jueves. 28.03.2024

Nacionalismos, patriotismos y los idus de septiembre

11 septiembre 750

11 de septiembre. Un día que ha quedado fijado en nuestra Historia y en la internacional por haber sido el día en que allá por 1714, las tropas borbónicas del aspirante a rey de España, Felipe de Anjou, toman Barcelona y acaban con las pretensiones del otro aspirante, el Archiduque Carlos de Austria, que se había coronado como III de España y, desde 1713, VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Gran Bretaña, Holanda, o Portugal, habían abandonado la causa austracista para evitar demasiada concentración de poder en manos austriacas.

Los dos aspirantes quedaron satisfechos en sus nuevas responsabilidades y cargos. Un Borbón sin posibilidades sucesorias al trono francés se encuentra al frente de una potencia imperial como España y un poco probable heredero del Sacro Imperio, se ve coronado emperador en Viena. Los españoles de uno y otro bando, del Reino de Castilla, Aragón, o Navarra, resultaron los perdedores, tal como ocurre en cualquier guerra, especialmente cuando la guerra es civil.

El centralismo borbónico de corte francés llegó a España y, desde entonces, el absolutismo campó a sus anchas por España. La Corona y sus nuevos funcionarios se encargan directamente de lo que antes hacían poderes dispersos sometidos a estatutos y fueros de lo más diverso.

Los Decretos de Nueva Planta acabaron con las instituciones propias de los Reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y el Principado de Cataluña. Se acabaron los estados que se aglutinaban bajo la Corona de Aragón. La Diada del 11-S en Cataluña tiene su origen en aquella derrota final de un Emperador austriaco y la caída de Barcelona en manos del primer Borbón, tras más de un año de heroica resistencia.

Pero en un Estado Centralista no hay excepciones. Los decretos de Nueva Planta llegan también a Castilla y todas las instituciones quedan unificadas. Un sólo Rey, unas Cortes y un Consejo. El derecho común, los derechos particulares, el derecho procesal, los usos y costumbres son uniformados. La lengua administrativa será el castellano. Desaparecen los Reinos, aparecen las provincias. Hasta América Latina llegarán los famosos Decretos, unificando virreinatos, capitanías, gobernaciones. El absolutismo impera en Europa. También en España.

Un 11 de septiembre, pero en este caso de 1973, un militar de carrera, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos y sustentado ideológicamente por la ultraliberal Escuela de Chicago, acaba, a golpe de tanques, fusilados, torturados y desaparecidos, con un gobierno de coalición de izquierdas encabezado por Salvador Allende.

La intervención armada de las democracias latinoamericanas, con apoyo militar directo, o asesoría militar y económica del vecino del Norte han sido práctica común en el pasado, desde Guatemala a Argentina, de Chile a Honduras, pasando por Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Venezuela, El Salvador, Panamá,  Brasil, o Perú, sin ánimo de exhaustividad.

La lección quedó bien aprendida, grabada a sangre y fuego en las tumbas, la represión y las cárceles de cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas cuya única aspiración era ser libres, vivir sin miedo. La derecha conservadora y los partidarios del libre mercado a ultranza sentaron las bases de un mundo en el que la libertad absoluta de unos pocos impera sobre la de todos los demás, que podrán comprar lo que quieran, siempre que puedan pagarlo y pasen por la misma caja.

Un 11 de septiembre, ahora del año 2001, miles de personas inocentes murieron en Nueva York, pagando el precio de las ambiciones imperiales de grandes corporaciones político-empresariales que hicieron ingentes negocios guerreros, a cuenta de las armas, el petróleo, la seguridad, la tecnología. Vinieron luego Madrid, Londres, París, Charlie Hebdó, o Niza. Eso sin contar las cientos de muertes diarias en acciones militares, o atentados, en Irak, Afganistán, o Siria.

Los fundamentalismos, incluido el fundamentalismo de la nueva religión del dinero y el consumo, no toleran bien la libertad. Necesitan el miedo y la inseguridad para sobrevivir. No desprecian el terror como método para mantener el control, aunque veces ya no necesitan a los militares para conseguir sus objetivos.

11 de septiembre de ahora mismo. El Presidente del Círculo de Empresarios deja bien claro quién manda. Sería mejor repetir elecciones para poder formar un Gobierno que llama estable y de centro que incluyera a PSOE, PP y Ciudadanos, o  al menos a PSOE y Ciudadanos… pero sin extremistas.

La organización de los empresarios españoles, CEOE, apuesta también por nuevas elecciones, porque quiere gobiernos que defiendan la unidad de mercado, la propiedad privada, la colaboración público-privada (eufemismo para denominar a las privatizaciones y el negocio con los recursos públicos) y, en definitiva que defiendan la economía de libre mercado en la que creen.

Hasta el Presidente de la patronal catalana, Foment del Treball, antiguo diputado de Convergència i Unió (CiU), se muestra partidario de que gobierne el partido más votado, con el acuerdo responsable del resto de los partidos y evitando que las reformas fiscales o laborales que pudieran surgir de un hipotético acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos puedan terminar dañando la competitividad (otro eufemismo para denominar al libre mercado) de las empresas.

El 11 de septiembre nunca ha traído nada bueno para los trabajadores y parece que tampoco el de este año ha venido con buenas noticias para nosotros. La suerte de unas nuevas elecciones parece echada. Las encuestas son siempre estimaciones interesadas y de pago. Las elecciones las carga el diablo.

El PSOE de Sánchez no quiere encabezar un experimento transformador con Podemos, El PP aznarista y aguirrista de Casado espera su turno, más temprano que tarde, ampliando su ventaja sobre los de Rivera. Si yo fuera Pedro Sánchez no me fiaría de los famosos coachers, tertulianos, o empresarios del IBEX y me dedicaría a fraguar la necesaria confianza y unidad de las izquierdas.

Si estuviera en el lugar de Pablo Iglesias, daría el voto a Sánchez sin condiciones y me pondría de inmediato a la tarea de vertebrar lo que hasta ahora tiene más de movimiento que de fuerza política organizada, me pondría codo a codo con las necesidades de la gente a construir un programa de futuro y dejaría que el tiempo y sus circunstancias hicieran el resto.

No me llamo Pablo, ni tampoco Pedro. No envidio su situación. Me apena verlos embarcados en un nacionalismo estéril, más patriotero que patriota. Tal vez me apenan un poco, tras comprobar lo poco que han aprendido de los idus que anuncia este 11 de septiembre.

Nacionalismos, patriotismos y los idus de septiembre