viernes. 29.03.2024

28A: la gran indecisión

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El aumento de la indecisión entre los votantes va de la mano de la incertidumbre sobre el resultado

Elecciones muy abiertas, puede pasar de todo, unos pocos votos pueden decidir entre pasado y futuro, nos lo jugamos todo… Antes, incluso, de comenzar la campaña electoral oficial ya nos habíamos cansado de escuchar y leer esas u otras frases parecidas que tienen la intención de animar a la ciudadanía a ir a votar el próximo 28 de abril. Estamos en los metros finales de la campaña electoral y parece que esa intención ha dado en el blanco: la abstención se ha reducido y todo apunta a una notable participación. Sin embargo, abundan las dudas sobre a quién votar, sin que puedan diferenciarse claramente esas dudas del voto oculto.  

La polarización de las propuestas y las posturas, el pacto de las tres derechas tras las elecciones autonómicas andaluzas y el parecido nivel de votos entre izquierdas y derechas aumentan la importancia de cada voto, por su capacidad para definir un antes y un después en el próximo futuro de España, y revalorizan la importancia del voto indeciso, ya que muy pocos votos pueden llegar a ser decisivos.  

El aumento de la indecisión entre los votantes va de la mano de la incertidumbre sobre el resultado, aunque no se trata de una incertidumbre general ni radical. Es verdad que el resultado electoral está abierto, pero no puede pasar de todo. Por ejemplo, ni Vox ni Unidas Podemos serán la opción más votado ni sus líderes podrán convertirse en el próximo presidente del gobierno de España. Hay preguntas y cuestiones relativas a estas elecciones que ya pueden contestarse; sobre otras, simplemente, no sabemos ni podremos saber hasta el 28A; respecto al tema decisivo del peso electoral de las diferentes alianzas posibles no existen bases racionales que permitan construir un cálculo de probabilidad. Eso quiere decir que existen límites y restricciones a lo que pueda pasar que no son salvables con el optimismo de la voluntad ni con ilusionismos.

La presidencia del gobierno es cosa de dos líderes o, si el resultado electoral se inclina hacia lo inesperado, de tres. Y la mayoría parlamentaria, tanto la de carácter progresista como la de las derechas, dependerá probablemente de al menos tres partidos. Sin embargo, no puede descartarse del todo una alianza entre PSOE y Cs, por difícil que la haya puesto la decisión de Cs de declararse incompatible con Sánchez. Por ahora, los números no dan para sostener esa alianza de gran centro que exigiría, además, muy probablemente, una delicada y compleja operación para sacrificar y sustituir a Rivera. El bipartidismo y la alternancia murieron en 2015 y es muy difícil que lleguen a resucitar o se reencarnen a medio plazo en dos formaciones políticas distintas a las que han sido sus protagonistas desde 1982.

CÓMO AFECTA LA INDECISIÓN A VOTANTES Y PARTIDOS

Se suscita entre partidos próximos y es un fenómeno trasversal que afecta en mayor medida al electorado que se sitúa en el centro del espacio político

Todos los sondeos reflejan que el número de votantes indecisos es muy alto. El último macrobarómetro realizado entre el 1 y el 18 de marzo por el CIS sirve de gran ayuda para examinar su peso relativo y observar cómo, en qué sentido y a qué partidos afecta la indecisión. En principio, aunque la indecisión sea mucha, su naturaleza no permite sostener la idea de que el recuento de votos vaya a deparar grandes sorpresas.

Las dudas sobre a qué partido votar el 28A afectaban al 41,6% de las personas que manifestaban que irían a votar con toda seguridad o muy probablemente (76,3 % y 10,3%, respectivamente, del total de personas encuestadas). Porcentaje que equivale a un 36% del total de la muestra, por lo que es una indecisión delimitada que afecta a una parte importante, pero menor (poco más de un tercio), del total de las algo más de 16.000 personas encuestadas. Sus dos características más importantes son que se suscita entre partidos próximos y que es un fenómeno trasversal que afecta en mayor medida al electorado que se sitúa en el centro del espacio político.  

Ciudadanos es el partido que se ve más afectado por la indecisión de su electorado, casi la mitad de sus votantes en las anteriores elecciones generales no tenía decidido si repetirían su voto el 28A. Seguido por el PP y Podemos, en los que más de un tercio de sus antiguos votantes tenía dudas. Entre los votantes del PSOE las dudas son menores y afectan a una cuarta parte. El fulgurante ascenso de Vox impide toda estimación.

