jueves. 28.03.2024

Nos ha dejado Andrés Salom, el último comunista

Andrés Salom
Imagen de Andrés Salom de la portada de su libro 'Anecdotario'.

Ocho menos cuarto. Hace pocos días que han cambiado al horario de invierno. Amanece más temprano, y a esta hora la luz de sol se proyecta sobre el edificio de enfrente provocando reflejos anaranjados en los cristales de las ventanas. Abajo, a la derecha, las casas baratas, alternadas con chalés construidos en las dos últimas décadas, despiertan con sus tejados oscuros y alguna columna de humo de sus chimeneas ascendiendo verticales al cielo.

En la calle Arenal, la más amplia de las casas baratas, con hileras de moreras en sus aceras, se otea el esqueleto de un nuevo chalé. Allí, sobre esos escasos 150 metros cuadrados de terreno en edificación vivió muchos años nuestros querido, nuestro añorado Andrés Salom, “el último comunista” en palabras de algún diario regional en una tierra, la murciana, en la que las sombras de los últimos tiempos son más densas e inquebrantables: una cierta interpretación del pasado, de nuestro pasado, de la conquista de la libertad y del relativismo cultural se dan la mano entre bosques de banderas ondeando al tiempo, helando el corazón a los que aún creemos tenerlo caliente e ilustrado. Pero ese es un futuro que acaso Andrés no hubiera querido contemplar nunca.

Salom nació a mediados de la década de los vente en Santañy, en la isla de Mallorca, y seguro que por su edad conoció el tiempo de los grandes cementerios bajo la luna o la vida y muerte de un pueblo español, en la cercana Ibiza, o tal vez no. Nunca se lo pregunté. Y si no los vivió o no los conoció en su momento, los sufrió en los casi cuarenta años de dictadura atroz, esa dictadura que muchos quieren reivindicar como salvadora de una forma de creer, amar y tratar al otro, al diferente. Andrés era diferente, lo fue durante el franquismo y siguió siéndolo durante la democracia. Un luchador, un poeta, un amante del flamenco, un autodidacta que escribió durante años su columna semanal en La Opinión de Murcia.

Algunos otoños e inviernos, al anochecer, pasaba por delante de la ventana de su habitación. La luz de una lámpara de mesa se filtraba a través de los visillos. Estaba escribiendo o leyendo a poetas franceses, una pasión que no abandonaría en la residencia de Personas Mayores de San Basilio. Ahora, en ese mismo lugar, junto a una variedad de tronco liso y recto de morera, nuevas vidas ocuparan ese espacio, esas paredes y esa luz a veces mortecina donde leía a Valéry, Baudelaire, acaso Eluard y otros muchos. En las tardes de la primavera tardía salía a la puerta de su casa con una silla y leía hasta que el viento fresco o la luz crepuscular lo desaconsejaban. No creemos en los fantasmas, ni en los espíritus, pero de alguna manera sabemos que al final de la calle Arenal, en la casa que habitó durante muchos años Andrés Salom revolotearán eternamente las luciérnagas que habitan la poesía.

Una tarde, caminando por las calles comunes de nuestro barrio, Andrés se dobló sobre su cuerpo cansado, miró a mi hija y le preguntó como se llamaba. Clara, dijo ella. Espero que sea por Clara Campoamor, respondió él. Había comenzado ya el siglo y el optimismo era la flor que más se contemplaba en el horizonte, una flor cada vez más marchita en este aciago 2020. ¡Qué ilusiones teníamos entonces!

A pocos días de la celebración de toma del palacio de invierno, si alguien aún la celebra, nos ha dejado un gran hombre. Son tiempos difíciles para que los imprescindibles nos dejen casi huérfanos. Andrés Salom lo era. Lo recordaremos siempre, tal vez más cuando los tiempos futuros sean más inquietantes, que lo serán. Entonces recordaremos los poemas más hermosos y al último comunista vendiendo Mundo Obrero en las calles de una ciudad melancólica y provinciana.

Nos ha dejado Andrés Salom, el último comunista