viernes. 19.04.2024

Antonio Albarrán, la sonrisa de un hombre

Su sonrisa, la de un hombre, la suya, era cuanto había que hacer, para sanar la ignorancia y enfrentar el poder de la muerte

Se ha marchado, como ha vivido. Sin hacerse notar demasiado, sin anunciarlo, dejando en las hojas del otoño una lágrima y una sonrisa. Sólo eso, un rastro, unas pocas fotos, el afecto de quienes le conocimos. No recuerdo a Antonio sin sonrisa. He buscado la noticia en internet. No hay noticia. Alguna reseña apresurada de alguien como yo. Alguna página que se hace eco. No aparece en medios escritos, digitales, una radio, un corte televisivo. No aparece noticia actualizada de su fallecimiento en wikipedia. No hay ni entrada a su nombre en wikipedia.

ALBARRAN-252x300Un portal de esquelas digitales da cuenta de su fallecimiento y ofrece encender una vela (digital), una esquela (digital), confeccionar un ramo (digital), escribir una condolencia (digital). De paso, por si fuera necesario, gestionar la herencia, localizar testamento, cancelar redes sociales, cobrar seguros, consultas, trámites. Es todo.

Decididamente este país maltrata a sus hijos, sus pequeños lares, manes y penates, dioses menores que cuidan y protegen nuestras insignificantes vidas. Podemos recordar vívidamente agravios históricos lejanos, mientras olvidamos a aquellas gentes que amamantaban la democracia sin saber qué narices terminaría siendo aquello. Con mucho miedo a que desde cualquiera de los cuarteles que rodeaban Madrid partieran columnas capaces de dar al traste con aquella incipiente transición democrática.

Esas madres y padres de Villaverde, por ejemplo. En el colegio de la UVA de Villaverde. Otro día os cuento qué eran las UVAs. Dábamos clases por la mañana a los hijos y por la tarde a los padres que no habían obtenido el graduado escolar que necesitaban cada vez más para encontrar un trabajo, o para mejorar su categoría profesional.

Hasta una escuela de padres montamos (no existían aún las madres, aunque no eran pocas ni menos activas). Ahí es donde conocí a Antonio, que participaba en uno de aquellos novedosos grupos de animación sociocultural, al que dieron en llamar CCP (Centro de Cultura Popular) que asimilaba las experiencias de la democrática Francia, como otros trajeron las Universidades Populares calcadas de Alemania.

Por aquellas aulas humildes del San Roque de Villaverde pasaron gentes como Alejandro Tiana, que luego llegó a ser Secretario de Estado de Educación y Rector de la UNED, pero que entonces acababa de terminar aquel precios estudio doctoral sobre Maestros, misioneros y militantes (la educación de la clase obrera madrileña 1898-1917).

Los inseparables maestros Paco Lara y Paco Bastida, llegados desde el vallecano colegio que terminó siendo de los Pacos, donde la igualdad y la solidaridad eran asignatura trasversal obligatoria. Otros vallecanos como Enrique del Río y Conchi Paracolls. Todo era Vallecas. Los de Palomeras, Entrevías, el Pozo, el Puente, o la Villa. Daba igual, todo era Vallecas. Un universo con constelaciones, planetas, sistemas solares y meteoros errantes con trayectoria propia. Conocí también a Avelino Hernández, al que unos recuerdan como escritor, otros como lo que hoy llamaríamos un activista cultural y social y todos como una persona enamorada de la vida y de los vivos. 

En aquella aventura se habían embarcado mujeres como Mary Salas que andaba por la Fundación Santa María. Eugenio Royo, de Rentería, ligado a las cooperativas de Mondragón, después de pasar por la JOC y haber sido fundador y secretario general de la clandestina Unión Sindical Obrera. Luego sería Consejero de Empleo con Leguina, o Antonio Albarrán, siempre acompañado de un joven José María Barrado, al que habían encargado la gestión y dirección del CCP y luego del Instituto de Cultura Popular, del que nacieron actividades, ponencias, estudios. Recuerdo con cariño aquel estudio sobre la Siberia Extremeña, aquella tierra abandonada a su suerte.

Antonio Albarrán, ya era por entonces director de Editorial Popular. Nos prestaba libros de su colección Aloclaro, que vendíamos en un puesto callejero en el Paseo Alberto Palacios, antes de que hubiera una tortuga (el divorcio aloclaro, la enseñanza aloclaro, y Madrid, Andalucía, la delincuencia juvenil, la sexualidad, las multinacionales, las elecciones...) todo cuanto podía interesarnos estaba allí explicado a lo claro.

Luego la vida comenzó a dar vueltas, giros y tumbos. A algunos les perdí la pista. Con Eugenio coincidí desde la dirección de CCOO de Madrid, cuando fue consejero de empleo de Leguina. Otros fueron muriendo sin que yo me enterase a tiempo. Siempre después, siempre tarde, por alguna referencia, alguien que deja caer por descuido uno de sus nombres sobre la laguna de la memoria del pasado, cerrando la puerta, echando la llave, Avelino, Mary, Eugenio, Enrique, uno de los dos Pacos, ahora Antonio.

Me enteré que había sido nombrado director de la Feria del Libro y alguna vez pude saludarle por allí. Me he enterado de su muerte a través del poeta Manolo Rico, al que Antonio, poco antes de marchar, había comunicado que sería el poeta al que se dedicará la edición 2020 de la Calle del Libro de Vallecas, el resultado de uno de los últimos empeños de Antonio, que dedicó buena parte de sus esfuerzos a presidir la Fundación Vallecas Todo Cultura. De nuevo a la búsqueda de la cultura popular.

En este instante, cuando la ONU vuelve a conmemorar el Día de los Derechos Humanos, conviene recuperar, recordar, no olvidar, a aquel joven que fuera sacerdote, consiliario de la JOC, cura del obrero. Testigo de la defensa en el proceso franquista, al que correspondió el número de 1001, contra los sindicalistas de CCOO, editor, enamorado, animador cultural y social, comprometido con el pueblo, su libertad y sus barrios hasta el último día.

La memoria de su sonrisa se aferra a mis párpados. Su sonrisa llena ahora todo cuanto fui, incluso el tiempo en que no estaba, el lugar que jamás pisara. Ilumina rincones que habían quedado entre las sombras, matiza la rabia acumulada en las cenizas de las hogueras sofocadas, acaricia el dolor que fue creciendo en los pliegues de las aceras devastadas por el calor, o el barro de las inundaciones. Su sonrisa, la de un hombre, la suya, era cuanto había que hacer, para sanar la ignorancia y enfrentar el poder de la muerte.

Antonio Albarrán, la sonrisa de un hombre