Entre las 5.839 personas encuestadas que tenían dudas sobre a qué partido votar, el PSOE era la opción más barajada, siendo mencionado como posible destino de su voto por el 29,9% de los indecisos, seguido por Cs (24,6%), PP (21,6%), Podemos (9,8%) y Vox (5,3%). En el cuadro siguiente se refleja el objeto de las dudas de potenciales votantes indecisos respecto a los cinco partidos que se presentan en todas las circunscripciones:

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Además de ser el más mencionado, el PSOE era también el partido que mostraba más compatibilidad con otras opciones menores, se barajaba como posible destino del voto en competencia con el partido animalista-PACMA (0,7%), el voto en blanco (0,7%), el de ERC (0,6%) y la abstención (0,6%).

Las dudas sobre el voto a Cs son compartidas por posibles votantes de todas las demás grandes opciones, aunque sean más intensas por su flanco derecho, ya que un 14,1% del total de votantes con dudas se muestra indeciso entre Cs y los otros dos componentes de la derecha. Circunstancia que permite entender por qué Cs ha hecho el arriesgado intento de taponar preventivamente la hemorragia de votos que puede sufrir por su derecha con dos decisiones controvertidas: eleva a la categoría de principio su negativa a llegar a un acuerdo con Sánchez y apuesta de forma inequívoca por la alianza de las tres derechas. De ahí la inquietud de sus líderes y de los poderes económicos y mediáticos que los avalan sobre qué harán finalmente sus votantes más centrados. 

En el caso de Podemos y de Vox lo más destacable es lo poco que pueden obtener del voto indeciso

Las dudas afectan al PP en menor medida. Su decisión de recuperar sin complejos su tono más bronco y los aspectos más derechistas de su programa, sin marcar distancias ni diferencias con Vox, ha permitido volver a insuflar ánimos a un sector de sus votantes y evitar nuevos corrimientos de votos hacia el partido de la extrema derecha, pero ha reabierto la brecha con sus votantes moderados a los que la carga de la corrupción y la alianza con Vox no terminan de convencer.    

En el caso de Podemos y de Vox lo más destacable es lo poco que pueden obtener del voto indeciso: los primeros, compiten con el PSOE por un máximo de 3,8 puntos porcentuales; y los segundos, tras el encarnizado combate que protagonizan las tres derechas por el voto indeciso de carácter más ultraderechista, podrían conseguir un máximo de 2,2 puntos porcentuales en la más que improbable circunstancia de conseguir todos los votos en disputa con PP y Cs. Se demuestra así que el virus ultraderechista inoculado por Vox en la vida política, además de suponer un nuevo cuestionamiento de la democracia y buena parte de la Constitución, añade complejidad y ataduras al espacio político de la derecha, tanto por la fuga de votos hacia el partido ultraderechista que ya han sufrido PP y Cs como porque al hacer suyas parte de la agenda y las prioridades políticas de Vox han quedado inhabilitados como opción para una mayoría de votantes progresistas moderados que se han quedado sin referencias en la derecha y sólo podrán encontrar cobijo electoral en el PSOE.   

Conviene remarcar, por último, lo reducido del espacio conformado por las personas que contestan con total seguridad que el 28A no votarán (6,2% del total de la muestra), que probablemente no irán a votar (3,6%) o que no lo han decidido aún (3,4%).

En todo caso, no se puede afirmar con los datos y tendencias que muestra el CIS que la abstención o el voto indeciso expresan la desafección o la indignación del electorado situado más a la izquierda o de los sectores más golpeados por la crisis y las políticas de austeridad. O, mejor dicho, que no encubren esa indignación en mayor medida que expresan la despolitización de un amplio sector social que, a pesar de manifestar que la política le interesa poco (32,8% del total encuestado) o nada (26,9%), ha expresado muy mayoritariamente su intención de ir a votar.

SÓLO HAY TRES ESCENARIOS POSIBLES

Lo señalan encuestas y analistas. Y está en el sentido común de las sensaciones que se perciben a nuestro alrededor y en las interesadas ventanas a la realidad social que nos abren los medios de comunicación. Tras el recuento de votos del próximo 28 de abril, sólo habrá tres escenarios posibles: un gobierno de las tres derechas, en el que Casado tiene muchas más posibilidades que Rivera de quedar en primer lugar y convertirse en presidente de un gobierno de coalición en el que participe Vox o reciba su visto bueno, como en Andalucía; un gobierno progresista presidido por Sánchez, con participación minoritaria o el apoyo parlamentario de Unidas Podemos, al que podrían añadirse los del PNV, Compromís y otras opciones menores y que podría contar, caso de ser imprescindible, con un apoyo receloso de ERC; y un gobierno de gran centro, PSOE-Cs, presidido por Sánchez que tendría el plus de contar con el apoyo de importantes poderes fácticos nacionales e internacionales y de sus influyentes valedores entre los socialistas.

