jueves. 28.03.2024

Felipe González a los catalanes: Una carta inadecuada

“La Carta a los Catalanes”, por muy bien intencionada que pudiera ser, adolece de un evidente tono paternalista.

bandera 2Por fin muchos, hasta el propio Rey Felipe VI, se han dado cuenta que el desafío de Artur Mas y los independentistas catalanes no iba a tener marcha atrás y entonces han tocado arrebato. Algunos han destapado la caja de los truenos incluso de las amenazas, otros, los menos, han intentado razonar con argumentos concretos los motivos del  desacuerdo con el proceso independentista. En esa tardía y ahora  frenética movilización se sitúa la “Carta a los Catalanes” de Felipe González.

No seré yo quien discuta los méritos de Felipe en los avances de la sociedad española durante sus gobiernos, o el papel desempeñado en el impulso a la Unión Europea. Pero da la impresión de que González no es consciente del tremendo deterioro de su imagen, tras los escándalos de su última etapa de gobierno, de las poco aconsejables amistades que mantiene en determinados círculos económicos, su pertenencia a Consejos de Administración o sus recientes e innecesarias incursiones en la política latinoamericana, por no recordar su tolerancia con la corrupción de Pujol. Felipe ya no es el Felipe de 1977 o de 1982.

Por ello debería ser muy cuidadoso y medir muy bien los gestos para influir en la política española, sobre todo en un tema tan complejo y envenenado como es la situación en Cataluña, donde además el Partido Socialista de Cataluña ha estado sometido a vaivenes incomprensibles, con buena parte de sus dirigentes alimentando por activa o pasiva el argumentario independentista.

“La Carta a los Catalanes”, por muy bien intencionada que pudiera ser, adolece de un evidente tono paternalista, en algunos párrafos resulta prepotente, hay amenazas mas o menos explicitas y encima contiene intolerables comparaciones con el proceso nazi y fascista en los años 30. Es una carta, en todo caso  para irritar a los independentistas y dar munición a los ya convencidos. Y no es eso lo que se necesita en estos momentos.

Cuando más de un tercio de la ciudadanía catalana no quiere o no sabe si va a participar en las elecciones del día 27 de septiembre y otra parte tiene sus dudas sobre el sentido de su voto, el objetivo de todos los que no estamos a favor del independentismo, debería ser fomentar un  debate serio y riguroso sobre dos cuestiones: las consecuencias políticas, económicas y sociales de una Cataluña independiente y en segundo lugar las posibles alternativas para consolidar y mejorar la convivencia de Cataluña con el resto de España. Un debate de argumentos no de descalificaciones o de lugares comunes, que permitiera tomar decisiones con fundamento a esa importante parte indecisa o desmovilizada.

En mi opinión el debate se debería centrar en cuatro grandes cuestiones: modelo y sostenibilidad del Estado de Bienestar Social; política económica y fiscal; convivencia democracia y por ultimo relaciones internacionales.

Modelo de pensiones, sanidad, servicios sociales y atención a la dependencia. Modelo educativo. Modelo de relaciones laborales. Política fiscal. Suficiencia energética. Red de comunicaciones y de telecomunicaciones. Política medioambiental. I+D+I. política migratoria. Respeto a los derechos educativos y culturales de la que sería minoría(?) no independentista. Política de seguridad e incluso de defensa. Relaciones internacionales. Relaciones comerciales….etc. Son las cuestiones que realmente van a señalar si el estado catalán independiente supone una notable mejora para el conjunto de la ciudadanía o simplemente un mayor poder para la elite política.

Es evidente que un estado catalán independiente no partiría de cero, ni mucho menos. Cataluña no es una comunidad desprovista de recursos materiales y humanos y por tanto podría hacer frente a muchos retos de desarrollo económico y social en un mundo cada vez más globalizado.

Pero en ese debate sobre un escenario de estado independiente, no podemos olvidar cinco aspectos decisivos, que podríamos denominar de costes de oportunidad.

En primer lugar, la derecha nacionalista, que hay que recordar ha gobernado en Cataluña desde 1977, salvo el breve paréntesis del gobierno tripartito, es tan neoliberal o más que la derecha española. Los gobiernos de Artur Mas han ido aun más lejos en recortes sociales y privatizaciones que los del propio PP. Sin el apoyo de los sectores progresistas del conjunto de España, los trabajadores y la izquierda catalana lo van a tener mucho más difícil. A título de ejemplo, sin los gobiernos de Felipe y de Zapatero, ya veríamos cuales habrían sido las políticas sociales, económicas o fiscales que habrían impuesto a Cataluña los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol.

En segundo lugar, no es lo mismo estar inserto en un estado que se acerca a los 50 millones de habitantes, como es la España actual, que tener 7’5 millones de habitantes. Su potencial económico, social, tecnológico, comercial, su capacidad de joint venture  y su incidencia política en un mundo globalizado seria mucho menor. Y no sirve compararse con Dinamarca, Holanda o Austria (con algo menos de población la primera y algo mas la segunda y tercera), su inserción política, económica, comercial y de transportes en el entramado europeo es resultado de muchas décadas incluso siglos de relación y por tanto muy superior al de Cataluña.

En tercer lugar, en el contexto actual y de previsible futuro, un estado catalán que haya asumido la independencia de forma no acordada ni política ni legalmente con el estado español, no es previsible que sea aceptado en las instituciones internacionales, desde la Unión Europea al FMI, e incluso no sería fácil que a corto plazo pudiera hacerlo en la ONU y en sus Agencias sectoriales. Las consecuencias de este aislamiento político y económico, serían nefastas para la sociedad catalana.

En cuarto lugar, una independencia no consensuada inevitablemente generaría rechazos en el resto de la sociedad española, al menos durante varias generaciones. Las repercusiones en materia de consumo de productos catalanes, de turismo, de cooperación científica, de relaciones empresariales, etc. serían elevadas y costosas para el pueblo catalán (y por supuesto para el resto de España)

Por último, por mucho que consideremos, con toda razón,  a Cataluña como una sociedad con gran madurez democrática y con fuertes tradiciones de convivencia, la ruptura independentista provocaría enormes tensiones internas, que ya veríamos cómo y cuando se podrían superar.

Frente a ese cúmulo de interrogantes y de inseguridades, quienes en el resto de España queremos que Cataluña siga enriqueciendo nuestro desarrollo político, económico, social, cultural, etc. tenemos que ser capaces de demostrar que la alternativa a la independencia no es el neocentralismo o el inmovilismo suicida del PP. Caben otros escenarios y muy en especial el modelo federal que la izquierda de ámbito estatal ha propuesto en los últimos años.

Por tanto tenemos que darnos prisa en concretar las características de esa España federal, que resulte convincente, atractiva y respetuosa para la gran mayoría de la ciudadanía catalana.

De todo ello hay que debatir, serenamente, con claridad y con urgencia. 

Felipe González a los catalanes: Una carta inadecuada