martes. 23.04.2024

Podemos necesita cambios, no plebiscitos

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La salida más razonable hubiera sido que el propio Iglesias entendiera la necesidad de cambiar esa cultura nefasta de debate y liderazgo que ha arraigado en Podemos y contribuya a superarla a favor de un liderazgo más colectivo

Hoy, a las 5 de la tarde, comienza la votación en la que los inscritos de Podemos darán su voto a favor de la continuidad de Iglesias y Montero al frente del partido. Y les darán su respaldo, sin duda, en un porcentaje muy alto.

¿Tiene sentido la consulta? ¿Tiene sentido opinar sobre la compra de un chalet o examinar la coherencia o incoherencia que supone dicha compra? ¿Cómo se ha convertido una decisión particular en un acontecimiento político y por qué ha levantado tanto revuelo dentro y fuera de Podemos?

Bastantes artículos y opiniones, algunos en este mismo medio, han expresado de forma razonable y con el ánimo evidente de hacer el menor daño posible al espacio político progresista que representa Podemos, muchas de las dudas que suscita esa decisión particular de hipotecarse durante 30 años para acceder a una vivienda más confortable en una zona más segura y la coherencia o no de tal hecho con opiniones políticas expresadas anteriormente. Resulta difícil meter la cuchara en un plato que levanta tantos sarpullidos, sentimientos y emociones estéticas para aportar una visión o argumentos más razonables o interesantes de los que ya se han planteado.

Otros muchos comentarios tienen la intención de embarrar el campo de juego con el claro objetivo de perjudicar a Podemos y reducir la mordiente de su denuncia contra la corrupción y el robo organizado de dineros públicos que de forma sistemática llevaron a cabo fuerzas políticas que pusieron las instituciones que ocupaban al servicio de sus intereses particulares.

En el interior y los aledaños de Podemos también han abundado las críticas más o menos razonables y argumentadas; algunas, sólo se entienden desde la frustración, el resentimiento o la pulsión por ajustar cuentas pasadas que tan abundante como irresponsablemente se sembraron en refriegas previas.

El fuego cruzado de críticas ha acabado por perjudicar gravemente a Podemos. También, muchos de los eructos justificativos que han emitido en los últimos días portavoces informales del partido morado que cuentan con el visto bueno y el respaldo del propio Iglesias. Tanto o quizás más perjudiciales que las denuncias que provienen de la derecha corrupta o las cloacas del poder dispuestas a casi todo para quitarse de en medio un obstáculo que dificulta el afianzamiento de una salida conservadora a la crisis que pasa por el desempleo masivo, la precariedad en ascenso, mayores niveles de desigualdad y pobreza o la impunidad de políticos y empresarios corruptos y ladrones.  

Ahora, la dirección de Podemos pide a las casi 500.000 personas inscritas que se pronuncien en un plebiscito que pretende cerrar la herida y ahorrar críticas, debate y argumentos. Y reduce una discusión, que podría haber sido interesante, sobre un tema menor (aunque esté cargado de simbolismos y emociones identitarias y estéticas) a un pronunciamiento urgente sobre un tema (convertido en mayor tras la convocatoria de la consulta) en el que se pone en juego (aunque solo sea formalmente) si Iglesias y Montero deben seguir en sus cargos orgánicos o deben dimitir.

El dilema es de aúpa. Votar por el “Sí, deben seguir” (la posición que contará con el respaldo abrumador de los inscritos y las inscritas que voten) es afianzar esa cultura que blinda a Podemos frente a toda crítica interna o externa y permite desconectar la responsabilidad de su líder de las consecuencias de los errores que pueda cometer con sus decisiones. Además, impide el necesario aprendizaje colectivo de cómo desarrollar un debate democrático y respetuoso que ofrezca oportunidades a la búsqueda de puntos de encuentro entre las posiciones y sentimientos en litigio (que, en este caso, no iban sobre dimisiones o continuidades). Votar por el “No, deben dimitir” es debilitar a Podemos (difícilmente podría resistir Podemos una dimisión forzada de su actual líder) y, como consecuencia, reducir aún más las posibilidades de cambio político progresista. Por eso, la del “No” resultará una posición marginal.

No creo que la solución a los problemas que debe afrontar y resolver Podemos pasen por un plebiscito. Esta consulta no puede arreglar ni arreglará nada, pero puede añadir nuevos daños a los ya producidos. Tampoco parece muy oportuna o positiva la realización de una campaña a favor de la abstención. El plebiscito acabará sumándose a la lista de errores cometidos previamente y, como otros errores anteriores, pasará la factura correspondiente en votos, apoyos, organización, simpatías y entusiasmos disipados o frustración en ascenso.  

La salida más razonable hubiera sido (y sigue siendo) que el propio Iglesias entendiera (todavía hay tiempo para que lo haga, después del plebiscito) la necesidad de cambiar esa cultura nefasta de debate y liderazgo que ha arraigado en Podemos y contribuya a superarla: a favor de un liderazgo más colectivo y controlado por instancias políticas del partido (y por inscritos y votantes) y a favor de formas de debate en el que la crítica y las discrepancias no sean entendidos como acción de zapa en contra del partido ni acaben en castigo para los discrepantes. El debate debería ser la forma lógica y democrática de sustanciar la toma colectiva de decisiones en cualquier organización política progresista o de izquierdas. Y la expresión abierta y argumentada de las discrepancias es la forma más apropiada para ajustar la acción y el programa políticos a los requerimientos, sentimientos y posiciones de la mayoría social a la que se pretende representar.

Y eso implica, en el medio plazo, una difuminación del líder carismático que todo lo puede y todo lo decide y su sustitución paulatina por un liderazgo colectivo, democrático, plural, sometido a control y responsable de las consecuencias de las decisiones que toma. Con Iglesias, esa conversión del hiperliderazgo individual en un liderazgo más amplio y colectivo o una valoración colectiva más positiva de las discrepancias y el respeto por los discrepantes son posibles. Sin Iglesias, su consecución sería más que dudosa.

Podemos necesita cambios, no plebiscitos