jueves. 28.03.2024

Palabras literarias

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A veces me cuesta hacerme entender cuando hablo de libros. Tengo tan interiorizadas algunas ideas, viejas reflexiones sobre la escritura, sobre lo que para mí representa la literatura, lo que me aporta y lo que valoro en realidad de ella, que no soy capaz de transmitir esa esencia sin parecer torpe o confuso, cuando no, sencillamente estúpido, mientras balbuceo, no sin pudor, lo que para mí son ya lugares comunes. Cosas acerca del placer de leer por el mero hecho de sentir el ritmo que el escritor es capaz de imprimir a sus palabras, por el gusto de dejarme envolver por la musicalidad de esa voz que parece hablarme al oído, que se entremezcla con mi pensamiento y me cuenta una historia, su historia, cualquier historia. Porque, para mí, lo de menos es el qué. El verdadero valor de la escritura está en el cómo. Un buen escritor puede escribir sobre cualquier cosa, porque sea cual sea el tema de su novela, la trama en la que enreda a sus personajes, por encima de todo ello se elevará su particular forma de observar y describir el mundo, de fijar la mirada en determinados aspectos de la realidad y pasar de puntillas sobre otros. Para mí, los argumentos de las novelas son lo de menos, la escritura me basta. Decía John Cheveer: “Yo no trabajo con tramas. Yo trabajo con intuiciones, aprehensiones, sueños, conceptos. Los personajes y lo que les acontece se me aparecen al mismo tiempo. Los argumentos implican formas narrativas y un montón de basura”. Y es Cheever, precisamente, uno de esos escritores que representa muy bien lo que trato de decir. Sus maravillosos relatos, sus novelas, destilan la temblorosa emoción de lo literario, porque su escritura está hecha con partes de sí mismo, porque él está en todo lo que escribe, no se esconde, no busca el artificio de las fórmulas ni el aplauso entontecido de la fama. Eso no quiere decir que no le doliese la incomprensión que durante demasiado tiempo sufrió por parte de editores y lectores. Cuando otros escritores de su generación eran venerados y él apenas podía pagar las facturas, sentía, cómo no, la frustración de quien no ve reconocido su trabajo, pero siempre se mantuvo fiel a sí mismo, a su estilo, a su escritura. Leer sus Diarios constituye una experiencia literaria de primer nivel, una inmersión total en su forma de entender la relación entre la vida y el arte. Ahora, acaban de publicarse en español sus Cartas (Random House, 2018), casi un regalo del más allá, una auténtica cápsula del tiempo que conserva en su interior las palabras del maestro: Literatura.

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