martes. 23.04.2024

Epílogo abierto

ayuso libertad

La libertad, antiguo estandarte y patrimonio de la izquierda en sus horas de gloria, se ha esfumado en sus manos pasando a estarlo en boca de la derecha, quien ahora la ha invocado y exaltado con éxito indiscutible con ocasión de las elecciones del 4 de Mayo.

La izquierda, sobre todo desde la posmodernidad, ha asistido con excesiva pasividad al paulatino vaciado del contenido que ese concepto tuvo desde 1789, como aspiración trinitaria, inescindible de las de igualdad y fraternidad y sólidamente fundida con ellas en tantas luchas a lo largo del tiempo.

Esa misma izquierda, además de abandonar hace ya demasiados años su función pedagógica como antídoto al desinterés por la política -más allá de la ritual votación el día que toca-, tampoco ha ejercido acciones de freno a la penetración social de la antipolítica, con su intensa y permanente exaltación del individuo. En ese contexto y en ausencia además de un lema de eficacia similar a la del oponente, ha intentado replicar con prédicas teñidas de penosa moralina (“turismo de borrachera”), identificándose así con la autoridad del “padre represor”. 

Las campañas electorales solo pueden confirmar o reforzar batallas que han de haber sido previamente ganadas en otro terreno. Solo así pueden llegar a ser decisivas para orientar, contrarrestar o corregir políticamente las voluntades que se van formando y cristalizando con “el espíritu de los tiempos” al que se ha referido Enric Juliana estos días.

Las campañas, pura mercadotecnia política, es ya sabido que o bien se basan en “marcos” deliberadamente seleccionados o bien remiten a otros inconscientemente adoptados o asimilados (Lakoff) (1).

El escogido por el ‘think tank de Ayuso (“Libertad”) les ha funcionado perfectamente. Tras un interminable periodo de restricciones diversas impuestas por la pandemia, eligieron un significante previa y pacientemente vaciado de su original contenido, ofreciéndoselo tras ello a los electores para que cada cual lo pueda llenar como quiera con sus deseos reprimidos, sus anhelos y sus penalidades y frustraciones.

La hoja masivamente buzoneada con la sola foto de Ayuso, y su firma con caracteres caligráficos de colegiala en una cara y la otra en blanco, sin el más leve rastro de palabra, acción, símbolo o propósito alguno, es la más condensada expresión de lo antedicho: ¡rellenad vosotros esa página en blanco como mejor os parezca, que aquí está Isabel para hacer realidad vuestro programa! Ha de reconocerse, esa hoja como metáfora publicitaria es sencillamente genial, mal que le pese a mi admirado Millás.

El Partido Popular ha recogido con toda seguridad prácticamente la totalidad de los votos perdidos por Ciudadanos en su descomunal hundimiento. Simultáneamente, de la importante “fuga” de votantes sufrida por el Partido Socialista, al menos 150 mil votos -si no más- habrán ido probablemente a parar también al Partido ahora triunfador. Esa transferencia equivale a la mitad, más o menos, del abultado descenso de votos socialistas: 280 mil, o sea un tercio de los que el PSOE obtuvo hace tan solo 2 años en las precedentes elecciones. Ambos fenómenos de desplazamiento del voto han sido complementarios -dos pájaros de un tiro-, y en ellos, más que en la “derrota del comunismo”, estriba el principal mérito del gran éxito de Ayuso.

Unos desplazamientos en el eje izquierda-derecha como los experimentados como consecuencia de dichas caídas, en las proporciones en que ambas se han producido, no pueden quedar sin explicación. Tendrían que verse como una señal de alerta y reclaman ser colocados en el centro de la máxima atención.

Por lo que respecta al campo de las izquierdas, no es un viraje cualquiera o un viaje menor el del traslado desde las coordenadas socialistas hasta el extremo que representa ese PP de Diaz Ayuso, tan adherido e indistinguible de VOX en tantas cuestiones de fondo, que más bien se diría que no es sino una tendencia dentro del mismo tronco del que ambos proceden.

Por diversos que puedan ser los motivos que lo han producido, en un gran número de casos -aunque no siempre- las “huidas” del espacio socialista parecen situarse entre dos polos: uno de signo ideológico y el otro de carácter material.

