viernes. 19.04.2024

Pulsión por el cambio y miedo a hacer mudanza

Se percibe por todas partes una gran pulsión ciudadana favorable al cambio. Predomina el rechazo a que el PP siga mangoneando.

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Se percibe por todas partes una gran pulsión ciudadana favorable al cambio. Predomina el rechazo a que el PP siga mangoneando

Vivimos tiempos de mudanza política. En unos días saldremos de dudas y veremos cómo se concreta electoralmente el cambio de escenario político. ¿Vendrá robusta la criatura? ¿Responderá a las fantásticas expectativas que se hacen los que apuestan todo en este primer asalto electoral o decepcionará hasta a los que se contentarían con dar un toque de atención al bipartidismo, los corruptos que han crecido a su sombra y la estrategia de austeridad que han compartido los dos grandes partidos que se han alternado en las tareas de gobierno?

No conocemos los rasgos del cambio, tampoco su nombre o quiénes serán los artífices encargados de definir su alcance y límites en el momento crucial del reparto de papeles y sillones en las nuevas instituciones municipales y autonómicas. En definitiva, solo sabemos que habrá cambios pero hasta que no se abran las urnas el próximo 24 de mayo no comenzaremos a saber los contenidos y perfiles que adoptará en las instituciones encargadas de gobernar municipios y comunidades autónomas. Y ese desconocimiento, parcialmente desvelado por la encuesta de cada día, libera sentimientos de miedo o esperanza que viven unas pocas horas, a veces unos minutos. Lo que un día es irreductible certeza de victoria se transforma al día siguiente en temblor de piernas. Pronto tendremos datos y podremos medir el resultado de la pugna entre la pulsión por el cambio y el miedo a que la mudanza sea excesiva. No se hagan demasiadas ilusiones. El camino va a ser muy escarpado a partir de ahora.

Varios millones de personas han perdido mucho o casi todo. Para ellos, la crisis ha sido un desastre sin paliativos en el que han perdido casa, empleo, salud,  bienes públicos y los ingresos mínimos que les permitían ir tirando. Para otros varios millones, la crisis y las políticas aplicadas apenas han supuesto rasguños. Muchos se han visto desplazados a los márgenes. Otros muchos han logrado, gracias a la crisis y a las medidas aplicadas, más rentas y patrimonios o nuevas posibilidades de negocio y ascenso social. Entre ambos extremos, se mueve un amplio abanico de personas y grupos sociales ilusionados con lo que pueda pasar en las próximas elecciones y temerosos de lo que pueda pasarles si el tablero político se mueve demasiado.

Se percibe por todas partes una gran pulsión ciudadana favorable al cambio. Predomina el rechazo a que el PP siga mangoneando. No se quiere que los dinosaurios de la vieja política y el permanente saqueo sigan ahí como hasta ahora. Pero hay también un gran miedo y en mucha gente (el perímetro de los sectores sociales temerosos sobrepasa con mucho el estricto campo de los que se han beneficiado con la crisis y con las nefastas e injustas políticas que se han aplicado) sobre lo que pueda pasar si nuevas e inexpertas formaciones políticas acceden a las instituciones en una posición de relativa fuerza que condicione la acción de ayuntamientos, comunidades autónomas y, a medio plazo, los resultados de las próximas elecciones generales.

Factores que han debilitado el impulso favorable al cambio  

Lo dicen las encuestas, aunque pocos parecen escucharlo. Hay tanto o más miedo a las incertidumbres (económicas y de gestión política) vinculadas a un cambio de estrategia de salida de la crisis que al mantenimiento de las políticas de austeridad. Por mucho que los recortes, la devaluación salarial, las privatizaciones de servicios públicos  y los ajustes sigan generando rechazos en una mayoría social que, a veces, adoptan formas de oposición frontal o se concretan en un descontento más limitado o no beligerante.

¿Qué elementos han contribuido en los últimos meses a obstaculizar el cambio político y a frenar las pérdidas que sufrían los dos grandes partidos que ataron su futuro a los resultados de unas medidas de austeridad, ajustes y recortes de derechos que lejos de facilitar la salida de la crisis la perpetúan?

Cuatro factores, al menos, son fácilmente identificables.

