viernes. 19.04.2024

El desconcierto de la literatura

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Vivimos en una sociedad que solo da valor a lo que tiene precio en el mercado, y no valora lo que no lo tiene, y como dijo Machado: cualquier necio confunde valor y precio

Frente al reiterado alarde de las banderas y las pequeñas patrias, frente al relato heroico de la construcción nacional y cartográfica, frente a la cada vez más extendida pasión por las identidades colectivas, frente al empalagoso “nosotros” con el que se llenan la boca los ideólogos del sentimentalismo patriótico, esa especie de telenovela infumable sembrada de tópicos pueriles, frente a los gritos y las consignas… frente a todo ese viejo ruido con el que tratan de aturdirnos, yo reivindico el silencio poderoso de los libros, su callada sabiduría, su luz de tinta negra tan poco llamativa, tan poco artificiosa. Hablo de libros, pero me refiero a textos literarios, no a subproductos de marketing o a infames manuales de autoayuda en forma de libro.

Recorro mi biblioteca y voy picando aquí y allá, releyendo subrayados que así, tomados al azar y fuera del contexto, me parecen mensajes de una clarividencia proverbial. Sin ir más lejos, hoy, después de leer una nueva noticia sobre otro tiroteo en un instituto, en Texas esta vez, me salió al paso un párrafo de Los nombres, de Don DeLillo: “En América no sabemos matar. Es una forma de consumismo. Constituye la extensión lógica de la fantasía consumista. Gente que dispara desde pasos elevados, atrincherados desde sus casas. Pura imagen”.

Si me pongo a hojear los libros de José Luis Sampedro, podría pasarme largas horas extrayendo citas tan certeras como esta: “Vivimos en una sociedad que solo da valor a lo que tiene precio en el mercado, y no valora lo que no lo tiene, y como dijo Machado: cualquier necio confunde valor y precio”.

Me cuesta leer los poemas de Manuel Vilas entre tanto trazo tembloroso de lapicero: “Lo intentaron, pero no lo consiguieron./ Gente a quien le sobraba tres cuartas partes de su pequeño/frigorífico./ Gente que no tenía con quien hablar semanas enteras./ Gente que no comía por no comer sola./ Son hermosos igualmente, te lo juro.”

Me refugio de todo ese ruido de lo colectivo, de ese nosotros sin todos los demás, leyendo un poema de Raymond Carver que me ofrece el mejor momento del día: “Frescas noches de verano/. Las ventanas abiertas./ Las lámparas encendidas./ Fruta en el frutero./ Y tu cabeza sobre mi hombro./ El momento más feliz del día”.

Frente a todas las certezas que se escuchan ahí afuera, yo me quedo con el maravilloso desconcierto de la literatura. 

El desconcierto de la literatura