jueves. 28.03.2024

Realidades

gente-calleb

En esta sociedad en la que vivimos de una sangrante desigualdad, de desencanto de mucha gente que ve destrozadas sus ilusiones sin esperanzas de tener un proyecto de vida, empleos de miseria muchos de ellos pagados en negro y ahora llena de covid 19, resulta sorprendente la resignación con que se acepta esta realidad. Asombra como los más castigados apoyan con su voto a los verdugos que, con gran descaro, les hablan de su negra situación pero les venden humo. ¿Acaso no reflexionan que mientras ellos luchan por conseguir un puesto de trabajo volátil y míseramente retribuido, el año pasado hubo 11.000 nuevos ricos en España? ¿No se percatan de que les están engañando con banderas, patrioterismos baratos y ninguna propuesta que les resuelva su angustiosa situación?

Dice Stiglitz que la desigualdad es una opción, no algo inevitable. Que haya que decir esa obviedad es porque la mayoría de la sociedad acepta su derrota como irremediable. Ahora estamos inmersos en una situación inédita en la historia reciente, donde la economía se ha parado en seco porque lo primero es la salud, aunque los depredadores no estén de acuerdo. Para habilitar una salida de esta parálisis muchos gobiernos, entre ellos el nuestro, han formalizado un diálogo entre todos los agentes sociales para que se aporten soluciones que hagan posible poner en marcha de nuevo el sistema productivo. Cualquier observador pensaría que se presenta una situación ideal para repartir nuevas cartas y empezar de nuevo la partida. Se trata de hacer que haya más justicia social y que el reparto de cargas y beneficios no perjudique a los de siempre.

La firma de un acuerdo entre todos los representantes del Gobierno, patronales y sindicatos para la reconstrucción de nuestra economía, ha sido considerado por todos como un importante avance. Pero los representantes empresariales, que defienden a los ricos, han amenazado con las penas del infierno si se le ocurre al Gobierno subirle los impuestos, como han dejado caer algunos ministros. Ni se les ocurra. Ni siquiera a las multinacionales que nos esquilman, nos pagan impuestos de risa y tienen su domicilio fiscal en el país que más les favorece (Netflix paga en España 3000 euros de impuestos al año). Esto no es Venezuela. (sic). Algún día tendrán que explicarnos a que viene esa manía de referirse permanentemente al país sudamericano.

La segunda objeción que han puesto ha sido que ni hablar de tocar la reforma laboral del PP. Ya montaron el escándalo cuando el Gobierno acordó con Bildu su derogación, acuerdo que duró minutos. Ese es un terreno conquistado y no se da un paso atrás ni para tomar impulso. Las condiciones laborales de los que trabajan se tienen que quedar con las inseguridades y precariedad actuales.

Consecuencia, si no se puede tocar la subida de impuestos a los ricos para poder financiar las ingentes cantidades de dinero que se necesitan ahora para poner en marcha la economía (sí se pueden subir a los que siempre pagan), ni se pueden cambiar las miserables condiciones laborales que implantaron utilizando al PP como su brazo político, ¿qué queda por negociar? Sin duda algunas cosas menores, pero estas son las esenciales y ya sabemos que no están dispuestos a revisarlas.  

Decía Buffett, el dueño de Berkshire y la tercera fortuna de EEUU, que “existe una lucha de clases, pero la mía, la de los ricos, es la que está haciendo la guerra y la estamos ganando”. Literal. Duele, pero solo dice la realidad de lo que está pasando. Es la revolución de los ricos y ha derrotado a la del proletariado que ha pasado de luchar por ejercer la hegemonía en los medios de producción a conformarse con subsistir.

El capitalismo sin freno al que hemos llegado solo contempla del futuro la posibilidad de esquilmar cuanto más mejor. Esta  insaciable avaricia puede llevar al sistema de mercados a colapsar porque haya hecho que los consumidores no tengan recursos para poder consumir y además acaben con el planeta.

De nuevo cito a Stiglitz: “Tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo. Amenaza con destruir un mercado justo y competitivo y una democracia con sentido…Debemos forjar unas nuevas reglas sociales que permitan a todos llevar una vida decente y de clase media”. No se trata de hacer una revolución bolivariana, ni de acabar con el sistema, es simplemente hacerlo más justo para que dure y podamos vivir todos en un planeta más sano. Es muy fácil de entender.

El Gobierno progresista tiene que sortear los obstáculos pero sin renunciar a sus principios y a los contenidos del pacto de Gobierno firmado entre las dos fuerzas políticas. La situación es extremadamente compleja porque hay que actuar sin tener la mayoría suficiente para llevar a cabo sus propósitos, pero tiene que hacerlo y hasta ahora ha demostrado tener cintura y capacidad de aguante. Ha resistido con éxito los enloquecidos ataques de la derecha para derribarlo en plena pandemia, pero ha lucido serenidad y no ha respondido a las provocaciones tabernarias de que ha sido objeto. Ha gobernado con medidas que han favorecido a los más perjudicados por la situación creada por la pandemia. Ha anunciado su propósito de continuar por el camino de reforzar las políticas que conducen a recomponer el estado del bienestar tan machacado por los gobiernos del PP y ha demostrado su propósito de durar todo el mandato. Eso significa abrir un portillo de esperanza a que la injusta situación que padecemos empiece a resolverse.

Asusta pensar que el futuro estuviera gobernado por el PP jaleado por VOX. Una pesadilla.

Realidades