Primero, la aparición estelar de Ciudadanos. Se habla mucho de obscuras operaciones o complots y muy poco de lo que de verdad importa: Ciudadanos es percibido por mucha gente (entre un 10% y un 20% de los votantes, según distintas encuestas) como un factor de cambio político que va a permitir sanear la vida pública y ajustar algunas cuentas con la corrupción y los corruptos. Y aquí poco importa que usted y yo o el conjunto de las izquierdas seamos algo más que escépticos con esa percepción. Ciudadanos ha aprovechado la grieta abierta por el potente movimiento de indignación popular que ha conmocionado a la sociedad española en los últimos cuatro años. La misma grieta por la que se coló Podemos en 2014 y que ha contribuido desde entonces a ampliar con un espectacular trabajo y puesta en escena. Pero Ciudadanos representa también a los sectores sociales que pretenden influir sobre el cambio político, para que sea lo más predecible y ordenado posible, y sobre el cambio de política económica, para suavizar radicalismos y evitar aventuras.       

Segundo, la gestión del caso griego que han realizado las instituciones europeas, contando con un firme apoyo político de la gran coalición formada por las fuerzas europeas conservadoras, socialdemócratas y liberales. Su actuación ha ido encaminada a ensanchar el campo de la sumisión (o de la no confrontación) con la estrategia de salida de la crisis que sigue vigente, por mucho que en la práctica hayan aplicados numerosos retoques en las fracasadas medidas de austeridad extrema, obsesión por el déficit público y devaluación salarial. La exhibición de exigencias y amenazas frente a las justas, viables y comprensibles peticiones de la mayoría de la ciudadanía griega y de su Gobierno han sembrado el temor que pretendían. Ahora esperan recoger sus frutos y evitar que se repita en otros Estados miembros propuestas como las de Syriza.  

Tercero, la incuestionable bonanza económica que vive la eurozona desde hace unos meses se afianza y se mantendrá, es lo más probable, a lo largo de todo el 2015. De poco vale negarla o subrayar que la reactivación en marcha tiene las patas cortas, no afecta en nada a los sectores más golpeados por el paro y los recortes, reparte de forma muy desigual los frutos del crecimiento o no debe nada a las políticas de austeridad, que más que acicate han sido un obstáculo para la recuperación. Ninguno de los graves problemas institucionales de la eurozona o estructurales de la economía española van a encontrar solución con la actual recuperación económica, pero sus efectos políticos son evidentes y ya están contribuyendo a taponar la sangría de votos que sufrían el PP y, en menor medida, el PSOE.         

Y cuarto, la propia debilidad de las fuerzas políticas que lideran o forman parte del impulso social favorable al cambio. Con tanta persistencia como eficacia, la ciudadanía crítica e indignada se demostró capaz de influir en una mayoría social que rechaza los recortes y se muestra a favor de sanear el régimen político y explorar una salida justa de la crisis económica. Parte de ese esfuerzo ha sido malgastado por los propios partidos que representan o intentan representar la pulsión favorable al cambio de la mayoría social.

La izquierda y las fuerzas progresistas han cometido errores de bulto en el tratamiento de problemas con una notable carga simbólica. Así, el intento de diferenciar la corrupción sistémica de la que se han beneficiado los grandes partidos instalados confortablemente en el viejo régimen político con otras corruptelas que se han dado en las propias filas de las fuerzas emergentes o con pequeñas muestras de ingeniería fiscal amateur que pretendían eludir el pago de impuestos era comprensible, pero ha sido interpretado por muchas personas de izquierdas como transigencia, doble vara de medir  o pervivencia del viejo predominio del interés partidista frente al interés general.

Frente a los llamamientos abstractos, en tantas ocasiones huérfanos de cualquier contenido práctico, a favor de la unidad de la izquierda o la unidad popular para derrotar al PP, se han vuelto a poner en evidencia las dificultades para aunar esfuerzos, los patriotismos partidistas de las fuerzas políticas, con su inclinación a apropiarse en exclusiva de la representación auténtica de las esencias del cambio, y las tradicionales malas prácticas en el tratamiento de las discrepancias internas o la facilidad con la que se reproducen comportamientos sectarios e irresponsables que, en algún caso, han llevado a sus autores y al partido que dirigen a la marginación y al borde mismo de la desaparición.

Otras muchas interpretaciones posibles

Analizar los factores que obstaculizan o merman las posibilidades de cambio es una tarea primordial, porque de tal examen dependen la necesaria rectificación de previsiones y estrategias y los imprescindibles reacomodos que deben llevar a cabo los equipos dirigentes de las principales fuerzas emergentes que pretenden configurar el cambio.

