jueves. 28.03.2024

Entre las brumas

camino

Es complicado que lo entiendas. No porque sea complicado en exceso. En realidad, la vida es tan sencilla como comenzar a vivirla. Primero hay que aspirar el aire que te rodea, luego buscar el calor en los objetos calentados por el sol o en los seres vivos, aunque estos últimos sean de sangre fría, finalmente deletrear palabras y construir frases sobre el abismo. No en ese orden, tampoco con esas pocas experiencias podrás sentir que el mundo que te rodea, esos campos amarillentos que se pierden en el horizonte, las hojas rojas de las viñas en otoño o tal vez el lirón oculto en el tronco hueco de la encina, es cálido e invita a la confianza. Aquellas tierras lejanas están muertas. Las nubes bajas no pueden ocultar los siniestros escorzos de las ausencias de esos hombres y mujeres que habitaron los siglos en la misma y eterna siega desde esta linde hasta aquel lejano olmo, el de la derecha, el de las ramas desnudas.

Tal vez ahora sepamos que somos cadáveres en los libros de historia. Debajo de cada número romano que acompaña al poder, la punta del iceberg de la fosa colectiva está formada por las ramas en flor de los almendros. Más abajo los troncos y las raíces, y la oscuridad, y el humus, y la tierra que da sepultura a la gente común. Se ve, se huele, se acaricia el pétalo rosado de la flor, las onduladas laderas y su aroma a miel, las banderías oteando el valle que se vislumbra entre brumas azules. Es difícil que sepas lo que oculta la máscara porque hemos enterrado la muerte en lo más profundo de las palabras y de la lectura de sus pliegues solo quedará en tus manos el aroma de los aceites para embalsamar.

Podríamos perjurar para convencer al juez de nuestras benévolas intenciones, pero este viste la toga del revés. En realidad, todas aquellas colas que se alargan hasta la línea del horizonte se nutren del sueño de la vida. Si no, ¿para qué moverse una vez acogido a la plácida felicidad del útero materno?. Gentes que vienen de tierras lejanas, de más allá del mar, y de las montañas, y del desierto, y de la sabana, y de los caudalosos ríos de los Trópicos. Algunas en fila india, otras en estampida, huyendo de los sepulcrales epitafios de los narradores de la historia, intentando agarrarse a la punta del iceberg, ese sueño de pétalos rosados que pronto darán fruto.

Es complicado que entiendas por qué los recordamos después de que las excavadoras tapen las fosas de cincuenta de largo por dos metros de ancho, o que construyan torres de vigilancia cada cien metros de valla. ¡La vida resulta a veces tan sencilla!. No es necesario leer en exceso para saber de qué va todo esto. A veces solo basta con leer un artículo de cualquier constitución política (por ejemplo, el artículo 135 de la española) para quemar en la gran fogata bajo las estrellas cualquier manual que hable del contrato social. Resulta todo tan cruelmente sencillo que poco importa acabar este artículo haciendo un llamamiento a la dignidad humana, si esta alguna vez ha existido y no se puede reducir a una palabra lapidaria sobre la esencia del género humano.

Los árboles crecen entre las brumas azules del valle.

Es complicado de entenderlo.

Entre las brumas