martes. 16.04.2024

Nuevo consenso de las elites para afrontar la crisis de la eurozona

La gran cuestión para la izquierda sigue siendo la de cómo ampliar las posibilidades de construir una alternativa progresista a la de la derecha gobernante...

La situación económica de la eurozona es tan grave como parece. Así lo evidencian la rapidez y contundencia de la reacción del BCE y las palabras de Draghi en la conferencia de prensa del pasado 4 de septiembre en la que dio cuenta de las medidas aprobadas para salvar la precaria reactivación iniciada en la segunda mitad de 2013 e impedir que las anticipaciones de inflación sigan bajando.

El pinchazo de la economía alemana y el estancamiento de la eurozona en el segundo trimestre de este año señalaban riesgos ciertos y cercanos de caer en una nueva recesión y una aproximación paulatina a un temible horizonte de deflación. Las recientes medidas del BCE y las palabras de Draghi alejan ese horizonte, subrayan la importancia de sostener la continuidad de la recuperación y, lo que es más importante, reflejan los contornos de un nuevo consenso encaminado a matizar el dogma de la austeridad y completarlo con otras prioridades de similar rango.

¿Qué mimbres incorporará ese nuevo consenso? Veamos en palabras de Draghi lo que podrían ser las bases de una nueva estrategia destinada a afrontar la crisis con más eficacia y más unidad entre los grandes partidos europeos. El pasado 22 de agosto, en la reunión que los grandes banqueros centrales del mundo celebraban en Jackson Hole (EEUU), Draghi manifestó abiertamente a sus colegas que la eurozona sufre desde 2010 unas políticas presupuestarias menos eficaces que las de otras economías avanzadas y que el BCE y la política monetaria no podían resolver todos los problemas. Y añadió que sería pertinente suavizar los objetivos de consolidación fiscal, para sostener el crecimiento, e impulsar políticas presupuestarias más activas y coordinadas, para evitar el prolongado y doloroso estancamiento de la economía europea.

Poco después del 1 de septiembre, Draghi se reunió con Hollande en el Elíseo y, según fuentes próximas al presidente francés, comprobaron la existencia de una amplia coincidencia sobre la necesidad de sostener el crecimiento de la economía europea para impedir que la inflación siga bajando hasta niveles demasiado débiles, utilizar la flexibilidad que ofrecen las reglas presupuestarias europeas y promover grandes proyectos europeos de inversión. Aunque desde el lado del BCE no se confirmaron los contenidos abordados por ambos líderes, las palabras de Draghi en su comparecencia ante los medios de comunicación para dar cuenta de los acuerdos alcanzados el 4 de septiembre en la reunión mensual del Consejo de Gobierno del BCE proporcionan verosimilitud a la versión del Eliseo.

Los cambios producidos hasta ahora en la Comisión Europea, tanto en su presidencia, con la sustitución de Barroso por Juncker, como por el protagonismo económico que se espera del francés Moscovici, ministro de Finanzas con Hollande hasta abril de 2014, apuntan en la misma dirección. Estamos asistiendo a un giro o desplazamiento parcial de la estrategia conservadora de salida de la crisis que facilitará un mayor grado de colaboración entre conservadores y socialdemócratas europeos. Los planes de Juncker (“Un nuevo comienzo para Europa: mi Agenda en materia de empleo, crecimiento, equidad y cambio democrático”) pretenden un relanzamiento del crecimiento para salir de la crisis sin poner en cuestión la necesidad de reducir el déficit y la deuda de los Estados miembros. Juncker se ha comprometido a movilizar en los próximos tres años 300.000 millones de euros adicionales en inversiones públicas y privadas que potencien la economía real y a usar la flexibilidad que incorporan las disposiciones vigentes del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.  

La emergencia de un nuevo rumbo político o la necesidad de una estrategia de salida de la crisis más eficaz y menos dominada por los dogmas y obsesiones ultraliberales son consecuencia de un doble fracaso.

Por un lado, del fracaso de las políticas de austeridad que, tras cuatro años de imposición y predominio absoluto, se muestran incapaces de sostener la tímida reactivación actual y ni siquiera están en condiciones de asegurar que esa recuperación, por muy precaria y limitada que esté resultando, vaya a continuar en 2015.  Lejos de propiciar soluciones, las políticas de recortes y austeridad provocaron mayores niveles de desigualdad social, económica y territorial, precipitaron a la eurozona en una segunda recesión y multiplicaron el rechazo hacia una UE que cada vez más ciudadanos perciben como una amenaza en lugar de como un instrumento de desarrollo o un refugio protector frente a la crisis.