En las últimas semanas se ha abierto paso una hipótesis interpretativa en el seno de Podemos, principal fuerza que representa a la sociedad favorable a un cambio político y económico significativo. Una parte de Podemos interpreta los problemas de estancamiento que sufren o de insuficiente desarrollo de sus apoyos en una clave personalista que vinculan de manera automática al deslizamiento de Podemos hacia la moderación. No me parece plausible tal interpretación.

La incidencia que pueda tener la posición o permanencia de una u otra persona en los órganos de dirección de Podemos, con la excepción de Iglesias, al que han convertido al tiempo en imagen, marca y sustancia de la organización, me parece tan poco relevante en sus potenciales efectos como el papel que pueda desarrollar fuera de la dirección, desde los círculos. Presentar el origen de los problemas de Podemos en un deslizamiento hacia la moderación o en un enfrentamiento entre moderados y radicales que ha terminado con una relativa marginación de los últimos parece más cercano al relato fantástico o a un intento de acaparar la atención de los medios que a cualquier tipo de intención o esfuerzo analítico.

Los problemas de Podemos tienen mucho más que ver, en mi opinión, con los desajustes de algunos de sus análisis y la excesiva ilusión en sus pretensiones. Hay una comprensión parcial de los factores que empujaron a Podemos hacia arriba y que son, en buena parte, los mismos que ahora bloquean su progreso.  

Podemos no era, no es, no puede ser el único representante del cambio. Si fuera así o acabara siendo así, el camino del cambio estaría cegado. Las fuerzas políticas, sectores sociales y organizaciones ciudadanas que pugnan por regenerar la democracia y por una salida más justa de la crisis no se pueden sentir representados en exclusiva o muy mayoritariamente por Podemos. No hay un pueblo que construir, hay una sociedad plural y compleja ya formada que es más o menos consciente de sus necesidades e intereses, manifiesta la pluralidad que existe en sus aspiraciones y utiliza distintos cauces organizativos e identidades ideológicas para expresarse y reconocerse.

La pugna entre radicalidad y moderación está presente, siempre está presente, pero en ámbitos de reducida importancia o influencia. Y su potencial relevancia está subordinada al acierto o no de conjugar las fuerzas favorables al cambio y definir con la mayor precisión posible los terrenos que debe abarcar el cambio y el trabajo en común para solucionar los graves y múltiples problemas que afectan a la economía, la sociedad, el grado de unidad y cohesión territorial y el sistema de representación política.

De que Podemos y el resto de fuerzas políticas que pretenden configurar el cambio lleven a cabo el reacomodo de sus análisis, expectativas y estrategias políticas depende que el camino del cambio pueda desbloquearse y vuelva a ser transitable.  Y depende también su propia supervivencia como factor de transformación y como fuerza anclada en la sociedad con capacidad de disputar la hegemonía política y cultural. No vale de nada decir “para Podemos sólo vale ganar” si el resultado más probable no va a ser ése, porque como decía el clásico no puede ser y además es imposible en el corto plazo que resta hasta el 24 de mayo.

Nada está escrito. El resultado electoral del próximo 24 de mayo es aún una página abierta. Hay todavía mucha indecisión y cualquier pequeño detalle puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Hay todavía mucho abstencionista no vocacional que puede verse contagiado por la marea de ilusión por el cambio con la que va a seguir tropezándose todos los días hasta el mismo momento de la votación.

Tan importante como un buen resultado electoral es que la dirección de Podemos y las direcciones del resto de fuerzas de izquierdas y progresistas sean conscientes de la necesidad de un rápido reacomodo de sus posiciones a una perspectiva de cambio limitado en el terreno institucional, en una nueva situación de precaria recuperación económica, probable desilusión política y aparente debilidad en la expresión de la indignación popular en las calles. Espero que Ahora Madrid, encabezada por Manuela Carmena, y Barcelona en Comú, con Ada Colau al frente, puedan servir de ejemplo e inspiración de lo que se debe hacer a partir de ahora para seguir transitando y ensanchando la vía del cambio.

Los resultados de las fuerzas políticas que representan o quieren representar un cambio significativo pueden no ser tan buenos como se esperaban, pero el potente movimiento de indignación ciudadana que se ha creado en estos años de resistencia frente a las políticas de ajuste y austeridad sigue ahí. Y las dificultades para superar la crisis y crear los empleos decentes que se necesitan también. 

Pulsión por el cambio y miedo a hacer mudanza