martes. 16.04.2024

La tenacidad del golfista

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Siempre me ha tensado la tenacidad del golfista. Esa insistencia y persistencia en lograr con técnica y paciencia, sin inmutarse por la oposición imprevista de ciertos accidentes topográficos, incluso sacando provecho de los mismos, para conseguir embocar la bola en el hoyo.

Al igual que en el golf, en la oposición política, la práctica continuada del golpe parece que es imprescindible para la derecha española. Nuestro siglo XIX fue rico en este “deporte”. El siglo XX no se quedó atrás.

En la vida política, y no se salvan los sistemas democráticos, se han utilizado y se utilizan diversos medios para conseguir el poder y para mantenerlo. Nos referimos, claro está, a medios espurios. Entre esos diversos medios hay un amplio abanico de sistemas. Algunos legalmente establecidos por el sistema. Son los que se pueden denominar golpes blandos (soft en inglés, dedicado a la señora Aguirre).

Incumplimiento reiterado, manifiesto y expreso de los compromisos electorales adquiridos frente a los electores; sistemas electorales claramente no equitativos, en el que el voto de los ciudadanos tiene consecuencias significativamente desiguales en los resultados; fraudes electorales de distinto tipo y condición que se mueven en el terreno pantanoso de lo legal e ilegal; sólo recordar nuestra larga tradición del caciquismo en nuestra historia; la masiva entrada en escena de las fake news, protagonista invitado en los procesos electorales durante los últimos tiempos.

Last but not least está el intocable marco político e institucional del que nos hemos dotado y su desenvolvimiento material, empezando por la Constitución, pasando por los partidos políticos, el poder judicial, el ejecutivo y terminando por el Rey. Sin olvidar los poderes que nos asigna Dios, la Fuerza y el Mercado: la jerarquía eclesiástica, el ejército, y los del Ibex 35. En fin que aquí los que menos pintamos somos el pueblo llano.

No es que no tengan derechos todos ellos a aplicar el poder que les corresponde y a dotarse de la legalidad y legitimidad necesaria para ejercerlo. Pero les hemos dado el palo para que emboquen la bola en el hoyo del green, no en el suyo propio. Ello se combina con que nos hemos convertido en una sociedad de pedigüeños. Todo el mundo trata de engañar a la Hacienda Pública, que como ya nos aclaró una alta funcionaria de la misma, juramentada ante su señoría, “no somos todos” y a la vez todos tratan de quejarse para conseguir la mayor parte posible del reparto. Hubo un vice que nos condenó a los infiernos si engañábamos a la Agencia Tributaria mientras embocaba la bola en su hoyo.

Nuestro querido Don Manuel García-Pelayo (1), exiliado en vida y en muerte, establecía una tipología de constituciones y en un caso oponía las Constituciones Formales a las Constituciones Materiales, conocidas en Derecho Constitucional. Las Organizaciones Internacionales para admitir nuevos socios han requerido y requieren el cumplimiento de unas Normas básicas de sus Cartas Constitucionales. Los regímenes autoritarios y de baja calidad democrática han vadeado esos requisitos, cumpliendo formalmente pero no realmente. Para ello han utilizado una ingeniería política muchas veces sofisticada y otras, no tanto.

Todo el mundo entiende que una Constitución no puede ser una norma rígida, tampoco eterna e intocable. Por eso es necesaria su interpretación y la posibilidad de cambiarla, pero no de retorcerla. Se la retuerce cuando insistentemente, como el golfista, se utiliza dinero público o procedente de la corrupción, en grandes cantidades, para sostener las victorias electorales mediante doping; cuando se utilizan fondos públicos para espiar a otros partidos democráticos y para extorsionar a los propios compañeros; y todo ello culmina con la manipulación de los procedimientos y del poder judicial para que no ejerza con honestidad, eficacia y diligencia sus funciones, y condene y aparte al jugador de la competición. Los checks and balances han demostrado no funcionar en absoluto en nuestra historia de corrupciones políticas. La evidente crisis del Estado de partidos en nuestro país con origen entre otras causas en una partitocracia bipartidista y un independentismo oportunista, cierran el círculo vicioso.

Sintomáticamente, una Constitución esencialmente liberal es vulnerada y pervertida constantemente por sus autores, en la medida en que no sean siempre totalmente beneficiarios de sus aplicaciones.

Cuando se persigue constantemente al que gobierna para evitar que gobierne, exhibiéndose con frivolidad.  Cuando se actúa a la vez a favor y en contra de una concepción con el sólo ánimo de confundir y deteriorar, estamos ante la necesidad de un cambio radical en la relación de fuerzas social. Los ciudadanos tienen, tenemos, la palabra. Basta ya de ser “un pueblo traicionado” (P. Preston). Porque a los que acudan a la ética política, les contestaremos aquello de que “no está ni se la espera”.


(1) Manuel García-Pelayo. Derecho Constitucional comparado. AU Textos. 1984. El Estado de Partidos. 1986

La tenacidad del golfista