viernes. 19.04.2024

Tándem esperpento y cambalache de complacencias

naniano

El creador de la Ley Mordaza y fabricante de independentismo no se sitúa, ni mucho menos, en las antípodas ideológicas del boxeador político y célebre inventor de la tuitocracia, Donald Trump

A pesar del 1-O, y con la que está cayendo, valiente osadía la de nuestro Mariano con su viaje para consultar al oráculo mundial. Vaya por adelantado, se pueden lanzar dos ideas previas de esta desventura: por un lado, que el periplo es comprensible, dado que cualquiera querría arrimarse a las ascuas de los poderosos del mundo. Paradojas de la vida, el Partido Popular mostró su afinidad por la candidatura de Hillary Clinton, pero toca sacudirse el polvo y recomponerse con urgencia en la geopolítica global. De otro lado, queda retratado, en el ámbito internacional, el compromiso multilateral del gobierno español. Porque al gobierno del PP, y en concreto a su presidente, poco o nada le importó perderse la convocatoria en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y tres cuartos de los mismo para la cita, esta vez europea, en Tallin. En definitiva, lo de Rajoy fue un chárter de ida y vuelta con dos quebraderos de cabeza oscilando en las neuronas: Cataluña y el atolladero de Montoro con los presupuestos -a la espera de una futura compra de voluntades a Ciudadanos y PNV-.

Pero volvamos a Washington, el encuentro de altos vuelos diplomáticos tiene diversas lecturas. Mi interpretación se inclina por el enfoque de la cita protocolaria en el despacho oval, sin revuelos ni salidas de guion, pero muy bien ajustada al timing en la agenda del ejecutivo español. No por casualidad se procedió un 26 de octubre, a tan sólo cinco días del pretendido referéndum. A fin de cuentas, el gobierno español tenía mucho más que ganar y Rajoy viajó a buscar su particular victoria: la fotografía que le otorgue el suficiente soporte a su genio y figura en estos momentos de convulsión y zozobra. Finalmente obtuvo foto y palabras, aunque fueran arrancadas a iniciativa de los periodistas en la rueda de prensa del Rose Garden. En todo caso, se quedó sin un tuit específico del jefe yanqui que respalde su particular cruzada por la legalidad y la mesura constitucional.

Y es que Rajoy y Trump conforman, a la sazón, un tándem esperpento. El creador de la Ley Mordaza y fabricante de independentismo no se sitúa, ni mucho menos, en las antípodas ideológicas del boxeador político y célebre inventor de la tuitocracia, Donald Trump. Es tan sólo una tarea de contorsionismo político, y todos contentos. Ambos se hallaron en búsqueda de un cambalache de complacencias que ofrecieran el titular de prensa a su homólogo, a saber: “España debería permanecer unida” obsequiado a Mariano, “preocupante deriva totalitaria de Venezuela” e “intolerable violación de legalidad internacional de Corea del Norte” para Trump; que además se llevó, como bonus, la previa expulsión del embajador de Corea del Norte en España. Hemos sido, de momento, el único país europeo en tomar -complejas- medidas diplomáticas en este sentido, que, pese a que no son del todo desacertadas, dicen mucho de cómo le bailamos el agua a la administración americana y del carácter profundamente servil de nuestra política exterior.

¿Pero es qué existe una estrategia u hoja de ruta en política exterior española? La salida política del PP que permita responder a esta cuestión ha sido, hasta el día de hoy, un terreno incierto. La primera legislatura de Mariano con Margallo mostró un electroencefalograma plano, y se centró a la interna, lidiando con la recesión y acicalándose de la corrupción como Leitmotiv de su partido, el Partido Popular. Hoy, parece sustanciarse un gobierno “on tour” con Dastis, que permita al jefe del gobierno refugiarse en las parsimonias de la diplomacia y recomponer su nula imagen de líder “exportable”, faena para la que, por cierto, le toca ponerse las pilas con los idiomas.

Y sobre la cuestión catalana, absoluta protagonista, ¿podemos considerar al señor Trump un interlocutor válido? Injerencias aparte, no merece mucho la pena detenerse a analizar las circunstancias para determinar que el presidente norteamericano no está, ni por asomo, capacitado para pronunciarse en términos de tensiones políticas, regiones históricas y nacionalismos en la península, y si me apuran, probablemente ni en Europa. Afortunadamente, la historia, como diría todo un referente, la hacen los pueblos, y no las declaraciones conjuntas de Rajoy y Trump. Obviando la opinión de ambos, que un pepino debe importar a los promotores enrocados en el procés, y a los que no también, deberíamos plantearnos una cuestión simple y llana: ¿qué piensan ocurrirá el 2 de octubre, que Catalunya se levantará española, como España republicana, aquél 12 de abril de 1931?

Seamos sensatos. Rajoy es el principal obstáculo para encontrar solución al desafió nacionalista, que se le ha quedado grande y, probablemente, aporte sepultura a su mandato. Se hace imprescindible impulsar un referéndum pactado y con garantías porque no es compatible con democracia la semi-ocupación que se está llevando a cabo en Catalunya, ni el intento de colar, con malas artes, el artículo 155 de la Constitución. El texto del 78 y el Estatut ya dieron de sí lo suficiente, y ahora son normas estériles, sin adhesión ciudadana, al menos, en territorio catalán. Me preocupa España y su integridad, la convivencia fraterna de sus pueblos. Por este motivo creo fervientemente en la necesidad de mirar hacia delante y recorrer el camino de la reforma de las normas que nos damos. No existe un bloque de constitucionalidad en Catalunya y esto representa un punto sin retorno, porque el formato de Comunidad Autónoma no dejó contento a muchos, duraron todo este tiempo, y ahora resucitan los fantasmas del federalismo. Y lo siento por nuestro Mariano, por muchos viajes que se cobre a la Casa Blanca, si no hay consenso, habrá que generarlo. Basta de judicializar una cuestión política. El traje legalista y normativo hecho a medida del PP, mantiene una interpretación represiva y autoritaria de la cuestión catalana que no puede acabar bien. Por mucho que el régimen se empecine, tendremos que poner el acento en el diálogo, la solidaridad y la convivencia, y pensar la independencia al cobijo de la política.

Y, por último, en relación al papel de España en el escenario internacional, ¿qué tenemos que hablar con el presidente Trump? Un tipo que niega el cambio climático y derrumba toda esperanza cuando más se requiere de una respuesta articulada, que no condena el racismo, que cree en muros y concertinas, pisotea a cientos de “dreamers”, a mujeres y al colectivo LGTBI+, y para más inri, expresa en Naciones Unidas su solución definitiva: “fuego y furia” para solucionar los problemas. Como buen Cowboy, querrá su guerra, al estilo Bush. Y como ciudadano español, no quiero que el gobierno de este país nos haga rehenes en la escalada de hostilidades que se está configurando entre Estados Unidos y Corea del Norte. Tampoco quiero bailar al son de los emperadores del libre mercado. Si Trump quiere su guerra, que se la page él solito, con los suyos. Y a nuestro Mariano: si ha cursado invitación para que este señor nos devuelva la visita, no lo haga en mi nombre, por favor, no espere un “bienvenido Mr. Marshall”. 

Tándem esperpento y cambalache de complacencias