jueves. 28.03.2024

Homenaje a Catalunya

Tras la batalla del Ebro y el asalto de los nacionales a Cataluña, después de que Orwell publicara su Homenaje a Cataluña, cuando ya la guerra civil tocaba a su fin, se perdió la pista de Calixto.

El día que Calixto salió de su pueblo de canteros, en las estribaciones de la Sierra de Guadarrama, para defender el Puerto de los Leones, tal vez pensaba que lo hacía tan sólo por imagescaybmpgjunos cuantos días. A sus 42 años no había sido llamado a filas, pero militante como era de la UGT, tal vez sintió que era su deber acudir a defender la República de esos militares levantiscos que habían decidido dar un golpe de estado contra su propio pueblo. Ese acto voluntario le valió que le llamaran el abuelo y le costó la vida.

Tras la batalla del Ebro y el asalto de los nacionales a Cataluña, después de que Orwell publicara su Homenaje a Cataluña, cuando ya la guerra civil tocaba a su fin, se perdió la pista de Calixto. Hay quien dice que murió en un bombardeo. Quien afirma que le vio pasar herido la frontera de Francia. No falta quien cuente que terminó muriendo en un hospital francés bombardeado por los alemanes. El hecho es que nunca más se supo de Calixto y que su viuda Ascensión, acabó con tres hijos y acogiendo a una niña que fue tratada como una hija y como una hermana. He hecho algunas gestiones para saber dónde acabaron sus días, pero nada. Un hombre irremisiblemente devorado por la guerra.

Calixto era mi abuelo y siempre he admirado su valor para acudir a defender sus ideas y a su pueblo frente a la poderosa maquinaria de guerra dirigida por el general Franco y entrenada en el duro combate contra las guerrillas cabileñas del Rif. He llegado a pensar que una guerra tan larga sólo podía explicarse por el deseo del futuro dictador de consolidar su poder personal frente a los demás conmilitones y por su voluntad de ir laminando, pueblo a pueblo, todo resto de resistencia obrera que pudiera ir quedando. Esa estrategia de sangre y fuego dejó una España de fosas comunes improvisadas, convertida en campo de concentración irrespirable para los vencidos, durante décadas.

El dictador siempre lo tuvo muy claro, un auténtico precursor de las dictaduras modernas. El se encargaba del poder y los ricos podían seguir atentos a sus negocios. No había venido a disputarles la riqueza, sino a quedarse con el poder. Hágame caso, mi general, haga como yo, No se meta usted en política, cuentan que respondió en cierta ocasión al general Muñoz Grandes, que le trasladaba sus preocupaciones sobre el curso de los acontecimientos.

Por eso, en sus últimos casi veinte años de dictadura, la economía era cosa de los tecnócratas del Opus Dei y él podía ejercer de apacible abuelo pescador y cazador, que exhibía, eso sí, su mano dura cuando las cosas amenazaban con escaparse de la manos. Ese que firmaba una sentencia de muerte en El Pardo, al tiempo que tomaba una taza de “colacao” con galletas.

Un joven recluta acaba de jurar bandera y goza de unos días de permiso. La tarde es gris. O tal vez en la memoria de esos tiempos, la mayoría de los día son recordados en blanco y negro. Las calles están vacías en este otoño de 1975. Le gusta al recluta tocar la guitarra y se sienta en una esquina a entonar algunas canciones. No puedo presumir que Al Alba estuviera en el repertorio, por más que ese 27 de septiembre miles de voces la canturrearan al conocer que el más triste presagio se había cumplido. Un hombre había sido fusilado en Barcelona, otro en Burgos y tres más en Hoyo de Manzanares, en Madrid.

Los dictadores viven para la muerte y mueren matando. En el caso de este dictador, sapo iscariote y ladrón, que diría León Felipe, murió matando y mató incluso después de muerto. El 24 de Enero de 1977, la camada negra de la dictadura ejecutaba una sentencia de muerte no escrita contra los abogados laboralistas de la calle Atocha.

