tiene un proyecto mientras que el pesimista siempre tiene una excusa. Hay que aborrecer las bocas que predicen desgracias eternas, como escribió Rubén Darío, pues, con palabras de Pablo Neruda: “Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños”.

“De mónadas y monadas”, o sobre el optimismo pesimista o el pesimismo optimista