viernes. 29.03.2024

El estado de la Nación de Rubalcaba

Tras haber pedido a Rajoy que dimita, Pérez Rubalcaba ha de afrontar el debate del estado de la nación con un planteamiento radical. No puede dirigirse a alguien a quien ya no reconoce legitimidad, sino aprovechar el momento para hablar a toda la sociedad. Una sociedad harta de discursos y debates que no traspasan las paredes de la aislada burbuja en la que malviven los políticos.

Tras haber pedido a Rajoy que dimita, Pérez Rubalcaba ha de afrontar el debate del estado de la nación con un planteamiento radical. No puede dirigirse a alguien a quien ya no reconoce legitimidad, sino aprovechar el momento para hablar a toda la sociedad. Una sociedad harta de discursos y debates que no traspasan las paredes de la aislada burbuja en la que malviven los políticos. N puede jugar el papel de opositor al uso, limitándose a señalar fallos y fracasos del Gobierno. Las circunstancias cada vez aprietan más el cuello de los ciudadanos, y la mera crítica, por razonable que sea, ya no desgasta solo al criticado: desgasta también al crítico, y deprime y desafecta a la ciudadanía.

La tentación podría ser la de convertir el debate en una encubierta moción de censura al presidente. Pero una moción de censura exige la alternativa a los males que rechaza.

Una Alternativa que la sociedad necesita, aunque la mecánica de las mayorías parlamentarias no la haga posible en el presente. Y Rubalcaba ha de ser consciente de que los ciudadanos no esperan que sea él quien aporte esa Alternativa. Ni siquiera aunque la tenga. Porque lo identifican –junto a los demás líderes políticos- con el proceso de las malas prácticas que han deteriorado nuestra convivencia democrática y han degradado la imagen de las instituciones. Y porque lo hacen cómplice de decisiones, o falta de decisiones, en relación con la crisis económica, con el empleo, con la ley hipotecaria y hasta con la falta de rigor contra la corrupción.

En este debate sobre el estado de la nación, Alfredo Pérez Rubalcaba puede dar un golpe de timón y renacer, o puede hundirse. Porque los tiempos de la gente discurren con celeridad, y porque todos queremos ver que alguien ponga sobre la mesa coherencia, soluciones concretas y credibilidad. Y a ese alguien le haremos el encargo de poner en práctica esas soluciones. Y ahí está el punto de inflexión para Rubalcaba, ahí está su cambio de rumbo radical: en la credibilidad.

La letanía del PP sobre la herencia recibida, o la respuesta refleja del mismo Cayo

Lara diciéndole “tú tampoco lo hiciste”, solo se pueden neutralizar tomando por los cuernos el toro de la herencia. Tiene que ser el propio Rubalcaba quien hable sin miedo de ella; quien la analice –no oportunistamente, por cierto- de modo certero y claro. Quien señale cuáles son los puntos esenciales de los errores que tiene esa herencia. Quien reconozca – sin masoquismos- su corresponsabilidad en la misma. Y quien asuma un compromiso claro y rotundo de restituir a la sociedad el tiempo y las opciones perdidas, e implantando un nuevo modo de comportamiento en sus propias filas.

Le estoy pidiendo a Alfredo Pérez Rubalcaba y al Partido Socialista una especie de inmolación. Un sacrificio no usual, que en estos momentos especialmente difíciles necesita nuestra sociedad. Pero le estoy pidiendo, de ese modo, que se convierta realmente en líder. Porque la gente ya está harta de paños calientes, de dimes y diretes, de quejas, llantos y lamentaciones. Alguien que tenga la gallardía de analizar los errores y de asumir las responsabilidades de los mismos, la energía para presentar con fuerza las claves para superarlos y la capacidad de proponer un proceso concreto para desarrollar una Alternativa, se convierte en un referente creíble para la sociedad. Y se presenta como un antídoto a cualquier tipo de mesianismo, sea tecnocrático o populista.

Se necesitan arrestos para hacerlo y una cabeza muy clara. Y un conocimiento de nuestra realidad. Y la valentía de arriesgar soluciones. Si se decide va a tener enfrente a muchos poderes fácticos. Desde quienes dirigen los hilos nauseabundos de los llamados mercados hasta los pusilánimes, los biempensantes, y posiblemente una masa demasiado numerosa de personas que viven atrincheradas en las estructuras de su propio partido, e incluso en las estructuras sindicales. Pero va a encontrar, en cambio, el reconocimiento de una ciudadanía que está más que harta de tragarse cada día las penosas consecuencias de la crisis que otros disfrutan. Y de escuchar mentiras, y excusas, y “mire usted”, y titubeos, y escolásticos juegos de palabras. Y de asistir a improvisaciones de primero de carrera, y de ver a sus representantes siempre al otro lado del cristal, enfrascados en cínicos diálogos de sordos, insensibles a la degradación ética de la sociedad, e inconscientes de que no son más que eso: representantes.

Quizá no sea necesario siquiera que presente toda la Alternativa, como si fuera un mago de chistera. Quizá baste con apuntar la orientación de un cambio de rumbo y los ejes de un proceso; y el compromiso de desarrollar ese proceso con la gente: escuchando a tanta como está cada día pisando la calle para plantear alternativas y reivindicaciones. Un proceso que tendría que comprometerse en atajar la hemorragia del paro. Dignificar las instituciones y la convivencia democrática. Y plantear una reforma de la Constitución, para incluir en ella – entre otras muchas cosas- la garantía real y concreta del derecho a la vivienda, de la gestión pública y eficiente de la Sanidad y la Educación, la obligada prestación de los adecuados Servicios Sociales. Y el compromiso de una representatividad política más participativa y que rinda cuentas, así como el tratamiento de la organización territorial y estructural del Estado.

Nuestra Sociedad necesita una profunda regeneración. Si Rubalcaba es capaz de cambiar su papel de “jefe de la oposición” por el de impulsor creíble y efectivo de esa Regeneración, podrá alegrarse de haber nacido y de ser secretario general de los socialistas.

Si no, se quedará en esa zona gris y mediocre de dejar pasar los tiempos, como un mero contable de votos en una empresa que amenaza ruina.

El estado de la Nación de Rubalcaba