Yo era aquel recluta, que se retiró pronto a casa, cargado de soledad y acorralado por la tristeza. Uno de tantos jóvenes que vivían la incertidumbre, el miedo, el desgarro de un tiempo sin futuro en el horizonte. Uno de tantos jóvenes de los barrios periféricos que habían ido rodeando de sucesivos cinturones rojos, las grandes ciudades del desarrollismo franquista.

Jóvenes que escuchábamos con la misma pasión a Luis Pastor, Raimon, LLuis Llach, María del Mar Bonet, Pablo Guerrero, Rosa Léon, junto a aquellas voces que venían de más allá del Atlántico. Los muertos en la dictadura y los vivos, exilados de dictaduras latinoamericanas, como la chilena, impuesta por un militar traidor a su República y admirador del dictador español.

Luego, más tarde, aprendimos a apreciar la rumba catalana, desde Peret a Gato Pérez, sin perder de vista al Último de la Fila, Estopa, ni a Agua Bendita y el inestimable, irreverente, e imprescindible, Albert Plá.

He dudado si era oportuno escribir este artículo. Vivimos tiempos en los que hay que tomar partido y ser políticamente correctos con el pensamiento del bando al que te has, o te han, adscrito. No caben matices. Cualquier opinión, por ejemplo, sobre lo que acaece en Cataluña, te coloca en uno de los dos bandos, nacional o nacionalista, en los que se ha dividido la sociedad española y la catalana. La opinión será tachada de amenaza por unos, de claudicación, por otros, de intolerable intromisión por los de más allá. Aunque, lo más probable es que pase desapercibida en la maraña de opiniones tertulianas que se desencadenarán inmediatamente.

Por eso, aunque sin esperanza alguna de que el efecto no sea el mismo, escribo esta tarde del 27 de septiembre, cuando ya han terminado de votar los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña. Cuando aún no se ha dilucidado un resultado. No sé quien va a ganar, ni quien va a perder. Si ganan todos, como es habitual. O si pierden todos, perdemos todos, como suele terminar ocurriendo en este “viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles”, que tan lúcidamente nos mostrara Gil de Biedma. Por cierto, a este Gil de Biedma y a Ernesto Cardenal, debo buena parte de las maneras y las formas, hasta los fondos, que componen el poemario La Tierra de los Nadie que acabo de publicar.

No tengo aprecio especial por las patrias. Menos aún por las banderas. Me forjé en una de esas iglesias populares de barrio, donde estudiábamos a Hélder Cámara, o Pere Casaldáliga. Luego estudié magisterio, que era la carrera corta que podíamos permitirnos los listos de los pobres y los tontos de los ricos. Allí mamé de Paulo Freire, Lorenzo Milani, Ivan Illich, Freinet, Ferrer i Guardia, Rosa Sensat.

Pasé de las iglesias de barrio a transitar un tiempo por la CNT y luego por el PCE, hasta IU. Sin la ayuda inestimable de gente como Alfonso Carlos Comín, o el propio Casaldáliga y la teología de la liberación, este tránsito hubiera sido más inexplicable. He aprendido muchas cosas, también, de buenas gentes que militaban en el PSOE y he tenido que bregar con gobiernos del PP, donde he encontrado de todo.

Llevo más de treinta años en las CCOO. He querido, admirado y aprendido mucho de Marcelino, Sartorius, Saborido, López Bulla, Antonio Gutiérrez, Joan Coscubiela y muchos otros. Las CCOO se constituyeron como tales en una Asamblea en una iglesia de Barcelona. Tampoco puedo olvidar que Salvador Seguí, el Noi del Sucre, fue mi primer modelo de defensa de la gente que trabaja y lucha por la dignidad de su vida. Su intervención en la Plaza de Toros de las Arenas, durante la huelga de La Canadiense y su asesinato a manos de los pistoleros de la patronal catalana, son cosas que un trabajador o trabajadora, cualquier trabajador o trabajadora, no deberíamos olvidar.

He mamado mi forma de entender la escritura y los cuentos que he escrito y hasta muchas formas de entender mi presencia en el mundo y afrontar la vida, de cuanto he leído en Vázquez Montalbán, Francisco Candel, Pere Calders, Quim Monzó, Juan Marsé, o Eduardo Mendoza.

