jueves. 28.03.2024

Constitución: entre las emociones y la razón

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Muchos sectores políticos y de la sociedad están reclamando un proceso constituyente para un tiempo nuevo, o caminar hacia reformas amplias y útiles sobre el actual texto que también podrían ser aceptables en su caso

El 6 de diciembre pasado se cumplían 39 años que un alto porcentaje de la ciudadanía votó (SÍ) a la Constitución. La mayoría lo hizo con mucha esperanza en el futuro. Un menor porcentaje dio un (NO), por diversidad de motivos.

En este mes, por cuestiones familiares, me encuentro a más de dos mil kilómetros de distancia (Zagreb). En unos territorios que vengo visitando hace años, cuyos habitantes sufrieron graves conflictos durante más 10 años (1991-2001), como consecuencia de enfrentamientos entre ideologías varias, aderezadas con banderas, patrias, religión, fronteras e intereses internacionales de todo tipo. Hechos y "miedos", cuyos rescoldos siguen latentes en una parte importante de la población. 

También, entre la ciudadanía española de 1978 (de los cuales una parte importante ya no están con nosotr@s) resonaban -con fuerza- miedos y recordaban el dolor y aislamiento sufrido durante las cuatro décadas de la dictadura, tras el golpe militar, nacional-católico y fascista dado a la legítima segunda república española, constituida en 1931. Esto es una obviedad histórica.

Ese día (miércoles), por encima de todo, la inmensa mayoría de la ciudadanía deseaba "pasar página" e incorporarse a la democracia (aunque fuera formalmente) y saborear vientos de una Europa que se percibía como sólida e ilustrada, en donde (por entonces) residían más de tres millones de emigrantes españoles, además de miles de ex-refugiados políticos o sus descendientes. Algun@s sabían que con ese (SI) era posible que pagaran un "alto precio" en sus legítimas esperanzas de ROMPER totalmente con un pasado oscuro y -en parte- criminal. Pero las ansias de libertad (razonable y entendible) pudo más que las emociones. Aunque entre el bajo porcentaje de quieres votaron que NO o se abstuvieron había diversos motivos muy distantes: -gente adicta al viejo régimen fascista que no deseaban cambios, -nacionalistas que no les satisfacía la solución del título VIII y -quienes deseaban ruptura total, a pesar de todo. Esta realidad histórica hay que tenerla (HOY) muy en cuenta, al menos por respeto a todas las posturas, incluidas las inmovilistas.

Erróneamente o no, para una parte importante de quienes votaron (Si) muchas legítimas emociones tuvieron que pasar a un segundo plano, para dar paso a la razón del momento histórico tan complejo que se vivía. Ello no significa que yo (hoy) lo justifique 100%, ni mucho menos. 

Yo, al igual que mi padre y mi madre... que descendían de una parte de familias republicanas... y no eran "Adictos al Régimen"... (como uno de los varios ejemplos que podría citar -a mí nunca me permitieron asociarme a la OJE...) ese día voté qué SI (y no me arrepiento), lo hice -también- por ellos y por mi bisabuelo materno, político socialista y republicano, asesinado por falangistas en 1939... Y, claro, porque tenía un fuerte compromiso político: -Había tenido la fortuna (inmerecida, posiblemente) de participar -como diputado- de aquellas primeras Cortés de 1977 y ello me da (hoy) una visión de la historia y de los hechos, muy distinta a quienes no vivieron en primera línea esos momentos. 