Por otro lado, es también el resultado del fracaso de las promesas socialdemócratas que aspiraban a construir una estrategia alternativa para salir de la crisis y profundizar la unidad europea. La reciente crisis gubernamental y partidista del socialismo francés es la última muestra, quizás la más relevante, de la frustración de esas expectativas.

Todavía deben superarse las reticencias alemanas, pero los contornos del nuevo consenso de las elites europeas emergen con claridad y resultan de la combinación de buena parte de las actuales políticas de austeridad y reforma estructural con las preocupaciones por sostener el crecimiento a corto plazo mediante políticas monetarias más expansivas, la relajación de los objetivos de consolidación fiscal, mayores incentivos a la inversión privada y planes de inversión pública de carácter europeo, pero también por parte de los Estados miembros que, por mantener saneadas sus cuentas públicas y exteriores, disponen de margen para ello.

La fórmula política más conveniente para implementar ese nuevo consenso es la de gobiernos de gran coalición entre la derecha conservadora y la izquierda socialdemócrata, a imagen y semejanza del alcanzado en Alemania el año pasado. Para poder concretarla, la derecha conservadora deberá desprenderse de las corrientes antieuropeas y menguar la presencia de las posiciones ultraliberales cuya única propuesta es ajustar cuentas con el Estado de bienestar. Por su parte, la socialdemocracia debe desembarazarse o arrinconar a las corrientes de izquierda que sigan defendiendo una estrategia alternativa de carácter progresista que permita generar empleo decente, mejorar las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población, recuperar los bienes públicos perdidos y deteriorados por su privatización o subordinación a los negocios e intereses privados y rescatar a la población golpeada por el paro, los empleos indecentes y los recortes.

La fórmula de gran coalición no será fácil de aplicar, especialmente en los países del sur de la eurozona que han soportado mayor deterioro económico y social y han sufrido un injusto reparto de los costes. El desgaste electoral de los partidos que han tenido responsabilidades políticas en la aplicación de los recortes y el más que previsible crecimiento de la heterogeneidad en el reparto de votos y diputados podrían ser impedimentos difíciles de salvar que dificultarían alcanzar pactos de gran coalición; pero también, en sentido contrario, esa mayor heterogeneidad del espectro parlamentario podría aumentar la desazón ante la ingobernabilidad y reforzaría la apuesta por la estabilidad y un futuro predecible que, de entrada, ofrece una gran coalición gubernamental.   

Puede que las conjeturas anteriores sean poco más que una elucubración, pero son verosímiles y, en mi opinión, más que posibles. En todo caso, la próxima reunión del Consejo Europeo que se celebrará los días 23 y 24 de octubre será una buena ocasión para comprobar si los líderes europeos apuntan en dirección a ese nuevo consenso y si las reticencias de la derecha alemana y sus aliados tienen suficiente envergadura.

Haría bien la izquierda en tomar nota de los cambios que se están produciendo en los planteamientos políticos de las elites europeas. Mucho me temo que si las izquierdas optan por estrategias de autoafirmación sectaria o limitan la construcción de sus programas políticos a las tareas de encajar un aluvión de deseos y consignas y seleccionar las que cuentan con mayor popularidad no podrán afrontar los nuevos desafíos que representa la emergencia de ese nuevo consenso de las elites europeas ni criticar con el fundamento, la finura y la eficacia que se requiere los objetivos y medidas de política económica que comienzan a perfilarse.

La gran cuestión para la izquierda sigue siendo la de cómo ampliar las posibilidades de construir una alternativa progresista a la de la derecha gobernante y al pacto de gran coalición que se ha empezado a cocinar. Para construir esa alternativa progresista sigue siendo necesario reforzar la indignación, la movilización y la unidad de la mayoría social. Solo contando con una ciudadanía activa y consciente habría alguna posibilidad de sustentar un Gobierno de convergencia de fuerzas progresistas y de izquierdas que pueda prescindir de la derecha y de las políticas de derechas. Esa convergencia de fuerzas progresistas debería empezar a buscarse, defenderse y fraguarse desde ahora mismo.  

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