Si me dais a elegir patria, ya os lo he dicho otras veces, yo ya he elegido la patria de los Nadies, de aquellos que cuestan aún menos que la bala que les mata, en palabras de Eduardo Galeano. Los condenados de la tierra, que describió Franz Fanon. Los pobres evangélicos. Los últimos. No me parece que haya tarea tan esencial en estos momentos como dar respuesta a esos compatriotas de cualquier lugar del mundo, que mueren en las cunetas del camino que intentan recorrer en busca de una vida digna. Todo lo demás son fronteras artificiales.

Creo que, tras más de 35 años de vida en democracia en España, la crisis nos ha revelado que son muchas las prendas que hemos ido dejando por el camino, hasta el punto de que la desnudez de la corrupción, de la ineficacia y la ineficiencia, de la endogamia y el autismo de la política, insensible a los problemas reales de la ciudadanía, parecen intolerables e insufribles. Son la Gürtel, la Púnica, el Tamayazo, Banca Catalana y el tres por ciento. Son Blesa, Rato y sus chicos y chicas, sus homólogos en otras Cajas de Ahorros, también en las cajas catalanas. Modelos extendidos por toda España. Por Valencia, Galicia, Andalucía, Baleares. Basta leer el Desfile de Ciervos de Manuel Vicent para recordar. La indignación y el rechazo a esta situación son inevitables. Irse de un país así es, no sólo una opción, sino la única posibilidad, en el caso de muchos jóvenes.

Y creo, también, que vivimos en un mundo que va desdibujando a los pueblos, a golpes de globalización, convirtiéndonos en consumidores itinerantes de las marcas de moda, a las que no debemos fidelidad alguna, porque sólo el consumo se convierte en patria y la capacidad de consumo, en único pasaporte válido para traspasar todas las fronteras. El dinero y sus poseedores frente a los desposeídos.

En un mundo así, la defensa de una lengua, una cultura, unas formas de convivencia,   de entender la vida cotidiana, tienen valor e importancia. Son las comunidades locales y las regiones, las que mejor pueden defender el autogobierno de su destino, frente al poder avasallador del dinero. Y eso puede hacerse de muchas maneras. Una de ellas es constituir un Estado propio. Pero no es la única. Y en todo caso habría que tomar esta opción cuando una mayoría abrumadora y cualificada lo decida.

Todo indica que eso no pasa en Cataluña. La crisis económica, política, social y la incapacidad de los políticos, los catalanes y los del resto de España, han producido una situación de fractura social injustificable. Una fractura nacional y nacionalista muy beneficiosa para quienes deberían responder política y hasta judicialmente de sus corrupciones y corruptelas. Una fractura muy útil para los pescadores de río revuelto. Una fractura que no preocupa en las bolsas, ni a los dueños del capital. Una fractura que sirve para que cientos de políticos tapen sus incompetencias llenando de banderas, con más o menos franjas rojigualdas, las rotondas y plazas de sus pueblos.

Esa fractura es la que hay que recomponer en Cataluña y entre Cataluña y el resto de España. La crisis ha puesto ante nuestros ojos la desnudez y las vergüenzas con las que hemos caminado durante muchos, demasiados años. Hay mucho que recomponer, que negociar y que repensar. Hay mucho que acordar. Mucho empleo que crear, muchas pensiones que asegurar, mucha sanidad y educación que defender. Muchos mayores y discapacitados a los que atender. Mucha corrupción, corruptelas y malas prácticas que combatir.

No sé si quienes tienen que hacerlo van a saber, poder, o querer hacerlo. No sé si el resultado electoral de esta noche servirá para andar este camino. Pero, pase lo que pase, aunque no soy adivino y me he acostumbrado a aceptar lo imprevisible como parte consustancial de lo posible y hasta de lo probable, nadie, sea nacional o nacionalista, de derechas o de izquierdas, me va a amputar esa parte de mí que se construyó en y con Cataluña. Porque soy de los que, como Aresti, piensa que sólo es español quien sabe las cuatro lenguas de España.

Homenaje a Catalunya