Como he expresado (en multitud de ocasiones) he de reconocer que quienes deseábamos un Estado republicano, nos quedamos sin que se cumpliera ese "sueño" en aquel momento y lo más grave del hecho no era la tesis -monarquía o república- (que también), sino el aceptar la imposición de Franco de su sucesor en la figura del borbón, Juan Carlos (por cierto, debate muy duro que tuvimos en el seno del grupo parlamentario socialista y que algun@s perdimos). Los que aspirábamos a construir un Estado laico, también nos "quedamos con las ganas", no ya con la ambigua Constitución en esta materia... sino, sobre todo, cuando semanas después, asistimos al hecho de que, con las Cortes disueltas, un gobierno interino firmaba unos Acuerdos concordatarios, entre el Estado español y la Santa Sede, que much@s desconocíamos. Los que pensábamos en un modelo federal de Estado y de territorios con competencias diferenciadas, también, además de ser conscientes de que el artículo 149 (competencias exclusivas del Estado) estaba colmado de ambigüedades. Los que pensábamos en mayores competencias para los Ayuntamientos (en clave de Estado moderno), también vimos cómo se desdibujaron y quedaban para posteriores desarrollos que NO han llegado todavía. Y, sobre todo, los que aspirábamos a que se castigaran los crímenes de lesa humanidad de la dictadura fascista y nacional católica y se hiciera justicia y reparación con quienes sufrieron represalias por parte de esa  dictadura, una injusta Ley de amnistía (por cierto, aceptada por sectores de la oposición democrática y nacionalista, de forma muy egoísta...) lo había "liquidado" en una especie de vergonzante ley de "punto final" meses antes... fruto de un Consenso de transición de la dictadura a la democracia (formal) con demasiados puntos oscuros... que quizá en aquellos años algunos "novatos, por la edad" no fuimos demasiado conscientes de la transcendencia. Y con ello tampoco, como dije antes, trato de justificar nada.

Hoy 39 años después hay que reconocer que quedaron muchos cabos sueltos que, hoy, sufrimos y cada vez con mayor fuerza. Por ello pienso que hace años se tendrían que haber adaptado y/o reformado, en vez de hacerle "trabajar" (tanto) al Tribunal Constitucional, sustituyendo el poder legislativo (soberanía popular, aunque delegada), por el judicial, hecho que es muy poco adecuado en democracia. Fruto de ello, ahora se acumulan los problemas.

Además, en un momento de la historia que crecen, muy peligrosamente, las emociones, por encima de la razón... en el marco de una era digital y de un capitalismo depredador e insaciable que se ha instalado a "velocidad de crucero" y que está cambiando -radicalmente- las relaciones y el comportamiento humano, además del concepto clásico e ilustrado del Estado de Derecho. Ya no digamos las relaciones laborales y los sistemas de producción.

Como norma generalizada (hoy) se imponen titulares, eslóganes y mensajes cortos (era Twitter) en la política y en las relaciones sociales cotidianas. Sustituyendo el rigor y la razón por la corta-visión y los golpes de efecto, los sofismas, con muy escaso análisis de la historia, que nos darían claves a temas que (hoy) parecen muy complejos y que no lo son tanto.

¿Qué hubiera ocurrido de no aprobarse la Constitución de 1978? ¿Qué hubiera pasado si los opositores al Régimen hubieran tratado de imponer una ruptura, frente a una reforma pactada?... O, incluso, ¿Qué hubiera ocurrido de tratar de perpetuarse el Régimen o alargar unos años su agonía?: Nunca lo sabremos.

En mi opinión, deberíamos de "mirar más hacia el futuro", para no cometer los mismos errores, en vez de tanto lamentos y descalificaciones del pasado, es decir en vez de "calificar" (con cierto desprecio, por parte de algun@s) lo que ocurrió en aquella azarosa década de los setenta y principios de los ochenta. Aunque sea sólo por respeto, a la historia, a los vivos y a los muertos. Los que estuvieron y los que no estuvieron de acuerdo en aquella no tan idílica Transición.

Dicho esto... hay que reconocer que muchos sectores políticos y de la sociedad están reclamando un "proceso constituyente" para un tiempo nuevo (en el que yo -ahora- me podría situar, por pertinente...), o caminar hacia reformas amplias y útiles sobre el actual texto que también podrían ser aceptables en su caso. 

Pero, ¿va ser posible, en el marco de una política algo decadente, en general, que hoy se observa? ¿Van a estar a la altura que los tiempos nos imponen debates sosegados, en donde se tenga en cuenta, más la razón y lo que nos enseña la historia, que las emociones y los sofismas?: Lo iremos viendo en los próximos meses o años. Porque lo cierto es que algo hay que hacer. Y, claro, no sólo por la cuestión territorial, aunque también. 

