viernes. 29.03.2024

Argentina 2020: el año en que Cristina Kirchner recuperó el poder

La vicepresidente impone la agenda política y económica y maniobra para librarse de los casos de corrupción

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A Cristina Fernández, la vicepresidente de Argentina, se le acabó la paciencia. Y en las últimas semanas se lo ha hecho saber al presidente, Alberto Fernández. Está en desacuerdo con la marcha del gobierno, y sobre todo, impaciente por lo que considera poco coraje por parte del mandatario para resolverle sus problemas con la Justicia. Le advirtió públicamente que, en breve, ella será llamada a juicio oral en una de las varias causas por corrupción, junto a otros ex funcionarios: “a tu vicepresidenta, Alberto”, remachó.

Se suponía que éste era el tema que la iba a ocupar, dejando piedra libre al presidente que ella misma designó, para ocuparse de la economía y la pandemia. Pero aquí también la vicepresidenta empezó a dar directivas, mostrar sus disidencias, colocar sus leales en cuanto puesto sea posible y prepararse para las próximas elecciones: las de fines del 2021, parlamentarias, y las presidenciales del 2023, donde aspira a colocar a su hijo, Máximo, en un inédito proceso dinástico.

Las elecciones de fines de 2019 en Argentina implicaron la vuelta al poder del peronismo. En una fórmula inédita, con Alberto Fernández como titular y la ex presidente Cristina Kirchner, que había ejercido la máxima magistratura entre 2007 y 2015, como vicepresidenta. Esta extraña combinación salió de la mente de la propia ex presidente, que sabía que solo con sus votos no alcanzaba para volver al poder; dentro del peronismo era quien tenía mayor apoyo popular, pero también más rechazo. Necesitaba, pues, alguien que encabezara la fórmula y que pudiera volver a seducir al electorado que le dio la espalda en 2015, cansado de su deriva autoritaria, de sus avances sobre la prensa y la Justicia y de sus pobres resultados en el campo de la economía.

Alberto Fernández, que había estado enemistado con la ex presidente durante 10 años, y que había sido un duro crítico de sus políticas, fue designado por Cristina para ser el candidato peronista, aprovechando su talante dialoguista, reservándose ella la vicepresidencia. Desde el primer momento se tejieron especulaciones sobre el verdadero papel de cada uno en esta sociedad, siendo mayoritaria la opinión de que la ex presidente se reservaría solo los espacios de poder que le permitieran influir en la Justicia para desactivar las graves causas de corrupción que la involucran a ella y sus dos hijos.

El papel tradicional de los vicepresidentes, en Argentina, fue meramente representativo. Y existe la curiosidad de que el cargo tiene aparejado el de la presidencia del Senado, donde solo puede votar en caso de empate. Durante los gobiernos kirchneristas anteriores, los vicepresidentes fueron meras figuras molestas: Daniel Scioli, vicepresidente de Néstor, fue dejado de lado casi desde el principio, por considerarlo liberal; Julio Cobos, el segundo de Cristina en su primer mandato, fue considerado un traidor cuando no se alineó con el gobierno en el conflicto con el sector del campo; y Amado Boudou, compañero de fórmula de Cristina en el segundo mandato, no hizo más que darle dolores de cabeza a la mandataria por su tendencia a procurarse problemas con la Justicia. De hecho, hoy está preso con sentencia firme -prisión domiciliaria, gracias a la benevolencia judicial- y tiene por delante más procesos en marcha.

Pero la figura vicepresidencial, con la llegada de Cristina Kirchner, adquirió nuevos perfiles, al punto que se habla ahora en Argentina como un régimen vicepresidencial. El planteamiento inicial de esta curiosa sociedad, suponía un reparto de papeles. Durante los primeros meses del año, los argentinos vieron cómo la ex presidente, acostumbrada al primer plano y a las apariciones cotidianas vía cadena nacional, se mantenía en silencio y en un segundo plano. Sus opiniones eran expresadas a través de terceros, aunque nunca fue un secreto que determinados mensajes partían directamente de ella. Los analistas, en tanto, ponían bajo la lupa la relación entre ambos, buscando signos que indicaran si el poder estaba en la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo, en el Senado, donde tiene su oficina la vicepresidenta, o en el Instituto Patria, donde opera el kirchnerismo.

En su obsesión por apartar jueces y fiscales molestos, colocar sus peones y cambiar las reglas del juego para lograr colonizar el Poder Judicial con militantes kirchneristas, tuvo algunos triunfos. Pero el plan de impunidad no fue suficiente, porque la vicepresidenta aún tiene 8 procesos abiertos y enfrenta a una Corte Suprema que se resiste a entregarse. La idea de la separación de poderes nunca entró en sus planes y ya en el mes de mayo, al reunirse con el presidente, Cristina le dijo (según publicó la prensa): “Mirá, hace seis meses que estás en el poder, mis causas siguen abiertas, mis hijos tienen las cuentas inmovilizadas, yo sigo bajo el escarnio y no hay ningún macrista pisando los tribunales”.