La existencia de esos tres escenarios proporciona más importancia al voto y a la conveniencia de ir a votar, especialmente para las personas progresistas y de izquierdas que quieran impedir una mayoría parlamentaria y un gobierno derechistas, porque ni dan igual todos los partidos ni todos los escenarios posibles son igual de malos para los intereses de la mayoría social.

Si los votos sólo dan para uno de esos escenarios, se acabó el debate. Pero puede que los votos abran la puerta a dos de los escenarios mencionados, serán entonces Sánchez y Rivera o su sustituto los que se hagan cargo de la batuta. Las personas de izquierdas y progresistas que, además de sumar su voto al objetivo de cerrar el paso a un gobierno derechista, deseen dificultar posibles maniobras que promuevan un acuerdo entre PSOE y Cs destinado a evitar un gobierno progresista, harían bien en votar a Unidas Podemos. Al menos, en Madrid y en las otras 41 circunscripciones o provincias en las que hay en juego más de 3 escaños y en las que el voto a Unidas Podemos puede tener razonables posibilidades de obtener escaños. Más discutible es la opción de Unidas Podemos en las otras 9 provincias (Soria, Ávila, Palencia, Segovia, Zamora, Cuenca, Guadalajara, Huesca y Teruel) y 2 ciudades autónomas (Ceuta y Melilla) en las que se eligen entre 1 y 3 escaños, con un total de 28 diputados, donde hay mínimas posibilidades, por no decir ninguna, de que Unidas Podemos obtenga algún escaño y se plantea el dilema de concentrar el voto en la opción progresista que tenga alguna posibilidad de obtener escaños o depositar un voto testimonial que puede estar cargado de futuro y de razones, pero desatiende la urgente necesidad de impedir un gobierno derechista.

La igualdad de fuerzas entre opciones progresistas favorables a un cambio posible y los partidos de las tres derechas que pugnan por impedir el progreso, uniformar a la ciudadanía y los territorios sin respetar su pluralidad y blindar los privilegios de las elites no se corresponde con una estructura sociopolítica en la que, pese a la reducción de las clases medias y al avance experimentado por un partido de extrema derecha en el último año, siguen predominando los sectores sociales que se autocalifican como moderadamente progresistas, se ubican muy mayoritariamente en posiciones políticas centradas y rehúyen identificarse con los extremos políticos.

En el campo progresista, el PSOE ha vuelto a colocarse en la posición de partido más votado y ha recuperado la centralidad política. Su campaña electoral está consistiendo en no definirse en demasía sobre los problemas y sus posibles soluciones, a la espera de que el virus de Vox actúe sobre los votantes de Cs y PP y deje al PSOE como el mejor representante del voto útil progresista y de un cambio moderado que no enerve a sus oponentes políticos ni genere inestabilidad política o inseguridad en los poderes económicos, las instituciones del Estado y la ciudadanía. Unidas Podemos, por su parte, ha sido recluido (o se ha dejado recluir) en el reducido espacio de la izquierda definida como radical, donde apenas se juega una parte pequeña del mayoritario voto progresista moderado y en el que se siente obligado a destacar su perfil de izquierda del PSOE con la esperanza de disputarle ese 9,1% de los votos que se debaten entre el voto útil al PSOE y el voto consecuente a Unidas Podemos.     

Hay mucha indecisión y cierta incertidumbre, pero no se puede pensar que en estas elecciones esté en juego la revolución, sea cual sea el contenido de esa palabra, ni el régimen del 78, sea cual sea el significado que se le quiera dar a esa expresión, ni tan siquiera la democracia, por mucho que su deterioro y limitaciones hayan quedado en evidencia, especialmente desde el estallido de la crisis global de 2008, y que el número de los que dudan de su utilidad y de sus enemigos abiertos o encubiertos no haya cesado de aumentar en los últimos años. Riesgos para una democracia relativamente frágil y puesta en cuestión que aumentarán en el caso de una victoria electoral de las tres derechas, que es posible y que de darse abriría un gran interrogante sobre las posibilidades de mejora del bienestar de la mayoría social, la futura evolución de nuestra democracia y la capacidad de las fuerzas democráticas para defenderla y hacerla real. Las opciones están claras, tú decides.

28A: la gran indecisión