viernes. 19.04.2024

Obviedades para navegantes

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Estábamos todos escuchando el Váyase señor Sánchez, interpretado en lenguaje morse por los golpes de cucharas sobre cacerolas y viene Bildu pidiendo su minuto de gloria en la política española. Y, vaya si lo ha logrado. Hasta, casi, hacernos olvidar el virus, los infectados, los muertos, las fases y todo eso.

Aunque, por cierto, ha sido el virus y una prórroga del estado de alarma, lo que ha servido a Bildu como alfombra roja para entrar en el escenario con un papel que, francamente, no le correspondería en una obra más tradicional.

Todo ha sido porque para obtener sus, innecesarios, votos para la prórroga del estado de alarma le han ofrecido algo que no le podían ofrecer los que se lo han ofrecido: un calificativo de "íntegra" al sustantivo de "derogación de la reforma laboral" que nadie sabe, todavía, en que puede consistir. La prueba de que no se lo podían ofrecer está en que el PSOE, grupo que ostenta la mayoría en el gobierno, se apresuró a corregir a quien había firmado eso en su nombre. Nada menos que su portavoz (no existe portavoza) en el Congreso.

Y, a costa de eso, innecesario e imposible, se ha revuelto el patio en la política española porque, a pesar de que nadie sepa en que puede consistir esa derogación, lo que sí es cierto es que unos y otros, en el gobierno, tienen ideas distintas, y en algunos casos muy distintas sobre el asunto. Y, aunque no hayan discutido todavía sobre su alcance, sí lo están haciendo sobre las intenciones de unos y de otras.

Pues bien, no sintiéndome con menos derecho que muchos/as que lo van a hacer, me gustaría ofrecer algunas reflexiones, nada brillantes por otra parte, como podrán ver a continuación.

En primer lugar, es preciso decir que hace falta un gobierno. En momentos en que una parte del país niega la existencia de gobierno, incluso si diera la impresión de que no lo hay, existe uno, legítimamente salido de una decisión del parlamento español. Y cualquier otro que le sustituya debe seguir los mismos trámites que el actual. En caso de que alguien eligiera otro camino, lo de la "reforma integra" famosa sería una tontería comparada con los efectos de esa decisión.

Por eso, como hace falta un gobierno, en la noche del 10 de noviembre último, dos personas entendieron la necesidad de que lo hubiera en España y olvidándose, uno de que el otro le producía insomnio y, el otro, de la cal viva, decidieron pasar páginas y proponer al Congreso de los Diputados ese gobierno. Independientemente de lo que cada uno pueda pensar de ambos personajes, incluso ellos entre sí, no se les puede negar un ejercicio de responsabilidad.

Porque el gobierno resultante iba a estar compuesto por personas de muy distinta procedencia ideológica, con pretensiones diferentes pero, y menos mal, con diverso grado de coherencia ya que, mientras alguno parece tener los principios adosados a la piel, otros pueden separase de ellos en aras de la responsabilidad, al modo que ya estudiaba Max Weber. Por eso, pactaron un documento constitucional del gobierno cuya lectura, al parecer, daba para más de una interpretación. Por eso digo lo de menos mal, ya que, en caso contrario, con un concurso de principios entre los contendientes, estaríamos todavía celebrando elecciones generales cada dos meses.

Pero, y esta reflexión quizás sea la más importante, es lo que hay. Un gobierno con la suficiente inestabilidad para que nos ofrezcan de vez en cuando un motivo para la preocupación a los que les respetamos y de alegría para los de las cacerolas.

Esta vez ha bastado un motivo aparentemente fútil para encender la mecha. La inclusión de ese ya famoso calificativo "íntegra" ha servido para poner de manifiesto las diferencias, al parecer y probablemente, profundas entre dos vicepresidentes y, con ellos, partes importantes de la izquierda que apoya a este gobierno. Pero, ni la intención declarada del gobierno, ni sus posibilidades de llevarlo adelante, en el caso de que lo intentaran, suponen el menor riesgo de que eso se haga. Por mucho que lo hayan pactado los representantes de tres grupos políticos en un momento en el que podrían haber declarado la derogación de la ley de la gravedad si hubiera sido necesario.

Pero, parece que, si ha habido que rectificar, es que ha existido un error y, cuando hay un error, alguien debe responsabilizarse de él y, si no, otro alguien debe responsabilizarlo. Está en la esencia del funcionamiento de eso que utiliza la humanidad y que se llama justicia: al culpable hay que castigarle. Aunque no siempre se acierte con la auténtica culpabilidad.

También existe algo llamado el arbitraje entre partes, que serviría, en este caso, para que alguien por encima de dos vicepresidentes, les pusiera de acuerdo. Si ello fuera posible, claro.

Y, en algún momento, a lo mejor hay que recordar que, cuando la batalla está perdida, quedarse sosteniendo enhiesta la bandera será una heroicidad y una cosa muy digna de constar en las crónicas, pero es inútil. Es muy posible que termine cayendo el héroe y mancillada la bandera.

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