miércoles. 24.04.2024

En defensa de las componendas de despacho

De nuevo ha vuelto el prejuicio de las componendas de despacho como excusa por parte de C's para permitir la continuidad de un PP en agonía y para lograr al tiempo los correspondientes réditos electorales como alternativa en la derecha

He vuelto a oír en boca de los portavoces de Ciudadanos términos despectivos sobre el diálogo y el acuerdo en democracia como componenda, y expresiones que reducen las instituciones democráticas a oscuros despachos.

La alergia a las llamadas “componendas de despacho” frente al elogio a la mayoría minoritaria (teóricamente decidida por los electores) se ha convertido en la patología predominante a partir de la crisis del bipartidismo en boca de los nuevos políticos, aunque también de los partidos clásicos.

En el pasado, esta denuncia era moneda habitual por parte de los sectores contrarios a la democracia parlamentaria, de la república y su poder blando, y se lanzaba sobre todo en los periodos de crisis económico-social y de credibilidad de las instituciones. Ya en el periodo democrático, incluso en su fase bipartidista, fue una enfermedad aislada, si bien recurrente en el PP, sobre todo cuando los partidos minoritarios amenazaban con alianzas a sus mayorías de gobierno en minoría en los municipios y las comunidades autónomas, llegando incluso a proponer como remedio reformas legales y constitucionales presidencialistas.

Lo que provocaba esta alergia no era la democracia parlamentaria de la Constitución, los estatutos o la Ley electoral, que contemplaban las alianzas políticas de concejales o parlamentarios como la forma legal y legítima de conformar mayorías de gobierno. Tampoco se justificaba en una supuesta inestabilidad a la que hubiera que poner coto, pues si algo ha caracterizado a nuestro sistema político a todos los niveles ha sido su extrema estabilidad, incluso en comparación con las democracias maduras de nuestro entorno.

Quizás ha sido el reflejo del giro presidencialista de reconocer en el nivel estatal el derecho a formar Gobierno al partido más votado, y la práctica consiguiente de los partidos nacionalistas y regionalistas de prestarse a hacer de bisagra parlamentaria. Sin embargo, algo que ha valido para el Gobierno del Estado en algunas ocasiones, no ha sido así en las comunidades y municipios, donde la presencia reducida y no dirimente hasta ahora de partidos bisagra ha permitido el funcionamiento de una política de alianzas en una izquierda plural y, aunque en menor medida, en una derecha más monolítica.

Curiosamente, esta dinámica se ha roto con la crisis política del bipartidismo imperfecto (manifiestamente mejorable) y la representación de los nuevos partidos que rechazan las negociaciones, los acuerdos y las alianzas como manifestaciones de la debilidad de la vieja política. No es de extrañar que trasladen ese rechazo a un relato tan deformado como interesado del conjunto de la historia democrática reciente, incluyendo la Transición como un periodo turbio de engaños y componendas que estarían en el trasfondo de la actual crisis ética, política y territorial. Para unos estaría ahí el origen de la traición a la izquierda y para otros de la traición a su idea de una España uniforme.

Lo paradójico es que sean los nuevos partidos, que han venido a enriquecer el pluralismo en la representación política, los que establezcan un prejuicio sobre el diálogo y las alianzas políticas, caracterizándolos como “componendas de despacho”. Así, a raíz de las elecciones autonómicas y municipales de 2015, en la mayoría de los casos se configuraron gobiernos por defecto o de consentimiento, en ausencia de pactos de legislatura o de gobierno, como había venido siendo habitual en el reciente pasado. El objetivo no fue el diálogo ni los acuerdos programáticos (prácticamente inexistentes) para colaborar con los más próximos, sino consentir su gobierno y mantenerse desde fuera y sin implicarse como alternativa de futuro. El resultado han sido gobiernos más débiles en un contexto de crisis económica y de cohesión social.

Más recientemente, y ante las crisis de gobierno de la derecha en Murcia, Madrid y ahora a nivel del Estado como consecuencia de la extensión generalizada de la infección de sus casos de corrupción, ha vuelto el prejuicio de las componendas de despacho como excusa por parte de Ciudadanos para permitir la continuidad de un PP en agonía y para lograr al tiempo los correspondientes réditos electorales como alternativa en la derecha. Un discurso táctico que tiene consecuencias democráticas de fondo y que demuestra que los nuevos partidos consideran la representación pluralista como algo solo coyuntural y destinado a ser sustituido por otro bipartidismo, eso sí, de los nuevos partidos, limpios de corrupción y veleidades pactistas. No rechazan pues el bipartidismo y sus efectos, sino que quieren relevar a sus protagonistas.

Resulta lógico entonces que el adversario no sean los opuestos, sino el competidor en el mismo espectro político. Y que el objetivo no sean los acuerdos de gobierno entre los cercanos, sino su desgaste y la próxima sustitución de los mismos. Una cultura política heredera del bipartidismo que, en un nuevo espectro pluralista, multiplica el antagonismo cuando requeriría de más diálogo y alianzas, y que anuncia la continuidad del actual periodo de inestabilidad política.

Pero, sobre todo, profundiza en el mensaje populista del prejuicio sobre la política, las instituciones democráticas y sus principales instrumentos: el diálogo y los acuerdos entre diferentes. Todo ello a la espera del líder carismático que una vez más, como el cirujano de hierro de Joaquín Costa, corte el nudo gordiano de la crisis.

En defensa de las componendas de despacho