viernes. 19.04.2024

La trinidad del miedo

El negocio de la seguridad no solo requiere producir lo que se va a ‘ofertar’ sino que exige además ‘producir’ al mismo tiempo una buena parte de la ‘necesidad’ que alimenta la propia demanda.

“El día que nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”.
Thomas Hobbes (1588-1679)


trinidad_misericordiosa_rojoEl negocio de la seguridad, como cualquier otro, no solo requiere producir lo que se va a ‘ofertar’ sino que exige además ‘producir’ al mismo tiempo una buena parte de la ‘necesidad’ (el miedo, en este caso) que alimenta la propia demanda.

De ahí que el Estado- que es quien ostenta por principio el monopolio de lo que se ‘oferta’ (la “sensación” de seguridad), tenga, entre sus principales cometidos, la ‘producción’ y exaltación del miedo en múltiples variantes, porque con ello se alimenta el flujo creciente de demanda de seguridad. Para ello ha de contar, como el resto de los negocios, de un potente aparato publicitario, en este caso gratuito: principalmente los medios de comunicación y los “formadores de opinión”.

En el actual espacio político, y muy concretamente en el de nuestro país, las variedades de dicha ‘producción’ están revistiendo cada vez más una forma “trinitaria”: miedo a decidir, miedo a votar y miedo a saber; o, más exactamente, miedo a que decidan (quienes “no deben” o “no saben”), miedo a que “se sepa” (lo que debe permanecer en el secreto de unos pocos) y miedo al voto para elegir (cuando exista riesgo de que la orientación de lo elegido pueda desviarse de los designios de quienes detentan el poder, o sea, de lo que ha venido en llamarse “la gobernabilidad”).

Esa forma trinitaria termina así por convertirse en la más cabal expresión de una democracia desnaturalizada. Es decir la triple suplantación de sus ya devaluados ingredientes esenciales: la representación, la deliberación y la decisión acorde con la voluntad del demos.

En ese clima de miedo generado y generalizado, la principal y obsesiva preocupación de todas las fuerzas políticas –sin excepción alguna- está siendo la de evitar a toda costa el ser señalado como responsable de lo que ha sido presentado desde el 21-D y de modo prácticamente unánime como la mayor catástrofe: la convocatoria de nuevas elecciones; cuya principal causa no es otra que una manifiesta imposibilidad de formar gobierno, que el 20-D no vino sino a confirmar.

Imposibilidad determinada principalmente por la conjunción de dos factores que aun siendo de signo distinto, han demostrado ser complementarios: la quiebra del ‘turnismo’ bipartidista y el tramposo sistema electoral, constitucionalmente petrificado, con su falsificación de la proporcionalidad del voto en el Congreso, junto con las aún más estrafalarias reglas de formación del Senado.

Sin embargo, hermeneutas presuntuosos – pero nada desinteresados- han conseguido la general aceptación por parte del público del ficticio y metafísico relato sobre el sentido del “mandato” de unos electores concebidos como una especie de “cuerpo místico” : ¡políticos, pónganse de acuerdo!.

De ese modo, los propagadores del miedo han conseguido trasladar la causa de esa objetiva imposibilidad de consecución de mayoría para la formación de gobierno, no a una sociedad fracturada por una profunda y multifacética crisis (económica, moral, política e institucional…), sino a la impericia de quienes son meros actores políticos, ahondando así más y más en su desprestigio y con él en el de la propia política, para mayor gloria de una sociedad “idiotizada”.

Pero la prueba de esa doble falacia –el unánime mandato y la torcida voluntad de “los políticos”-, así como la de la eficacia del antedicho relato, se revelan con bastante claridad en algunos de los recientes sondeos realizados.

Así, mientras que más del 80% de los consultados rechaza que haya nuevas elecciones y “exige” a los políticos que se pongan de acuerdo, a la hora de expresar sus preferencias y rechazos respecto a la limitada gama de opciones aritméticamente posibles para formar mayorías absolutas o relativas, la que más apoyo recibe por parte de dichos consultados se queda en un modesto 22% y ella misma provoca un rechazo superior a dos veces y media ( 59%) (Público 02/04/2016)

En el 20 D, la principal fuerza electoral ha sido con diferencia -y seguirá siéndolo aún más de ahí en adelante-, la abstención. Por más que tal fuerza no obtenga representación parlamentaria alguna, resulta ser la más determinante para la subsiguiente configuración de los equilibrios y desequilibrios de las demás fuerzas representadas en el hemiciclo y eso sin contar con las abusivas maniobras para arrogarse, cuando convenga, la representación de esa “mayoría silenciosa” por quien finalmente termine haciéndose con el poder.

Pese a ello, mientras las encuestas y sondeos juegan – y compiten- histéricamente con diferencias de décimas de punto en la volatilidad de las preferencias por el resto de opciones electorales, fallan estrepitosamente o camuflan de modo vergonzante sus estimaciones o predicciones de aquella primera e inubicable fuerza electoral que encarnan quienes finalmente se abstendrán. Ejemplos de ello los hay a diario.

Los flujos entre quienes tras expresar en las consultas una preferencia concreta por una de las fuerzas “representativas” terminan por recalar en la abstención; y viceversa, los que en número insignificante en la presente ocasión puedan ir desde aquélla- o desde el “no sabe/ no contesta”- hacia alguna de dichas fuerzas, acabarán por trastocar por completo las predicciones y estimaciones de encuestas y sondeos. De ahí el extendido miedo a votar –o sea a que “se vote”-, de nuevo.

Tal es el contexto que envuelve la prolongación durante casi 5 meses de una insensata ‘precampaña’ electoral- sometida como tal a su lógica implacable –, que tras la apariencia de la búsqueda de acuerdo en “la fórmula“ de gobierno, a duras penas puede esconder el temor de todos a salir perdiendo en unas nuevas elecciones respecto a las posiciones previamente adquiridas (por más modestas que pudieran ser).

Y como es altamente dudoso que en nuevos comicios ninguno de los partidos en liza consiga conquistar ni un solo voto adicional, la batalla solo cabe plantearla en términos relativos, es decir evitando cada uno ellos la ‘sangría’ de la deserción , esto es la huida de sus propios electores mucho más que a campos vecinos, al refugio de la abstención. De ese modo, aun perdiendo apoyos, cabrá fortalecerse o bien debilitarse, tanto porcentualmente como en número de escaños, en función del modo en que la abstención afecte a cada uno de ellos.

Y en vez de haber requerido en todo este tiempo a los propios electores para que se impliquen en el debate de fondo y en las decisiones de lo que está en juego en cada una de las posibles alianzas o coaliciones, aunque sea con la vista puesta tras el 26-J, todos parecen haber aceptado y sentirse cómodos en esa patraña que atribuye en exclusiva la responsabilidad de no dar con la fórmula de gobierno, al “líder” o todo lo demás al muy estrecho núcleo dirigente de cada formación.

Claro está, en estas circunstancias –de carencia deliberativa- cualquier apelación a una eventual consulta ratificatoria de última hora, exhala inevitablemente el inconfundible hedor del chantaje emocional y la manipulación.

La trinidad del miedo