No obstante, y en mi opinión, hay que reconocer que en cuanto a proclamación de Derechos Civiles (sobre todo en lo que afectaba a la igualdad teórica y a los Derechos Humanos), fue un texto (el de 1978) a la altura de los Estados más avanzados en aquel momento, aunque hoy haya que adaptarlos a una nueva Época, en circunstancias muy diferentes. 

Porque algunas grandes carencias que (hoy) padecemos (laborales, igualdad de género, en materia de vivienda, en materia de justicia, libertad de expresión, servicios sociales...etc.) NO son fruto de la Constitución de 1978. No nos equivoquemos, sino que son como consecuencia de una aplicación y desarrollo muy inadecuada. Así como lo es la corrupción política, tributaria, económica, etc. Que no son tampoco consecuencia del texto constitucional de 1978. 

Hay un ejemplo -muy claro- de muy mala praxis política de estos 39 años, como ha sido el NO tener en cuenta, por parte de los poderes públicos, el apartado 2, del artículo 9 de la Constitución, en el que pusimos muchas esperanzas la mayoría de los que nos generaban dudas e inquietud, la reforma pactada con el Régimen, que se había "cocinado" por arriba y de acuerdo con potentes grupos de presión, tanto internos, como externos. Aunque en aquellos meses desconocíamos (algun@s) muchas de las claves, hoy ya de sobra conocidas, sin posibilidad de dar "marcha atrás", pero SI tratar de que no se repitan errores similares.

Como no lo son (en toda su dimensión y por ejemplo) los privilegios tributarios, patrimoniales, económicos, simbólicos, jurídicos, políticos y en materia de enseñanza y servicios sociales de los que disfruta la Iglesia católica y, poco a poco, lo están consiguiendo otras religiones, y ello aun reconociendo que artículos como el 16, 27 e, incluso, 15, fueron deliberadamente redactados (en parte) para favorecer dogmas religiosos. Han sido decisiones políticas, en algunos casos al margen de la Constitución, como los Acuerdos del Estado con la Santa Sede de 1979 (que antes citamos) o los Convenios del Estado con diferentes religiones en 1996 o la financiación de la escuela privada, mayoritaria dogmática religiosa, etc.

Como no es responsable el texto constitucional del 78 de la actual precariedad laboral, del paro, del aumento de las desigualdades sociales y la acumulación de la riqueza por parte de unos pocos, o de los desahucios... o de los problemas en la Sanidad y la Educación, el pago de las pensiones o el problema del machismo y asesinato de mujeres o de la privatización de los servicios públicos... Estos y otros problemas tienen que ver con formas de GESTIÓN POLÍTICA. No nos equivoquemos. 

La Constitución o un nuevo texto, hay que adaptarlo, urgentemente, a la Era Digital; a los nuevos flujos migratorios; a un lenguaje no sexista; a una economía y política que hoy está colonizada por un capitalismo depredador; o -incluso- a nuestra participación política, social y económica en la Unión Europea. 

También a una repensada nueva configuración territorial del Estado y a clarificar las competencias estatales y de nacionalidad o de los territorios (también de los municipios); a encontrar fórmulas de mayor democracia participativa y sobre una representativa más ajustada a las decisiones de los votantes; a una financiación de los partidos muy diferente y transparente; sobre una nueva re configuración del poder legislativo; de una mayor separación de poderes; de la redistribución de la renta y de la riqueza; del clima y sus efectos... Y, por supuesto, ha llegado la hora de hablar de una posible forma diferente de jefatura del Estado representativa de la soberanía popular y, claro de sentar bases constitucionales para construir un verdadero Estado laico.

Y todo ello anteponiendo la RAZÓN a las emociones en un tiempo nuevo, evitando frentismos insalvables (o, incluso, odios) que nunca conducen a nada. Salvo al desastre y al dolor, sobre todo para l@s más desfavorecid@s.

Cuestión que hoy no va a ser nada fácil, en un escenario muy adverso, con un enorme crecimiento (en Europa y del que no somos ajenos) de fundamentalismos religiosos, nacionalistas y patrióticos, económicos y mercantiles, etc. Cuando los principios de la Ilustración están amenazados muy peligrosamente. 

Pero habrá que intentarlo. Al menos como positiva herencia para futuras generaciones. Tratemos de no cometer nuevos errores.

Constitución: entre las emociones y la razón