En el primero, el móvil tiene que ver con el deseo de venganza: apoyo al adversario para así infligir castigo a quienes considero que me han defraudado (al “pactar con separatistas y filoterroristas”, por ejemplo).

El segundo -que no pocas veces será compartido con el primero- , posiblemente es el que además de reunir o aglutinar una proporción más alta de “fugados”, presenta una complejidad mayor. Para simplificar, consiste en un cambio de percepción que lleva a desconfiar en quién antes pensaste que era el mejor defensor, no ya de tus inexistentes privilegios- como quizás ocurra entre tantos de los inamovibles votantes de derechas-, sino de tus intereses materiales, que no van mucho más allá de la satisfacción de necesidades básicas. Aquél que creíste garante de las mismas, ahora se te aparece como incapaz de atenderlas. Cambio de percepción que te lleva a pensar que, pese a todo, cuando se trata, aquí, de lo material- de “la economía”, del trabajo sin puesto, del trabajo que no tienes, del futuro que te espera, etc.- son las derechas las que mejor lo manejan en defensa de su propia prosperidad, y de la cual al menos pueden tocarte algunas “sobras” en un cicatero reparto. Porque en definitiva nadie ha conseguido persuadirte hasta ahora de que su prosperidad lo es a costa de tus penalidades o incluso de tu miseria.

Ambos polos se adornan, además, con otro elemento que explica la nueva elección del antiguo votante socialista -que no militante- o de muchos de los que ahora han tenido oportunidad de votar por primera vez: la percepción de ese  mensaje tan certeramente proyectado de una Ayuso - y no ya de un PP o una derecha genérica - como garante y defensora del modo más decidido, eficaz y valiente, llegando hasta la rebeldía si hace falta, de la  “libertad individual”. No ya en abstracto, sino de la tuya, tanto la de poder moverte y trabajar, aunque sea de forma tan precaria que difícilmente cubre el sustento, como de acceso al ocio cuya negación por los rigores dictados en la interminable pandemia, ha sido la gota que ha terminado por colmar el vaso de tus frustraciones, o de tus nuevas penalidades acumuladas con las antes padecidas como consecuencia de la crisis económica y social.

La libertad de cada cual a la hora de elegir el voto que emite, y la legitimidad de modificar las propias identidades y preferencias al respecto, son principios democráticos que no cabe poner en cuestión.

Sin embargo, del primero de esos dos tipos de motivación antes referidos, teniendo en cuenta que supone haber desechado la opción de la abstención siempre más digna además de posible, cabe decir que denota desmesura en el mejor de los casos y en el peor masoquismo, sin que tal apreciación haya de tomarse como un reproche intelectual o moral desde arrogantes y confortables posiciones de superioridad sobre los correspondientes comportamientos.

De igual modo que la segunda de esas conductas, perfectamente explicable cuando media “estado de necesidad” o resulta inducida por él, como habrá sucedido en no pocos de los votantes “huidos”, parece ser resultado también de algún otro tipo de perturbación cognitiva, aunque más leve y quizás más duradera que la anterior. Y en ese sentido, y sólo en él, cabe asimilarla, de forma metafórica aunque objetiva por su resultado, a una suerte de “transfuguismo social”. En particular por parte de quienes, desde su antigua condición de votantes de las izquierdas, con toda razón denostaban en su día -y seguirían haciéndolo todavía-, “fugas” análogas protagonizadas por “los políticos”.

Dieciocho años en la política española nos llevan a percibir como prehistoria lo ocurrido en este mismo Madrid a principios del siglo en que ahora estamos. Entonces, en 2003, bastó una turbia pareja -Tamayo y Sáez - certeramente teledirigida desde una trama cuyo núcleo quizás no llegó a sobrepasar la decena de cerebros, para lograr la cronificación de la estancia del Partido Popular al frente de la principal institución política madrileña durante los 18 años siguientes. Renovar ahora ese mismo poder, prorrogándolo indefinidamente, ha requerido en esta ocasión el concurso de ese turbión de “votantes transformistas”.


(1) “No pienses en un elefante” George Lakoff .Edit Complutense

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