De nada sirvió el desmantelamiento de la Agencia Nacional de Protección de Testigos e Imputados, que pretendió descalificar las declaraciones de los arrepentidos que aportaron datos fundamentales en las causas de corrupción. Tampoco la insólita decisión de que la Oficina Anticorrupción decidiera dejar de ser querellante en las causas contra la vicepresidenta

Con su hijo Máximo como jefe del bloque de diputados y ella misma en la presidencia del Senado, Cristina Kirchner logró desde el principio imponer la agenda política. Todas las segundas líneas en los ministerios le responden y los organismos oficiales con grandes presupuestos para administrar están en manos de incondicionales de la vicepresidenta, que no esconden a quién responden políticamente. La provincia de Buenos Aires, principal distrito electoral del país y su principal bastión, también está en manos de un leal, Axel Kicillof, que fue su ministro de Economía. 

El papel de Alberto Fernández en este año en el poder se vio diluido casi de inmediato. La llegada de la pandemia le dio algo de aire, ya que tuvo el buen juicio de tomar decisiones tempranas contra el coronavirus. Pero la falta de medidas complementarias al confinamiento sumieron a la Argentina en otra crisis socioeconómica espantosa, sin haber logrado tampoco triunfos en la lucha contra el Covid-19.

Fue en las últimas semanas cuando se mostró la impaciencia de Cristina Kirchner con el presidente. Lo hizo a través de dos cartas públicas, el 26 de octubre y el 9 de diciembre. En la primera critica a los “poderes económicos y mediáticos” y habla de “funcionarios que no funcionan” y de “aciertos y desaciertos”; en ningún caso entró en detalles. Y añadió: “Durante el gobierno macrista se perpetró una persecución sin precedentes contra mi persona, mi familia y contra muchos dirigentes de nuestro espacio político”.

La segunda carta, titulada “A un año… balance”, no hace ninguna mención al presidente, elogia su propia gestión en el Senado y, sobre todo, lanza un ataque furibundo a la Corte Suprema. Mencionando a cada uno de los integrantes del tribunal, a los que hace responsables del proceso de Lawfare, la supuesta persecución judicial contra dirigentes populares a causa de sus políticas. Asegura que hubo una articulación mediático-judicial para perseguir y encarcelar opositores -hoy oficialistas-, que se habría desplegado con toda intensidad desde la llegada de Macri al poder, “y lo que es peor, aún continúa”. En realidad, los principales procesos en su contra fueron abiertos antes del 2015, siendo ella la presidenta.

Unos días después de esta segunda carta es cuando se puede fechar como el momento de la definitiva entrega del poder de Fernández a su vicepresidente. Es el 18 de diciembre, cuando ambos participan en un acto en un estadio de la ciudad de La Plata. En solo 16 minutos de discurso, la vicepresidente se desentendió de los errores del primer año de gestión, y demostró realmente quién toma las decisiones importantes. Dio definiciones de política económica, algunas de las cuales entorpecen o sabotean las negociaciones del ministro de Economía con el Fondo Monetario Internacional, y lanzó advertencias que hicieron temblar al peronismo: “Todos aquellos que tengan miedo o que no se animen, por favor, hay otras ocupaciones además de ser ministros, ministras, legisladores, legisladoras, vayan a buscar otro laburo (trabajo)”.

Pero la imagen de la sumisión la dio el propio presidente, al relatar una anécdota de las primeras horas de su mandato. “Si hay una imagen que tengo grabada en mi memoria es una donde Cristina, hablando a la plaza (de Mayo), me miró y me dijo: ‘Presidente, no les preste atención a lo que escriben en los diarios o digan en los medios, mire los ojos de su pueblo y háblele al corazón de cada argentino y argentina’. Yo hice lo que me mandaste, fue el mejor consejo que me diste”. Si simplemente hubiese eliminado “yo hice lo que me mandaste”, habría pasado desapercibido el sometimiento del mandatario, que viene asegurando que nunca más se peleará con Cristina y que acepta cualquier humillación de su parte. 

Transcurrido el primer año de gobierno, con el gobierno de Alberto perdiendo fuelle, Cristina tiene urgencias que no pueden esperar. Está claro que no considera al presidente como candidato en el 2023, y está preparando a su hijo, Máximo. Para ello tiene que acabar de solucionar como sea sus problemas en la Justicia, de ella y de él. En este proceso es indispensable seguir acumulando poder y las elecciones parlamentarias del último trimestre del 2021 son la última oportunidad de lograr las mayorías cualificadas que aún no tiene en el Congreso y el Senado. Serán Cristina Kirchner y su entorno quienes elaboren las listas y será la vicepresidenta la que oriente la política económica que permita ganar las elecciones. Ya anunció que hay que insistir en alentar el consumo, que solo puede venir de más subsidios para la mitad de la población que está en la pobreza. Y se mantendrá la congelación de las tarifas de transporte y otros servicios básicos, que fueron marca de la casa en su período como presidenta.

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