viernes. 29.03.2024

¡Y se pudo!

La gran sorpresa de la noche electoral ha sido, sin duda, la irrupción de Podemos en el Parlamento Europeo con 5 escaños...

La gran sorpresa de la noche electoral ha sido, sin duda, la irrupción de Podemos en el Parlamento Europeo con 5 escaños, entre los 6 de IU y los 4 de UPyD, lo que convierte a Podemos en la cuarta fuerza política estatal y la tercera en comunidades como Madrid, Aragón, Cantabria, Asturias y Baleares. Todo un éxito, quizás incluso inesperado, para una formación ideada por un grupo de profesores universitarios y militantes de izquierda, e impulsada desde abajo por ciudadanos indignados, jóvenes y mayores, que rápidamente se estructuraron en círculos y desplegaron una organización y difusión dignas de estudio. De hecho, el fenómeno Podemos será analizado en próximos manuales universitarios, estoy seguro de ello. ¿Hay algún precedente en España de una formación política que en tres meses de existencia y sin financiación bancaria haya cosechado un éxito electoral tan contundente?

En el acto inicial de presentación de Podemos en Madrid, con Pablo Iglesias a la cabeza, se detectó una ilusión especial en las personas que acudieron a dicha convocatoria, sobrepasando con creces la capacidad de aforo del local. A partir de ahí muchas personas se unieron al proyecto aportando lo que podían, unos presencialmente y otros desde sus casas. La difusión de la iniciativa por Internet y redes sociales fue espectacular. Y en la campaña electoral, el boca a boca y el buzoneo han conseguido transmitir la esperanza en una formación política nueva que recoge el grito de la indignación pero que, al mismo tiempo, recoge también la decisión de querer cambiar las cosas con el instrumento más eficaz que tenemos: el voto. Y esto es lo novedoso e importante, que otras formaciones de nuevo cuño no han conseguido transmitir. Quizá la proyección mediática de Pablo Iglesias como contertulio habitual en La Sexta y Cuatro haya conseguido ese efecto expansivo y multiplicador, como la piedra que en el agua expande ondas sucesivas. No sería la primera vez que un plató televisivo contribuyera a la difusión de un proyecto político, pero dicho proyecto tiene que existir y contar con el respaldo de muchas personas dispuestas a entregar su tiempo y su dinero; una sola cara, por agradable que sea a las cámaras, no basta para convencer a 1.246.000 electores.

Desde esa primera semana de vida, seguí con ilusión la iniciativa Podemos. Como ciberactivista de izquierdas que soy, distribuyo información relevante de varias formaciones políticas y he participado en algunas de ellas como simpatizante comprometido con la unidad de la izquierda. Sin embargo, en apenas dos semanas me sorprendí de la evolución que Podemos había experimentando en su propia página web, lo que demostraba que detrás de la iniciativa no solo había cantidad sino calidad, pues rápidamente se había organizado con orden y división del trabajo un movimiento político que tenía claros sus objetivos inmediatos y, lo que es más importante, los medios humanos y técnicos para conseguirlos en un tiempo contra reloj. Cada día que navegaba por la web de Podemos me sorprendía más de la profesionalidad y originalidad de sus propuestas y herramientas. Así que, desde aquí, felicito a todo el colectivo por ese trabajo tan bien hecho que, creo, denota la participación de un gran número de estudiantes universitarios y profesionales técnicos.

Siempre he defendido, en Nueva Tribuna y en otros medios, la imperiosa necesidad de la unidad de la izquierda social y política, en un tiempo en que los grandes partidos socialdemócratas europeos han girado al social-liberalismo (es decir, a la derecha económica) y en un tiempo en que los grandes sindicatos de clase europeos han abandonado la lucha obrera y se han rendido a los intereses sectoriales o nacionales. He trabajado cuatro años por esa unidad de la izquierda, en la medida de mis posibilidades, que son pocas, y he visto cómo se ha mareado la perdiz por parte de unos y otros, perdiendo el tiempo en discusiones bizantinas, en insufribles análisis de situación y en debates organizativos que volvían, una y otra vez, al mismo punto de partida. Una de las últimas iniciativas aparentemente serias para esa unidad de la izquierda se reveló, a cinco meses de las elecciones, como una estrategia para congregar el voto de la izquierda indignada y dispersa en torno a un partido ya existente, y no como lo que se había anunciado en un principio: el deseo de ese partido de confluir políticamente con la izquierda social que se manifestaba una y otra vez en las calles. A partir de aquella decepción creo que se gestó definitivamente la iniciativa Podemos, aunque no tengo datos que corroboren esta percepción y, por tanto, lo pienso desde la convicción o intuición personal.

En cualquier caso, en apenas unas semanas Podemos iba congregando a una cantidad cada vez mayor de gente ansiosa por creer en algo nuevo que de verdad cuajara, en algo que quisiera competir para estar en las instituciones e intentar cambiar las cosas, y hacerlo desde los presupuestos de la nueva política que la izquierda joven demandaba: horizontalidad, transparencia, participación abierta y ciudadana, rendición de cuentas, limitación de mandatos, remuneraciones públicas acordes con la media del país, etc. Rápidamente, por la información que me llegaba y distribuía, mi entorno inmediato se iba sumando a Podemos, y yo percibía la recuperación de una ilusión perdida, la ilusión en que las cosas se pueden cambiar cuando se cambia el voto. Así, amigos y conocidos de todas las edades me iban confirmando su voto a Podemos y, lo más gratificante ha sido ver cómo personas de edad avanzada también me lo confirmaban, rompiendo con el miedo inveterado a cambiar de partido o a quedarse en casa. El domingo por la mañana veía cómo jóvenes y mayores cogían con ilusión las papeletas de Podemos y las metían en los sobres, con una convicción desbordante, y una frase coincidente en todos ellos tras emitir su voto, saliendo del colegio: “si no crecen los partidos pequeños nunca se cambiará la ley electoral”.

Es difícil, siendo pequeños y minoritarios todavía, cambiar las cosas desde dentro, pero al menos las voces de los indignados y de los que sufren la crisis tendrán otro altavoz desde el que denunciar las tropelías que seguirán cometiendo los partidos de gobierno, PP y PSOE que, como sus correligionarios europeos, seguirán aplicando con sumisión las órdenes recibidas por los gobiernos del Euro-Norte y la troika (CE, BCE, FMI), que actúan a su vez como correveidiles de las grandes corporaciones financieras europeas, para quienes se está gobernando actualmente en Europa, de espaldas a los ciudadanos. Salvo que los resultados de la extrema derecha en algunos países enciendan las alarmas en algunos gobiernos y partidos y, entonces, esos dirigentes se dignen a estudiar un poco la historia de Europa en el siglo XX y corrijan los errores que están cometiendo, so pena de reeditar la terrible deriva fascista en la que cayó nuestro continente hace ochenta años. ¿Nos imaginamos a Marine Le Pen llegando al Elíseo francés igual que Hitler llegó a la Cancillería alemana, con el mismo discurso aplaudido por los obreros, entonces y ahora, con promesas de trabajo y bienestar que luego acabaron con la libertad y los derechos sociales y económicos?

Muy buena noticia la victoria de Siryza en Grecia que, unida a los buenos resultados de IU y Podemos en España y al segundo puesto cosechado por el Movimiento 5 Estrellas en Italia, hacen pensar en un despertar de las conciencias izquierdistas en el sur de Europa que, más pronto que tarde, deberían propiciar un proceso de acercamiento entre partidos de izquierda del Euro-Sur para armonizar y coordinar respuestas y alternativas a los recortes neoliberales que seguirán defendiendo conservadores y socialdemócratas.

Esperemos que, además, Podemos pueda servir de catalizador de las energías de una izquierda social y política necesitada de unidad, pues el voto recibido por Podemos ha sido también un voto de castigo a esas izquierdas que decían buscar dicha unidad, pero con la boca pequeña.

¡Y se pudo!